martes, 24 de julio de 2007

El Sobreviviente


Así, Sobreviviente, con mayúsculas.
Carlitos Páez se lo merece. Ateniéndonos a lo que dice García Marquez, la vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir. A Páez le han tocado algunas de las oportunidades más cabronas. Sí, cabronas.

Tuve la oportunidad de entrevistarlo hace algunos años. Su humor, aunque corrosivo y negro, no dejaba de sudar un enorme optimismo. La tragedia afina la ironía pero no mata el brillo de las miradas y el tono festivo de una carcajada.

Los dejo con la historia de Carlitos Páez. le he quitado al texto original algunas cosas que por el tiempo en que se publicó ya no tienen ahora un significado relevante.
Cuando me agarra el mal genio y me clavo en los corajes cotidianos me acuerdo de Carlitos Páez: él se estrelló en un avión, lo sepultó una avalancha de nieve, casi se murió de frío, los abandonaron dándolos por muertos y tuvo que comerse a sus amigos para poder sobrevivir... y sigue sonriendo.

Que uno se ande quejando a veces de los malecitos que nos agobian ya de plano es tener muy poca vergüenza.

El sonido del viento gélido azotando las montañas de los Andes y la blancura casi cegadora de la nieve cubriendo completamente el paisaje fueron trastocados por la figura de los dos helicópteros que llegaron a rescatar a Carlos Miguel Páez Rodríguez.
Dos pájaros de acero que le llevaban la libertad es la interpretación que Carlitos Paez, como le gusta que le llamen, hace de las aeronaves chilenas que recogieron a los otros sobrevivientes de uno de los accidentes más comentados en la era contemporánea, él es uno de los supervivientes de Los Andes.

Páez estuvo el fin de semana pasado en Guadalajara para narrarle a los tapatíos la impresionante hazaña de supervivencia de 16 personas, pero sobre todo, para buscar contagiar a quienes lo escucharon, de su rabiosa persistencia para no dejarse arrebatar la vida por la adversidad.

El avión uruguayo que despegó el 13 de octubre de 1972 con destino a Chile transportando a 45 personas, muchos de ellos estudiantes y miembros de un equipo de rugby, se estrelló en la Cordillera de los Andes.

Doce de los pasajeros murieron por la caída, y los sobrevivientes se enfrentaron a temperaturas de 30 grados bajo cero de las montañas por la noche, y al hambre que los obligó a alimentarse de sus compañeros muertos hasta ser rescatados 72 días después del accidente.

La amplia sonrisa en la cara de Páez se disuelve en un sombrío gesto al recordar la avalancha en la montaña, esa vuelta de tuerca del destino que los sepultó bajo la nieve causando la muerte de otras ocho personas, entre ellas sus dos mejores amigos.

"Ahí fue cuando insulté a Dios con todo, no me creía lo que nos estaba pasando".

Sin embargo, el ahora publicista y conferencista no duda en aseverar que en esas montañas de blancura infinita encontró a Dios, un Dios que no le enseñaron en la escuela.

"Me encontré no a un Dios enseñado, sino a un Dios sentido, allá arriba sentí a Dios, allá arriba nos enseñamos a ser humildes".

Señala incluso que una vez bromeó con un Obispo mexicano al decirle que a veces para encontrar a Dios es mejor un mal piloto que un buen cura.

Durante su conferencia en el Auditorio Salvador Allende del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, Páez mantiene cautiva a la audiencia, los hace llorar y reír, el silencio expectante causado por el relato explota en carcajadas con las muestras de humor que el sobreviviente inserta en sus charlas, él dice que también el humor los mantuvo vivos, y recuerda la felicidad de haber encontrado 150 paquetes de cigarrillos entre los restos del avión desperdigados por la montaña.

"Fue tan larga esta historia que nos alcanzó para dejar el vicio y volverlo a agarrar", dice.

El llanto tiene muchas causas, y él dice haberlas experimentado casi todas, lloró de dolor, de rabia, de tristeza, de desesperación, de esperanza y de alegría, pide aplausos para esos dos hombres que abandonaron el avión para ir a buscar ayuda, pide respeto y gratitud para su amigo Nando, quien les dio permiso de comerse a su madre y a su hermana en caso de necesitarlo mientras ellos regresaban con el auxilio.

"Después del día diez" es el título de su libro, y es también el día que escucharon en la radio del avión que la búsqueda había sido abandonada y se dieron cuenta de que ahora dependían de ellos mismos.

Después de más de 87 conferencias en el País en instituciones públicas y privadas, Carlitos Páez sonríe a la vida, porque la vida le sonrió a él hace 32 años en la Cordillera de los Andes. Firma libros, reparte autógrafos y se toma fotos con quienes lo solicitan, es un rockstar venciendo a la catástrofe, la confirmación de que la esperanza no muere al último, sino que es inmortal. ¿Alguien dice que no se puede aprender de la tragedia?

Ja, que le pregunten a Páez.





La nota fue publicada por MURAL el 10 de octubre del 2004, aquí estoy en la foto con él en el CUCSH a casi tres años y 10 kilos de distancia.
(Las otras fotos son tomadas del sitio de internet de Carlos Páez).

viernes, 20 de julio de 2007

¡Descríbalo con señas!


Después de ver esta fotografía ya no he podido recuperar mi fe en la buena voluntad de Bugs Bunny. O quizá sea yo un mal pensado y ésta no es más que la recreación del inocente y bonito juego del Gallo, Gallina, Pollo, ¡Hazte porque te piso!, ejecutado con singular alegría por una liebre alteña y una gallina ponedora de Tepatitlán.


O como diría mi amá: ¡ya no hay moral!


PD: nomás falta que al terminar, el orejón diga: ¡Eso es todo, amigos!

miércoles, 18 de julio de 2007

¡La manga, pus qué!

Me han preguntado ya varias veces que por qué en este pedacito de cielo cibernético no cuento detalles íntimos, sexuales y escabrosos de mi existencia.

Me han comentado que cualquier blog personal que se respete tiene que traer su carga de morbo y las genuflexiones emocionales suficientes como para que el mundo se dé una enterada de algunas de nuestras tragedias e ilusiones.

Pos a excepción de algunas entradas por ahí donde he dado cuenta de uno que otro de mis pecados, como que no me late chocolate andar oreando mis intimidades, además, pa eso tengo el space del msn. Lástima que sólo unos cuantos puedan entrar ahí.

Para aquellos refunfuñones que se divirtieron con las crónicas morrocotudas I y II, en parte por las tragedias y chistes personales que ahí deslizo, en camino viene un relato llamado "Tatouage", en el que ustedes tendrán que decidir qué es real y qué pertenece a la ficción. No se admiten devoluciones.









Aquí les dejo esta bonita imagen de la diseñadora Alicia Tishenko y publicada en la página web de la Deviant Art Gallery.

Quien se identifique, bienvenido al club.

miércoles, 11 de julio de 2007

Misterios biológicos-mediáticos




Este es un caso para La Araña. Nos encontramos frente al primer suceso documentado en Guadalajara de fechorías y menudencias andróginas. Chequen nomás lo que se publicó en cierto periódico con nombre de transporte suburbano del DF y saquen sus conclusiones.


Hallan genitales y vísceras humanas


Supuestos restos humanos fueron encontrados ayer en las inmediaciones de la Colonia Moderna, en Guadalajara.A las 20:00 horas de este martes, personal de la Policía tapatía reportó que en Federalismo y Alemania fueron hallados unos órganos genitales masculinos, pero no se especificó si eran de un hombre o una mujer. Además, en Pavo y Suecia, fueron localizados unos tejidos orgánicos, los cuales aparentemente eran vísceras.Las autoridades indagan para determinar quién abandonó los restos en ese lugar.
...
¿Qué creen ustedes que pudo pasar aquí?
¿Serán los restos de alguna vestida a la que le dejaron la jarocha a la mitad?
o quizá se trata de los órganos de alguna mujer casada y la confirmación de los rumores que sueltan muchos maridos mandilones quienes argumentan que sus mujeres son muy huevudas.

Un villano sangrón


Drácula, de Bram Stoker le dio un giro a la literatura de terror. Trasladó las leyendas de vampiros de la calle a las páginas, convirtiendo el cuento y la supertición en un relato que ha trascendido fronteras y épocas.
Pero, ¿de dónde surge el mito?, ¿quién fue en realidad Vlad Dracul mejor conocido como "El Empalador"?
Al conde le hincaron el diente en este perfil escrito por el escritor Santiago Roncagliolo y publicada por el diario español "El País" en el 2005. El escrito es una joyita literaria, excelentemente bien escrita y que rezuma humor negro e ironía a borbotones. Que lo disfruten.


El príncipe de las tinieblas
Vlad III de Valaquia, más conocido por Drácula, el hijo del diablo sediento de sangre, fue un hombre cruel transformado en leyenda gracias al escritor Bram Stoker, que lo refinó y le convirtió en un conde exquisito. Su historia es de terror

Por Santiago Roncagliolo
La novela Drácula, de Bram Stoker, fue muy injusta con su fuente de inspiración, el príncipe Vlad III de Valaquia. Parece cierto que Vlad asesinó a más de 100.000 personas en un país de medio millón de habitantes. Es verdad que disfrutaba ordenando muertes lentas y torturas como despellejamientos, mutilaciones, descuartizamientos, clavos en la carne humana, marcas con hierros calientes en la piel, prácticas caníbales y, su pasatiempo favorito, empalamientos. Pero la historia no ha podido probar que le haya mordido el cuello a ninguna chica.

Además, tenemos que ponernos en situación: son los estertores de la Edad Media en lo que hoy es Rumania, precisamente la triple frontera entre el imperio otomano, la Europa ortodoxa y la Europa católica. Los gobernantes de Valaquia saben que, sin importar de qué lado se pongan, los de algún otro lado vendrán a machacarlos. Entre los sistemas medievales de presión política figuran la decapitación, el apaleamiento y el saqueo de poblaciones enteras. El código penal de la época tampoco era una perita en dulce: los hechiceros eran quemados; los falsificadores, hervidos en aceite; a los blasfemos se les colgaba de la lengua con un gancho; a quien cortaba un árbol sin permiso se le arrancaban las tripas, se le ataba con ellas y se le obligaba a correr alrededor del árbol hasta que quedase enroscado.

Afrontémoslo: Vlad era un psicópata; pero hay que reconocer que, si eso fuese una carrera académica, la Valaquia del siglo XV habría sido un interminable y sangriento doctorado.

El padre de Vlad, Vlad II, ya había tenido que lidiar con esos tiempos violentos. Era caballero de la Orden del Dragón, creada para combatir a los turcos, y de ahí tomó su apellido Dracul. Por una travesura de la etimología, Dracul en rumano significa “el diablo”. Al pequeño Vlad, nacido en Transilvania en 1431, le correspondió el simpático sobrenombre de Draculea: hijo del diablo.

Con el apoyo del rey de Hungría, papá Vlad llegó a voivoda (o sea, príncipe de Valaquia) a cambio de su apoyo en la lucha contra los impíos otomanos. Pero los húngaros sufrían tantas revueltas internas que no eran capaces de ayudarle a él en la defensa de sus territorios. Los turcos, en cambio, eran muchos y estaban muy bien armados y disciplinados. Nada más llegar al trono, con mucho sentido práctico –y poco ético–, papá Vlad decidió cambiar de bando. Ofreció tributo al sultán, le rindió un homenaje junto a 300 de sus nobles, besó el borde de su manto y, para que no quedase lugar a dudas, le entregó como rehenes a sus dos hijos menores: Vlad y Radu.

Pocos hermanos han sido tan distintos entre sí como esos dos. Si Vlad era corpulento, Radu era un enclenque. Si Vlad mostró desde pequeño un valor rayano en locura temeraria, Radu era débil de carácter y diletante. Si Vlad tenía las cejas espesas, el labio inferior hinchado y unas fosas nasales como dos cráteres, Radu era famoso por su belleza física. Pero, sobre todo, si Vlad era un austero y reprimido moralista, Radu era la sensualidad en persona. Desde la pubertad despertó los apetitos del heredero del sultán, Mehmed, y aunque se resistió al principio, luego descubrió las ventajas y comodidades del intercambio de favores.

Parece que Vlad no se adaptó tan bien. En realidad, tampoco se quedó tanto tiempo. En 1446, los húngaros vengaron la traición de su padre apaleándole hasta la muerte y negándole el derecho a sepultura. Su hermano mayor, Mircea, corrió la suerte inversa: lo enterraron vivo. De un día para otro, el pequeño Vlad se convirtió en heredero directo a príncipe de Valaquia.

Pero el sistema de elección del voivoda no se basaba en la primogenitura. De hecho, dependía de una asamblea de los nobles eslavos llamados boyardos, que elegían entre los candidatos de la familia real. La elección solía realizarse según la conveniencia del momento. Y Vlad no convenía. Su primer gobierno con apoyo turco duró sólo dos meses antes de ser defenestrado. Su sucesor, Vladislav II, no se mostró hostil con el sultán, así que, a Turquía, el cambio le dio igual. Vlad perdió el respaldo otomano. Decepcionado y abandonado una vez más, el joven vagó durante los siguientes ocho años por Europa tratando de recabar apoyos políticos para recuperar el trono que consideraba legítimamente suyo.

La oportunidad llegaría de las manos más inesperadas. Una disputa comercial con Hungría le costaría el trono a Vladislav II. El rey húngaro necesitaba un candidato más condescendiente para gobernar Valaquia, y se acordó de Vlad. Comenzaron los conciliábulos entre los húngaros –siempre dispuestos a olvidar que ellos habían matado a la familia Dracul– y los boyardos –siempre dispuestos a llegar a un acuerdo mientras no les tocasen la cartera–. Ya se sabe que en política la memoria es corta. Ni siquiera el propio Vlad se molestaba con problemas de conciencia. Para alcanzar su ansiado trono sólo tenía dos alternativas: aliarse con los turcos, que ya le habían traicionado, o aliarse con los asesinos de su padre y de su hermano. Optó por lo segundo.

En 1456, a los 25 años, Vlad entró en Valaquia al mando de un ejército transilvano. No le costó mucho hacer prisionero al voivoda Vladislav y ejecutarlo frente a un público más ávido de espectáculo que de justicia. Así se inauguraba el principado de Vlad III, que en adelante añadiría a su nombre de Draculea el apelativo de Tepes (“el empalador”).

Digamos que soy voivoda de Valaquia. Me amenaza, por un lado, un ejército de 100.000 hombres; por el otro, uno de 70.000. No cuento con mis boyardos, que han montado un sistema para limitar mi poder a sus caprichos. Mis campesinos están hartos de la explotación y se niegan a pelear. Mis antecesores han durado un promedio de tres años, dedicados exclusivamente a seguir durando. Soy un pelele político sin dinero, sin poderío militar y sin influencia sobre otros Estados. Sólo hay algo que puede mantenerme al mando: el miedo. Si no me sacan será porque no se atreven.

Consciente de ello, Vlad siguió un orden muy riguroso en la administración de la violencia. Empezó ocupándose del enemigo interior. Siguiendo la costumbre, organizó un festín de Pascua para todos los boyardos con influencia en la elección del principado, unos 500. Cuando la fiesta estaba en lo mejor se le ocurrió un ingenioso juego de preguntas y respuestas. La primera pregunta era: ¿a cuántos voivodas habéis visto pasar? Los nobles se divertían. Varios mencionaron a seis, a ocho. Algunos de los más viejos recordaban hasta 30. La segunda pregunta era: ¿no os parecen demasiados? Ahora, los boyardos se carcajeaban. Son más que platos hay en esta mesa, son más que las jarras de vino que uno se puede beber. Se lo estaban pasando en grande. Vlad dio la respuesta ganadora: “Si han sido tantos es por culpa de vuestra infamia y vuestra traición”. A algunos se les cortó la risa al oírle, otros pensaron que era hora de irse a casa. Pero era tarde. Se abrieron las puertas del salón e ingresó la guardia personal de Vlad.

Los nobles fueron capturados sin mucho esfuerzo. Suplicaron piedad, pero nadie les estaba escuchando. Les ataron las manos a la espalda y les dejaron los pies bien separados. Les colocaron boca abajo y lubricaron con aceite sus orificios posteriores. Luego, los verdugos introdujeron por ahí palos puntiagudos que afirmaron a martillazos hasta que penetraron unos 50 centímetros. Finalmente sembraron los palos como árboles en el suelo. La punta de los palos era roma, de modo que no perforaba los órganos internos; sólo los iba haciendo a un lado a su paso, buscando una salida, mientras los cuerpos descendían por su propio peso. Algunos tardaron en morir tres días.



El empalamiento cumplía una función didáctica. Se realizaba en lugares transitados, como plazas y caminos, a modo de advertencia por si a algún otro gracioso se le ocurría traicionar al voivoda. Las víctimas se dejaban ahí durante meses, mientras los cadáveres se iban descomponiendo.

Vlad repartió las propiedades de los boyardos empalados entre algunos nobles menores, varios monjes y muchos campesinos libres, para crear una nueva clase dominante leal a sus órdenes. Pero no debemos inferir de ello una actitud elitista por su parte. Vlad era muy democrático en su salvajismo. Su siguiente banquete fue para los mendigos y pordioseros de Valaquia. Esta vez, el juego de las preguntas era distinto: “¿Queréis veros libres de miserias y privaciones?”. Los mendigos querían. Para satisfacerlos, Vlad cerró las puertas de la sala y les prendió fuego. El problema de la pobreza estaba resuelto.

A los gitanos también les ofreció una salida productiva. Reunió a unos 300, escogió a tres de ellos y los mandó asar. A fuego lento. A los demás les ofreció una opción: o se comían a sus amigos, o se enrolaban en el ejército. Los gitanos formaron a partir de entonces un contingente armado de dudosa heroicidad.

El problema con los malos es que siempre creen que son buenos. Vlad estaba obsesionado con la virtud de su pueblo, que promovía con medidas drásticas. Si algo realmente le desesperaba era la infidelidad femenina. Las mujeres que engañaban a sus esposos eran empaladas por la vagina con hierros candentes. Sus órganos sexuales y pechos eran mutilados, y si su pecado era grave, se las desollaba antes del empalamiento. Sus hijos, por lo general, sufrían el mismo castigo. Si eran muy pequeños, los empalaban incrustados en los pechos vacíos de las madres. Vlad sabía por experiencia propia lo peligroso que podía ser en el futuro un hijo sediento de venganza. El infanticidio era el modo más práctico de curarse en salud.

Sin embargo, no se puede acusar a Vlad de nepotista. Estaba dispuesto a impartir su peculiar sentido de justicia incluso contra sus seres queridos. Una vez, al verle deprimido, su amante le dijo para alegrarle que esperaba un hijo de él. Pero era mentira. Vlad la hizo revisar por unas comadronas. Tras certificar el falso embarazo la rajó personalmente de la pelvis al pecho en busca del supuesto bebé.

Algunos biógrafos con influencia del psicoanálisis sugieren que su insólito despliegue de crueldad se debía a que Vlad era sexualmente impotente y sublimaba sus carencias sexuales a través de la tortura. Pero él se justificaría diciendo que la suya era una legítima preocupación por la sana moral de los rumanos. Bueno, probablemente no diría nada. Simplemente mandaría empalar al biógrafo. En todo caso, cabe decir en su favor que era igualmente cruel con los ladrones, a quienes, por lo visto, juzgaba tan réprobos como a los pobres, las mujeres, los niños y los gitanos. Conocedores de la severidad de los castigos –que incluían, aparte del consabido empalamiento, la pérdida de los ojos–, los amigos de lo ajeno contuvieron sus impulsos en Valaquia. Vlad estaba especialmente orgulloso del símbolo de su autoridad: la copa para beber de la fuente en la plaza de Tirgoviste. La copa era de oro puro y no estaba custodiada. Pero nadie se atrevió a robarla durante todo su reinado. El imperio de la ley y el orden, que le dicen.

Pero hasta ahora sólo hemos hablado de la paz. Luego hubo una guerra. Y la cosa empeoró.

Aparentemente, Vlad se habría podido ahorrar el enfrentamiento contra el poderoso imperio otomano. Pero es que el príncipe tenía muy malos modales. El emisario encargado de cobrar el tributo del sultán se presentó en su castillo con el turbante puesto. Y eso no le gustó. El turco le explicó que ésa era su costumbre, que ni siquiera ante el sultán se quitaba el turbante. Vlad dijo: “Quiero, entonces, confirmarte en tus costumbres”, y mandó clavarle el turbante a la cabeza. De más está explicar que no pagó el tributo.

Para colmo, Vlad se dedicó a atacar las fortalezas turcas del Danubio. Quizá simplemente decidió adelantarse a la invasión que se produciría más tarde o más temprano. O quizá fantaseaba con liderar a la cristiandad en su cruzada contra los infieles. Eso al menos parece indicar la carta que envió al soberano de Hungría para convencerle de sumarse a los combates: “He matado a hombres y mujeres, a viejos y jóvenes, desde Oblucitza y Novoselo, donde el Danubio entra en el mar, hasta Samovit y Ghigen. Hemos matado a 23.884 turcos y búlgaros, sin contar aquellos a los que quemamos en sus casas, o cuyas cabezas no fueron cortadas por nuestros soldados […]; 1.350 en Novoselo, 6.840 en Silistria, 343 en Orsova, 840 en Vectrem, 630 en Tutrakan, 210 en Marotim, 6.414 en Giurgiu, 343 en Turnu, 410 en Sistov, 1.138 en Nicópolis, 1.460 en Rahovo…”. El escrito iba acompañado por dos costales llenos de orejas, narices y cabezas. Pero ni así convenció a nadie. Vlad tendría que enfrentarse solo al sultán Mehmed, que además estaba tan furioso que dirigiría personalmente a su guardia de élite, los jenízaros, y a su ejército de 100.000 hombres. Uno de ellos, por cierto, era un viejo conocido: Radu el Hermoso, el hermano de Vlad, el elegido del sultán para ocupar el trono de Valaquia tras la victoria.

Como única estrategia posible, Vlad, que sólo contaba con 20.000 hombres, inventó la guerrilla: atacaba de noche y por sorpresa, rapiñaba la retaguardia turca, asesinaba a los soldados que se apartaban del grueso de la tropa. También tenía métodos para potenciar el valor de sus propios soldados: premiaba y condecoraba a los heridos por el frente; en cambio, a los que presentaban heridas por la retaguardia, señal de huida, los empalaba. Además ordenó a sus súbditos aplicar la estrategia de tierra quemada. Los valacos dejaron los pueblos y se refugiaron en las montañas con víveres y ganado. Los soldados turcos se desmoralizaban al no tener nada que saquear.

El sultán continuaba su avance hacia Tirgoviste, bajo un sol abrasador y sin agua. Cada vez entendía menos qué tenía que ganar en esa guerra. La marcha duró siete días. El último de ellos encontraron el bosque de los empalados: 20.000 cadáveres sembrados en una extensión de 10 kilómetros cuadrados. Hombres, mujeres, niños cubiertos de cuervos y buitres que construían sus nidos en sus cavidades óseas. Tras el bosque estaba la capital abandonada y vacía.

Mehmed dejó ahí a Radu, un heredero legítimo que pronto consiguió el apoyo de los boyardos, hartos de los excesos del anterior voivoda y ansiosos de paz con los turcos. Vlad huyó a Hungría. Sus aliados le habían abandonado, su hermano ocupaba el trono de Valaquia y su mujer se había suicidado ante la inminencia de la derrota. Pero aún no terminaban sus problemas. Los húngaros interceptaron unas supuestas cartas de Vlad ofreciéndole una alianza al sultán. Fue a Buda en busca de ayuda y sólo consiguió hacerse arrestar.

Su cautiverio duró 12 años, pero no parece haber sido especialmente duro. Se trató más bien de un arresto domiciliario. El rey de Hungría se complacía mostrándoselo a sus huéspedes, como una bestia de feria conocida por la leyenda de su crueldad. Quién sabe si Vlad también se divertía con eso. Tenía otros hobbies. Cazaba ratones y los empalaba. Compraba pájaros en el mercado sólo para atormentarlos y dejarlos en libertad. Una vez, un alguacil entró en su casa sin avisar, durante la persecución de un ladrón. Vlad lo mató. Explicó que no se entra así en casa de un príncipe. Al rey húngaro le pareció muy gracioso.

Pero en política, la memoria es corta. Los conflictos en Valaquia continuaron. Radu murió asesinado o en combate, ni siquiera se sabe. Los turcos volvieron a atacar. Los europeos necesitaban al mejor jefe militar que se les había enfrentado. Una vez más, Vlad Drácula volvió a Valaquia para enfrentarse a Mehmed.

Hay tres versiones de lo que ocurrió entonces. La primera dice que Vlad murió en combate; la segunda, que sus hombres le confundieron con un turco y lo mataron; la tercera, que un sicario le degolló por la espalda. En cualquier caso, todos tenían razones para hacerlo. La supervivencia de Vlad entre valacos, turcos y húngaros era imposible. A petición de Mehmed, decapitaron su cuerpo. Enterraron el tronco en el monasterio de Snagov y enviaron la cabeza al sultán conservada en miel para que la exhibiese clavada en una lanza. Años después, el hijo de Vlad, el último Drácula, gobernaría y moriría asesinado, como todos sus familiares.

Un grabado de la época muestra a Vlad almorzando apaciblemente al lado de un bosque de empalados. Frente a él, uno de sus empleados trocea a un cadáver. Sin embargo, Vlad no come carne humana ni bebe sangre, sólo almuerza. En la mesa hay pan, quizá un guiso. El grabado forma parte de las fuentes de la historia de Vlad, que se convirtió en el primer best seller del mundo antes que la Biblia. Las crónicas alemanas hablan de él como un monstruo; las rusas, aunque no ahorran detalles sobre su crueldad, le consideran un hombre justo que defendió a los suyos contra los extranjeros y los nobles corruptos. Incluso muchos rumanos le consideran un héroe nacional, pero uno de ellos parece haber sido el dictador Ceausescu, que no resulta una buena referencia.
A lo largo de la historia, esas leyendas, que tienen mucho de tradición oral y seguramente de exageración, jamás se mezclaron con las de los vampiros –mugrientos muertos-vivos putrefactos y sin glamour– que abundaban en Rumania. Hasta la llegada de Bram Stoker. Stoker convirtió al desagradable engendro en un refinado conde centroeuropeo, haciéndole más digerible para el lector victoriano, y barnizándolo, por supuesto, con una pátina de atractivo sexual.

No está claro cuánto investigó Stoker realmente y cuánto fue producto de su calenturienta imaginación. Está claro que Vlad, el hijo del diablo sediento de sangre cuya cabeza fue arrancada y clavada en una estaca, el príncipe que peleó contra tres religiones y cuya alma vagaría por la tierra rechazada de todos los paraísos, daba juego para todo tipo de fábulas. Pero había cosas que ni el talento literario de Stoker podía prever. En 1931, un equipo de arqueólogos exhumó el sepulcro de Vlad Drácula en el monasterio de Snagov. En el interior sólo encontraron huesos de animales.

¡Santos oficios periodísticos, Batman!

Lo prometido no quiero que se me convierta en deuda. Ya les había comentado lo tortuoso y difícil que puede ser este oficio, por ello, accedo a enseñarles una fotografía de las rudas muchachas que me tocó entrevistar para el Bikini Car Show. Muchachos, envídienme. Muchachas, sólo suspiren por los hombres que nos ponemos como viles rumiantes ante los trajes de baño. Ni modo, qué se le va a hacer.

La foto es de Raúl Méndez, el mismísimo Chico Fiesta, que profesionalmente, entre pujidos y suspiros, pero sacó adelante la sesión.



Lo peor de todo es que he sido amenazado para seguir haciendo esta clase de entrevistas para los compas de Metro. ¡Hágase señor tu voluntad!




domingo, 8 de julio de 2007

Memoria al otro lado de la barda.

¿Se imaginan un día salir de su casa y nunca, nunca volver a ver a absolutamente a nadie de su familia?, ¿no recordar la cara de sus padres, ni los nombres de sus hermanos?

Eso le pasó a José. Aquí la historia que me encontré en las calles de Tonalá.




Por José Alonso Torres



Cada día, desde hace más de 40 años, José recuerda el momento en que saltó la barda del patio trasero de su casa para ir a jugar a un lote baldío. Fue la última vez que vio a su familia.

Tenía cuatro años, una edad en que los recuerdos aún son nebulosos y suelen confundirse con los sueños y lo imaginado. La memoria de su niñez se compone de retazos de imágenes. Se acuerda de que le decían José, puede ver a una hermanita que todavía gateaba y a su hermano mayor, con quien saltaba el muro para irse a jugar a un potrero y después regresar juntos a casa. Aquel fatídico día, su hermanito no fue tras él.

"Comencé a caminar y a caminar sin reconocer las calles, luego me subí a un camión y me bajé en un parquecito, donde me quedé dormido hasta que una pareja me llevó a una delegación de la Policía", comenta José en voz baja, casi como en un susurro.

Luego de algunas horas de dormir sobre la litera de uno de los policías, José fue llevado al recinto que le heredó el apellido al niño cuando nadie fue a preguntar por él: el Hospicio Cabañas. Le calcularon la edad: cuatro años. Ahí oficialmente apareció José Cabañas y desapareció el niño que salió de su casa para perderse en la Zona Metropolitana de Guadalajara.

La falta de recuerdos de la niñez que permitieran obtener una pista de su familia, su casa o su colonia lo desesperan. Shakespeare decía que la memoria es el centinela del cerebro, por eso a José las imágenes vagas, borrosas y descoloridas lo atormentan, lo enloquecen. Quiere reconocerse entre los suyos.Un pasillo largo y una vivienda humilde, un patio trasero lleno de plantas con flores de muchos colores . La silueta de una madre a quien por más que se esfuerce nunca puede verle el rostro, nada más los brazos, sólo escucha una voz que lo arrulla, que le canta con ternura, pero el rostro se desfigura, se le desaparece. José nunca ha podido ver ni en sueños el rostro de mamá. Ni a papá, que en su mente es sólo una sombra lejana.

"Estuve hasta los 11 años en el hospicio, de ahí me llevaron con una familia, la familia Rivas Aguilera, con quienes viví hasta que me fui solo a los 17 años", comenta entre sollozos.

Según el acta de nacimiento que le dieron en el Cabañas, José tiene 48 años, sentado en la banca de una capilla que ayuda a construir en Tonalá, desvía de vez en cuando la mirada y la clava en el altar improvisado en donde se ofician las misas. En sus manos sostiene una fotografía que le tomaron cuando cumplió 12 años y terminó la primaria. No sonríe, su gesto es serio, cansado, agobiado, sus ojos lucen un poco apagados, el ceño fruncido.

Comenta que la familia adoptiva lo trató bien, pero él no cesará en la búsqueda en espera de un milagro.

Al reverso de la fotografía hay una frase escrita con caligrafía temblorosa, "Te quiero papá" se puede leer; es un mensaje que puso su hija más pequeña hace ya varios años. José se casó y tiene seis hijos. Son la luz que alumbra su vida, aunque en el fondo no se apaga la pequeña lucecita de esperanza de volver a ver a alguien de sus parientes.Ignora si su familia lo buscó o no, ya adulto, José preguntó el el hospicio si tenían noticias, nunca averiguó nada.Estudió una carrera técnica como mecánico, pero trabaja en un negocio que vende acero y en la construcción de la capilla San Rafael en el Circuito Loma Sur, en Tonalá. No ha tenido una vida fácil y cuando se le pregunta si tuvo malas experiencias en su niñez y juventud desvía de nuevo la mirada hacia el altar.

Quiere recordar lo bueno, separar sus memorias de angustia de las alegrías que pudo tener tanto en el hospicio, la escuela, con su familia adoptiva o cuando se fue a vivir solo.

Dicen que saber olvidar lo malo también es tener memoria. José Cabañas sabe bien qué es lo que quiere volver a recordar y qué no, aunque no lo diga.




Publicado en MURAL, algún día del mes pasado (Versión editada)

domingo, 1 de julio de 2007

¡Ah pinche disco tan bonito!

Para Ady, mami metalera y ejemplo de fortaleza y tenacidad. Firme creyente en el apostolado de buscar la luz al final del túnel. Gracias por tu amistad a prueba de años y distancias.

La bronca de que le quepan un montón de cosas a un Ipod es que uno ya no sabe ni lo que tiene. Así me pasó con el disquito de Mika, Life in cartoon motion, que estaba escondido desde hace unas semanas. Tuvo que llegar Aréchiga para recordarme lo que era esa joyita del pop. Bonito, sabroso.

Escuchar a Mika me pone feliz. El guey canta con singular jocosidad hasta las letras tristes, puede escucharse una rolita de letras apachurradoras como Happy Ending y la melancolía se torna en alegría. Hasta pareciera que está oyendo uno una canción de bienvenida con todo y fanfarrias. Pura miel y florecitas destilando en una pieza que en realidad habla de un adiós. Echen un vistazo ( o mas bien una orejeada) abajo.






Este rechazado de los reality shows musicales tan en boga demuestra que el que es perico donde quiera es verde y nomás falta que el chiflen la tonada para arrancarse a brinquitos, alegrarnos el día y recordarnos que a pesar de los malos humores siempre existe el breve espacio para creer que todo se pondrá mejor. Aunque sea metiéndose una tacha, jejeje.

Relax
There is an answer to the darkest times.
It’s clear we don’t understand
but the last thing on my mind

Is to leave you.
I believe that we’re in this together.
Don’t scream – there are so many roads left.


La descripción de este disquito la hace mucho mejor Gustavo Aréchiga en Índigo (con todo y tu micrófono de tres pesos, vato)yo lo sintetizo así:

¡Ah que pinche disco tan bonito, carajo!

Disfruten este video, saquen sus pasitos domingueros, échenle un cinco al piano y que siga el vacilón
¡Ea!