jueves, 28 de junio de 2007

Despedidas con caché



Hasta para colgar los tenis uno tiene que tener gracia. Como dijo una novia mía: “que todo se pierda, menos el glamour”. Los epitafios suelen ser frases cursis, última demostración de vanidad disfrazada en una humildemente falsa cita sobre la helada lápida, sin embargo, hay verdaderos valientes que afrontan con afortunado humor y sabiduría el hecho de ponerse la pijama de madera o cosechar rábanos desde abajo.

Estos son algunos ejemplos de que la muerte también puede ser cosa de risa. No me consta que todos se hayan escrito sobre las tumbas de sus creadores, pero eso es lo de menos. Alguna vez comenté que cuando muriera yo quería que me enrollaran en un petate y me pusieran debajo de una maceta para seguir produciendo, aunque fuera abono. Me parecía de más clase que dejar como última voluntad que pusieran mis cenizas en un Tupperware, como dijo Julio Haro, el brillante vocalista de El Personal.
Disfruten ustedes de este humor de ultratumba.





Y para comenzar, una imagen de la tumba de Mel Blanc, padre de las voces de muchas caricaturas famosas, entre ellas Bugs Bunny y su famosísima frase: “Eso es todo amigos”.


Y aquí un clásico del genial Groucho:

"Disculpe que no me levante".

Groucho Marx



"Si no viví más, fue por que no me dio tiempo".
El Marqués de Sade



«Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo». Miguel de Unamuno



«No es que yo fuera superior. Es que los demás eran inferiores». Orson Welles







"Aquí yace Molière el rey de los actores.
En estos momentos hace de muerto
y de verdad que lo hace bien."
de Molière para si mismo

"
"Aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad y todas las virtudes de un hombre sin sus vicios." de Lord Byron para su perro “Botswain".


Enrique Jardiel Poncela: “Si queréis los mayores elogios, moríos”.





Francis Scott Fitzgerald dejó escrito para su epitafio: “Estuve borracho muchos años, después me morí”.


Alfred Hitchcock pensó en su epitafio: "Esto es lo que le pasa a los chicos malos". Nadie se atrevió a ponerlo





“Al enterrarme, ponganme boca abajo
Siempre he mirado para el otro lado”.
Diógenes

“ Aquí yace Milko Jones Sin labios, es pura sonrisa”.


“RIP, RIP, ¡HURRA!”

Groucho Marx (a su suegra)



“Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga.”
Johann Sebastian Bach


“No estoy de acuerdo.”
Joaquín Sabina





(Ya sé, no se ha muerto, pero este ha escogido)

lunes, 25 de junio de 2007

¡Feliz como una lombriz!

Este es el artículo original publicado originalmente por el diario español "El Mundo" sobre un estudio para medir la felicidad, esa sensación que para algunos puede ser tan difícil encontrar a veces como solucionar una ecuación de tercer grado. Buen provecho. A ver si se nos pega algo.





Declarado el hombre más feliz del planeta

Es más feliz que usted, seguro. Mucho más. Matthieu Ricard obtuvo una nota inalcanzable en un estudio sobre el cerebro realizado por la Universidad de Wisconsin (EEUU). Los especialistas en neurociencia afectiva le nombraron «el hombre más feliz de la Tierra». A sus 61 años, quien hoy es asesor personal del Dalai Lama tiene una vida digna de un guión de cine. Biólogo molecular, hijo de un filósofo ateo, dejó su carrera por abrazar al budismo.





Por David Jiménez
Fotografías de Neema Frederic



¿Una bonita casa en la playa? Matthieu Ricard prefiere el monasterio apartado de toda civilización donde vive, en las montañas de Nepal. ¿Una cuenta bancaria boyante? Ha entregado todo el dinero de las ventas de sus libros a la caridad. ¿Quizá un matrimonio bien avenido o una excitante vida sexual? Tampoco: a los 30 años decidió acogerse al celibato y dice cumplirlo sin descuidos. En realidad, Matthieu Ricard carece de todas las cosas que los demás perseguimos con el convencimiento de que nos harán un poco más felices. Y sin embargo, este francés de 61 años, biólogo molecular hasta que decidió dejarlo todo y seguir el camino de Buda, es más feliz que usted y yo. Mucho más feliz. El más feliz.

Científicos de la Universidad de Wisconsin llevan años estudiando el cerebro del asesor personal del Dalai Lama dentro de un proyecto en el que la cabeza de Ricard ha sido sometida a constantes resonancias magnéticas nucleares, en sesiones de hasta tres horas de duración. Su cerebro fue conectado a 256 sensores para detectar su nivel de estrés, irritabilidad, enfado, placer, satisfacción y así con decenas de sensaciones diferentes.

Los resultados fueron comparados con los obtenidos en cientos de voluntarios cuya felicidad fue clasificada en niveles que iban del 0.3 (muy infeliz) a -0.3 (muy feliz). Matthieu Ricard logró -0.45, desbordando los límites previstos en el estudio, superando todos los registros anteriores y ganándose un título –«el hombre más feliz de la tierra»– que él mismo no termina de aceptar. ¿Está también la modestia ligada a la felicidad? El monje prefiere limitarse a resaltar que efectivamente la cantidad de «emociones positivas» que produce su cerebro está «muy lejos de los parámetros normales».

El problema de aceptar que Ricard es el hombre más contento y satisfecho del mundo es que nos deja a la mayoría en el lado equivocado de la vida. Si un monje que pasa la mayor parte de su tiempo en la contemplación y que carece de bienes materiales es capaz de alcanzar la dicha absoluta, ¿no nos estaremos equivocando quienes seguimos centrando nuestros esfuerzos en un trabajo mejor, un coche más grande o una pareja más estupenda?

Los trabajos sobre la felicidad del profesor Richard J. Davidson, del Laboratorio de Neurociencia Afectiva de la Universidad de Wisconsin, se basan en el descubrimiento de que la mente es un órgano en constante evolución y, por lo tanto, moldeable. «La plasticidad de la mente», en palabras del científico estadounidense, cuyo estudio es el quinto más consultado por la comunidad investigadora internacional.

Los científicos han logrado probar que la corteza cerebral izquierda concentra las sensaciones placenteras, mientras el lado derecho recoge aquellas que motivan depresión, ansiedad o miedo. «La relación entre el córtex izquierdo y el derecho del cerebro puede ser medida y la relación entre ambas sirve para representar el temperamento de una persona», asegura Ricard, que durante sus resonancias magnéticas mostró una actividad inusual en su lado izquierdo.


Los neurocientíficos americanos no creen que sea casualidad que durante los estudios llevados a cabo por Davidson los mayores registros de felicidad fueran detectados siempre en monjes budistas que practican la meditación diariamente. Ricard lo explica en la capacidad de los religiosos de explotar esa «plasticidad cerebral» para alejar los pensamientos negativos y concentrarse sólo en los positivos. La idea detrás de ese concepto es que la felicidad es algo que se puede aprender, desarrollar, entrenar, mantener en forma y, lo que es más improbable, alcanzar definitivamente y sin condiciones.

Éxtasis mental. Lograr el objetivo de la dicha no es fácil. Ricard ha escrito una decena de libros –estos días combina sus retiros espirituales con la promoción de su obra Happiness en el mundo anglosajón– y cientos de artículos tratando de mostrar el camino y, aunque la mayoría de sus obras se han convertido en éxitos editoriales, el propio autor descarta que su lectura garantice el éxito. Al igual que un logro en atletismo o en la vida laboral, el cambio sólo es posible con esfuerzo y tenacidad, pero Ricard asegura que todo habrá merecido la pena una vez se alcanza el estado de éxtasis mental que logran los elegidos. En su Defensa de la felicidad (Urano), la traducción de su último libro publicado en España, el monje explica cómo nuestra vida puede ser transformada incluso a través de variaciones mínimas en la manera en que manejamos nuestros pensamientos y «percibimos el mundo que nos rodea».

Es un viaje hacia el interior de uno mismo que Matthieu Ricard recorrió contra todo pronóstico. Nacido en París en 1946, el «monje feliz», como se le conoce en todo el mundo, creció en un ambiente ilustrado. Su padre, Jean-François Revel, fue un reconocido escritor, filósofo y miembro de la Academia Francesa que reúne a la elite intelectual del país galo. Su madre dedicó gran parte de su vida profesional a la pintura surrealista y tuvo un gran éxito antes de convertirse también ella en monja budista. Ricard vivió en su juventud los excesos propios del París de los años 60 y tras terminar sus estudios de secundaria se decidió por las ciencias. Hizo su doctorado en genética celular en el Instituto Pasteur de París y trabajó con el premio Nobel de medicina François Jacob. Parecía destinado a convertirse en uno de los grandes investigadores del campo de la biología cuando le dio a su padre el disgusto de su vida.

El estudio de textos budistas desencadenó una llamada espiritual que le llevó a dejarlo todo. Decidió que el laboratorio no era lo suyo y partió hacia el Himalaya para hacerse discípulo de Kangyur Rinpoche, un histórico maestro tibetano de la tradición Nyingma, la más ancestral escuela del budismo. Era 1972 y las próximas tres décadas de este francés de carácter suave y cultura exquisita –el único europeo que lee, habla y traduce el tibetano clásico– iban a ser dignas del mejor guión de una película.

Tras estudiar con los grandes maestros del budismo, pasar meses en retiros y recorrer los pueblos del Himalaya, conoció al Dalai Lama y en 1989 se convirtió en uno de sus principales asesores y en su traductor al francés. Su posición como mano derecha del Señor de la Compasión le ha convertido en la figura budista occidental más influyente del mundo y llevaron al gobierno francés a concederle la Orden Nacional Francesa.

La vida elegida por Ricard le enfrentó a los ideales en los que se había formado y al ateísmo de su padre. Ambos decidieron discutir sus diferencias en El monje y el fisólofo, un diálogo que sólo en Francia vendió 500.000 copias y en el que la búsqueda de la felicidad está presente en cada capítulo. «Tenía muchas esperanzas en su futuro profesional y me parecía una lástima que abandonara [su carrera científica]. Después me di cuenta de que había transferido su espíritu científico al estudio del budismo», decía el padre antes de morir, una vez hubo aceptado la elección de Matthieu.

La idea de Ricard de ofrecerse para los estudios de la mente que llevaba a cabo la Universidad de Wisconsin estuvo influenciada por el propio Dalai Lama, que durante años ha colaborado con científicos occidentales, facilitando el análisis cerebral de los monjes y su capacidad de aislar la mente durante las sesiones de meditación. Uno de los aspectos que más ha fascinado a los investigadores es la capacidad de los monjes de suprimir sentimientos que hasta ahora creíamos inevitables en la condición humana: el enfado, el odio o la avaricia. El estudio de sus cerebros demuestra una capacidad extraordinaria para controlar sus impulsos basados en el principio de que Buda no prometió a sus seguidores la salvación en el cielo, sólo el final de sus sufrimientos en la tierra si lograban controlar sus deseos. Para muchos ese ha sido uno de los puntos flacos del budismo: la limitación de las ambiciones personales y la pasividad.

Ricard suele acudir a una anécdota del Dalai Lama para negar que el control de los impulsos negativos sea igual a pasividad o falta de respuesta, por ejemplo ante un crimen o un genocidio. «Alguien le preguntó en una ocasión al Dalai Lama qué haría si alguien entra en una habitación para matar a todos los presentes. Su respuesta irónica fue: «Empezaría por dispararle a las piernas. Y si eso no funciona, apuntaría a la cabeza».

Ricard cree que el problema es que nuestros sentimientos negativos hacia otras personas no están a menudo justificados, sino que los hemos creado nosotros en nuestra mente de forma artificial como respuesta a nuestras propias frustraciones. Y ése es uno de los impulsos que el monje francés piensa que hay que aprender a controlar si se quiere ser feliz. Para el escritor, la felicidad es «un tesoro escondido en lo más profundo de cada persona». Atraparla es cuestión de práctica y fuerza de voluntad, no de bienes materiales, poder o belleza. Los que llegan al final del viaje y logran la serenidad que lleva a la dicha, asegura Ricard, sienten lo mismo que «un pájaro cuando es liberado de su jaula».

Satisfacción filipina. Tampoco es necesario leer a este hijo adoptivo de Buda o retirarse a un templo en el Himalaya para comprobar que el «dinero no da la felicidad». Los habitantes de las barriadas pobres de Manila se muestran, a pesar de sus dificultades, aparentemente más contentos que los tiburones financieros de la vecina y multimillonaria Hong Kong. Cada vez que se hace una encuesta sobre felicidad global, los filipinos aparecen entre los pueblos más satisfechos. Ni la pobreza ni el hecho de que su país haya sido declarado el «lugar del mundo más afectado por los desastres naturales» por el Centro para la Investigación y Epidemiología de Desastres parecen afectar su visión positiva de la vida. Su intensa vida social y familiar compensa penurias privaciones. Los honkoneses, con una renta per cápita 20 veces mayor, aparecen sistemáticamente en los últimos lugares en los mismos sondeos de felicidad. La presión consumista, el estrés y el deterioro de las relaciones sociales figuran entre las causas de insatisfacción más citadas por los ciudadanos. Todo el desarrollo y el dinero del mundo no han logrado levantar el ánimo de la Nueva York de Asia.

Matthieu Ricard ve en resultados como éste la prueba de que cualquiera, no importa las desgracias que haya vivido, puede alcanzar la felicidad si cambia el chip mental que a menudo nos hace detenernos en los aspectos negativos de la existencia. Incluso la pérdida de los seres queridos puede sobrellevarse con relativa facilidad si se afronta la muerte desde una perspectiva nueva, menos centrada en su dramatismo. «Mi padre murió el año pasado a los 82 años. Como dependía tanto de su brillantez intelectual, cuando se vio limitado se desanimó», asegura el monje, para quien la muerte de quienes nos rodean debe ser aceptada como un paso más en el ciclo natural de la vida y no necesariamente como un episodio triste. «El mejor homenaje que podemos ofrecer a los que ya no están con nosotros es vivir la vida de forma constructiva, ser conscientes de que nacemos solos y morimos solos. ¿Por qué no sentir que cada ser humano es nuestro familiar, que cada casa es nuestro hogar?».

Los investigadores que han estado analizando las emociones de Ricard creen que los resultados podrían servir para paliar enfermedades como la depresión y llevar a la gente a entrenar una mente saludable de la misma forma que hoy se acude al gimnasio a mejorar la forma física. Más aún, si como sugiere Ricard, una de las claves de la satisfacción personal es el control y la supresión de instintos negativos como el odio, y si existe una forma de limitarlos, estaríamos ante la posibilidad de mejorar la condición humana y enmendar sus peores defectos.

Por supuesto son muchos los que apuntan a la inocencia y la sobredosis de utopía que supone pensar en una aldea global en la que todo el mundo perdona a los demás y nadie se enfada con nadie, un mundo basado en las buenas maneras y sentimientos, sin guerras ni luchas de poder. El monje francés responde a quienes dudan con la pregunta que mejor define su visión de la vida: «¿Acaso quieres vivir una vida en la que tu felicidad dependa de otras personas?».

Matthieu Ricard no quiere. Por eso en lugar de una casa en la playa ha elegido una vida contemplativa en el monasterio nepalí de Shechen; por eso ha regalado los millones de euros procedentes de sus libros (se han vendido millones de copias en todo el mundo y han sido traducidos a una decena de lenguas); y quizá por eso ha evitado los conflictos propios de la vida matrimonial. El «hombre más feliz del mundo» no sugiere que todo el mundo haga lo mismo para encontrar la dicha. Sólo que aprendamos que la deseada casa de la playa, los millones en el banco o esa pareja tan atractiva tampoco nos conducirán a ella. Aprender a contentarnos con lo que tenemos quizá sí.

Vejez: Cuando la agudeza mental y la acción disminuyen, es tiempo de experimentar y manifestar cariño, afecto, amor y comprensión.
Muerte: Forma parte de la vida, rebelarse es ir contra la propia naturaleza de la existencia. Sólo hay un camino: aceptarla.
Soledad :existe una manera de no sentirse abandonado: percibir a todos los hombres como parte de nuestra familia.
Alegría: Está dentro de cada uno de nosotros. Sólo hay que mirar en nuestro interior, encontrarla y transmitirla.
Identidad: No es la imagen que tenemos de nosotros mismos, ni la que proyectamos. Es nuestra naturaleza más profunda, ésa que nos hace ser buenos y cariñosos con quienes nos rodean.
Conflictos de pareja minimizarlos. Es muy difícil pelearse con alguien que no busca la confrontación.
Familia: Requiere el esfuerzo constante de cada uno de sus miembros, ser generoso y reducir nuestro nivel de exigencia.
Deterioro físico: Hay que aprender a valorarlo positivamente. Verlo como el principio de una nueva vida y no el principio del fin.
Relaciones sociales: Es más fácil estar de buen humor que discutir y enfadarse. Lo ideal es seguir siendo como somos y utilizar siempre que podamos la franqueza y la amabilidad.
Felicidad: Si la buscamos en el sitio equivocado, estaremos convencidos de que no existe cuando no la encontremos allí.
Su última obra traducida al español: «Defensa de la felicidad» (Urano).

jueves, 14 de junio de 2007

¡Ah qué la chinada!

De verdad que los orientales se cuecen aparte. ¡Qué bárbaros!, como decía un amigo: ¡Lo que hace la gente por salir en la tele!

Diviértanse un rato con esta variación del Tetris, aderezada con japonesitos flexibles y buenos pa' aguantar zangoloteos. Se vale ser politicamente incorrecto y cagarse de la risa.

o ¿Usted qué opina?

domingo, 10 de junio de 2007

Me verás volver...


Guadalajara, Jalisco. 12 de noviembre del 2007


No importa que quien por llevar la contra dirá que es sólo un regreso por dinero. Por mí, que se forren de billetes a nuestras costillas.
No importa que no vayan a sacar un disco nuevo.
No importa si sólo dan un concierto en México.
No importa si mis tarjetas de crédito están sobrecargadas.
No importa el día ni la hora.

Lo único que me importa es que Soda Stereo estará de regreso a revolverme las tripas. Y D.M. ahí estaré.







Allá cada quien si se lo pierden...

domingo, 3 de junio de 2007

¡¡¡¡Pura miel, señores!!!

Hoy comencé a ver una nueva serie que me recomendaron: House MD. Alguien que sabe que soy buen seguidor de las series gringas me dijo que no debía perderme ésta, que es la historia de un doctor lisiado, que es un verdadero genio en la medicina. Me dijeron que me parecía a él, no por lo brillante claro, sino por el humor negro y la ironía que destila por los poros. Los que me conocen saben que eso es absolutamente falso, sería yo incapaz de reirme de las tragedias ajenas.

El caso es que el tema de dicha serie es una de las canciones más hermosas que nos ha dado el Reino Unido, me refiero a Teardrop, la pieza de Massive Attack cantada por la vocalista de Cocteau Twins, Elizabeth Fraser.

Escucho la canción que la Fraser grabó estando embarazada y me conmuevo, me aislo y me sumo en la paz que arroja a borbotones la melodía. Si hay una rola que sirva para amansar bestias, es este monumento sónico, poesía de pentagrama, tecladazos ejecutados con la maestría de quien no toca, sino acaricia un piano acompañado por un pálpito electrónico de un corazón cibernético que sin embargo, transmite vida. Teardrop es la perfección de unos vatos locos que no sólo hicieron música, sino que exhalaron una ternura indescriptible en una canción entonada por una mujer que la canta desde lo más profundo de su vientre y alma.

Además, el video es una maravilla.

Disfrútenla.


viernes, 1 de junio de 2007

Una canción que se apaga

Foto: Catalan Art


Hablando de mujeres y traiciones...
La difícil y brutal labor de los días enteriores me hizo recordar aquellos centros nocturnos de antaño, cuyas puertas cerradas y cortinas de terciopelo significaban para nosotros los pubertos el paraíso escondido, sólo franqueable a los elegidos con cartilla militar en mano.
Alguna vez escribí sobre esos recintos benditos tapizados de pecados y confesiones, como me dijo un parroquiano alguna vez: los templos del placer donde las culpas y residuos de la fiesta se quitaban a penicilazo limpio.
No me tocaron esas épocas, pero sí fui testigo de la decadencia de algunos de ellos, superados por modernos table dances que son como los supermercados de hoy en día, servicio rápido y aséptico, hoy, la globalización también le llegó al strip tease. Hoy los "sexys" se venden por docena y sin sonrisas de por medio.
Se acabó el tradicional platillo de las carnes en su tubo.
Esto se escribió hace un par de años...


Cambian las apariencias pero el fondo sigue siendo casi el mismo, en estos tiempos de competencia desenfrenada entre los centros nocturnos y los table dance que existen en la ciudad, la zona roja del oriente de la ciudad se resiste a morir y abandonarse en un recuerdo de arrabal y burlesque en la mente de los tapatíos como canción que nunca ha de faltar.

¡Arrrrrooooozzz!

Siento una pena muy honda
dentro del alma
quiero ahogarla con vino
y caricias de amor

Aunque los cambios son palpables aún flota en el ambiente el tufo de las historias de nota roja que deambulan por el lugar. Desaparecieron las cortinas de terciopelo que adornaban los espacios semiprivados, se cambió de lugar la barra para abrirle paso a los espejos y los focos en fila en los bordes de las estructuras que recuerdan a las escenografías ochenteras de “Siempre en Domingo”, las luminarias del encuere bajan por las escaleras cristalizadas envueltas en chaquira y lentejuela, franqueadas por elefantes de cartón pegados aleatoriamente con cinta diurex sobre los espejos en las paredes.

Permanecen los pequeños volcanes esculpidos en el techo, el escenario ha sido pintado de blanco y despojado de artículos decorativos, ya sólo queda la carne que se mueve sobre las tablas y entre los tubos. No hay otros objetos distractores de pupila, el ojo se clava en la bailarina en turno, que como es tradicional, sucumbe al ritmo acelerado para terminar desnuda en la última estrofa de una de las baladas que se repiten hasta la saciedad de los strip tease. Las miradas lujuriosas de los voyeuristas se mezclan con las de aburrimiento de las bailarinas, el paso siguiente, uno, dos, tres, cae el brassiere ¡Cha cha chá! la rutina mecánica del baile repetitivo, cachondez plástica por la repetición de rituales.

Mi vida no tiene remedio
perdido ya estoy
En este medio maldito
de amargura y dolor


La zona roja aún respira, pero con tanque de oxígeno, atrás han quedado los grandes espectáculos que reanimaban el ambiente nocturno en el oriente de Guadalajara. El lugar luce desolado, parejas aisladas en unas cuantas mesas dan cuenta de la debacle del centro nocturno. Las risas y expresiones de jolgorio que se repetían casi mecánicamente mesa tras mesa, allá “en los buenos tiempos” han sido cambiadas por los escasos parroquianos que no pierden fuerzas hablando mientras las manos sigan moviéndose sobre la geografía epidérmica de esa mujer que por unos instantes y unos pesos, será la mejor amiga que han tenido en sus vidas.

Son las mismas escenas de antes, y sin embargo, el ambiente se siente diferente, serán las mesas solas, será la mirada en las mujeres que denotaban la preocupación por la jornada poco redituable para ellas, serán los meseros que te dicen que no pueden competir con los modernos table dances que se han instalado en la periferia de la ciudad; será que se ha perdido el encanto por traspasar el límite prohibido que aceleraba la adrenalina cuando más joven llegabas con la mirada turbia a reflejar el júbilo de la vida nocturna recién descubierta con la cartilla recién liberada esperando salir a la vista del vigilante de la entrada.

Andrea, una costarricense recién llegada a la ciudad, no conoce a nada ni a nadie, dice que la tratan bien, en la parte superior del centro nocturno hay una área de dormitorios donde duerme junto con otras compañeras del país tico; tiene 20 años pero deja ver que la vida se ha encargado de despojarla de vestigios de esperanzas e inocencias, se toma una cerveza que le dejará una ganancia de 45 pesos, y se deja llevar por la conversación sin tapujos ni ataduras, Los dos sabemos de antemano que la charla durará lo que aguante la capacidad del bolsillo. Así es el procedimiento.

Amor de cabaret
que no es sincero
Amor de cabaret
que se paga con dinero

El ocaso se acerca al Guadalajara de día en pleno amanecer del siglo 21, avanza con la oscuridad del olvido sobre el legendario lugar, la ciudad extrañará las historias y anécdotas que recorrían de boca en boca toda la zona metropolitana.

La mercadotecnia y la ley de la oferta y la demanda también influyen en los estímulos carnales, ¡cómo no!

Adiós al pregón famoso que decía: ¡Soy flor de fango, carne de cabaret!, ¡Que paguen con diamantes mis pecados! , Adiós a las bailarinas que se deslizan por los tubos con una gracia que envidiaría cualquier volador de Papantla. Adiós a las terapeutas de la conducta que noche a noche escuchan penas y desahogos. Adiós a la zona roja de Guadalajara, la parte mas visitada y oculta de la otrora noble y leal ciudad, el burlesque se apaga con la canción.

Amor de cabaret
que poco a poco me mata
sin embargo yo quiero
Amor de cabaret.