sábado, 27 de octubre de 2007

Serial killers y burocracia

Ahora que están de moda los asesinos seriales, como el mordisqueador de novias del DF, les dejo aquí una reseñita de Abril Rojo, de Santiago Roncagliolo, que ganó el Alfaguara con una novela que amontona balazos, sincretismos y cadáveres, dejando ver que la burocracia del tercer mundo del continente es una chulada para deschavetados que tienen en el papeleo al mejor de sus cómplices.

Espero les guste y se animen a leer el libro, que no es un monumento a la literatura, pero se disfruta y se lee sabroso. Después de todo, la literatura es algo que debe gozarse, ¡¡pos cómo no!!



La muerte puede consistir en ir perdiendo la costumbre de vivir.

La cita del escritor español César González-Ruano es aplicable a la nueva y premiada novela del peruano Santiago Roncagliolo. Abril Rojo pone a la muerte como protagonista, pero vestida con diversas tonalidades, ágil, cruel, altanera y curiosamente exégeta de la vida.

Los recuerdos no tienen fecha de caducidad, parece decir Roncagliolo a través de sus personajes, encabezados por un hombre gris, prototipo de la mediocridad cuya vida tiene menos cosas que contar que los cadáveres mutilados que se va encontrando en su camino, como despojos de una memoria que todo mundo quisiera enterrar de una vez por todas.

El pasado asusta porque resucita, los muertos cohabitan en los sueños y se alimentan de los remordimientos, da lo mismo si lo que detona la tragedia es el terrorismo, la política o la religión. En este relato no hay héroes, a los autoeregidos en salvadores se los escabecharon con singular desparpajo, con todo y villanos y testigos, con la arrogante justificación de que el bien común se antepone ante cualquier comezón moral o ética.

Mezcla de género noir campechaneado con sociología, el autor, a través de un lenguaje directo, en una prosa sin complicaciones, conduce al lector por un viaje rebosante de imágenes trágicas, pero que rayan en una obscena ironía. La línea argumental basada en un serial killer tercermundista le agrega a la trama el espíritu del absurdo: la burocracia como infalible diluyente de las huellas del homicida. La novela podría provocar ternura hacia los agentes del ministerio público.

En un escenario en que Hercules Poirot se hubiera vuelto loco ante tantas pachorras y oficios que llenar, es al Fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldívar a quien le cae entre manos un espinoso asunto: un asesino anda suelto en la región de Ayacucho, y en plena semana santa se encuentra en medio de un purgatorio individual: la muerte que asola su área de trabajo lo despierta de su letargo para darse cuenta de que está vivo, pero no tiene absolutamente ningún motivo para agradecerlo.

No hay que desenterrar a los muertos, aunque no se aguante su hedor. Peor que la nostalgia es el resentimiento. La sombra de Sendero Luminoso aparece como el espectro culpable de todos los males habidos y por haber. La caza de terroristas usada por las autoridades como patente de corso para corromper, lastimar y sobre todo, meter el miedo que tanto sirve a la hora de acallar conciencias también se sintió en el Cono Sur.

Las dictaduras, los abusos y los excesos son temas que siguen lastimando al continente, Roncagliolo los explota para armar la novela que dijo, siempre quiso escribir. Los crímenes monstruosos, el pecado como sal de la religión insípida, la celebración de la muerte como única explosión jubilosa para festejar a la vida. El dolor como testimonio de la existencia. Abril Rojo expone tanto a los cuerpos inmóviles como a los muertos que aún respiran, que caminan por el mundo en calidad de vegetales ambulantes, ser, pero sin estar. Anclados a memorias fallecidas, al anhelo de creer que lo que sucedió siempre será mejor que lo que está por ocurrir ¡y ay de aquel que llegue a convencerse de ello!

Eso sí da miedo.

Porque, como bien dice el autor: hay que tener un presente para no tener que recordar el pasado.