domingo, 20 de abril de 2008

258 días para conseguir pareja


En websfera cultivo mi capacidad de asombro. Entre la mar de información sobresalen a veces pequeños barquitos de papel con inscripciones sorprendentes a los costados. Los blogs son pequeños mundos, absurdos y mágicos, sorprendentes y aburridos. Hay de todo, como en botica, pero de vez en cuando uno tiene la afortunada oportunidad de encontrarse cosas verdaderamente sabrosas.

No sé si lo que se cuenta es verdad, y la verdad me importa un rábano, pero el blog ciega a citas me tiene emocionado, quizá es su estilo dessenfadado, simple y directo, a lo mejor lo que me gusta es el despaspajo con que se diseccionan las relaciones normales. No lo sé ni me importa, pero el blog de una periodista que tiene 258 días para conseguir novio y no acudir sola a la boda de su hermana me tiene bien prendido de sus aventuras.

No hay principes ni millonarios, no hay mujeres sofisticadas y salpicadas de glamour de revista fina. Aquí hay personajes comunes y corrientes que aman sufren y le batallan con la vida cotidiana, como tu, como yo. Con traiciones y solidaridad, fracasos y triunfos. Las historias son pegajosas porque nos identifican. Bien decían: lo importante no es el cuento, sino quien lo cuenta.

No dejen de darse una vuelta por este blog, creo que les va a gustar, y mucho.

De probadita les dejo el primer post:

Never the bride

November 1st, 2007 · 19 Comments

Ayer tendría que haber matado a mi madre y a mi hermana, pero en vez de apuñalarlas, me comí medio lemon pie y lloré.

Mi hermana menor se casa en nueve meses y ayer a la noche nos invitó a cenar a su casa para contarnos (Igual creo que mi mamá ya sabía). Brindamos, comimos cosas ricas (yo demasiadas) discutimos un poco, hablamos de tipos de fiestas, vestidos, menúes. De las cosas típicas. Todo fue relativamente lindo (y eso es mucho viniendo de mi familia). Pero duró poco (lo lindo). De repente, sin querer, cuando estaba en el baño pegado a la cocina lavándome las manos, escuché a lo lejos una conversación que me dejó muda hasta ahora, que estoy escribiendo esto, y que por fin pude ordenar un poco las ideas y pensar en qué voy a hacer.

Mi mamá le decía a mi hermana que esta boda iba a a ser muy difícil para mí, porque yo era la mayor. Que yo tenía el peor trabajo (soy periodista y gano una miseria, es cierto), que no tenía pareja (¡ella qué sabe!), que estaba gorda (Mmm, 12 kilos, ponele), que mi vida era un desastre. Y que encima, seguramente iba a tener que ir sola al casamiento, lo que iba a ser “doblemente triste para mí y para toda mi familia que siempre me ve llegar sola, deprimida y vestida de negro a todos lados”. Mi hermana le chistó, le dijo que cómo sabía ella que yo iba a ir sola. Mi mamá le dijo que lo sabía. Mi hermana le dijo que no. Mi mamá que sí. Mi hermana que no. Y la conversación fue subiendo de tono, hasta que (lo tipeo y no lo creo), mi mamá dijo que le apostaba que si yo no iba sola, deprimida, y vestida de negro (¿Qué tiene el negro de malo?) ella pagaba toda la fiesta (ahora paga solo la parte de mi hermana).
Y dijo la palabra “apuesta” (¡Apuesta!). De hecho, cuando salí del baño se estaban dando la mano.

Hice que me iba para el living, pero me quedé en el pasilllito, y como pensé, siguieron hablando. Mi mamá le dijo que no valía si llevaba un “candidato prestado”, es decir, (cito textual): “compañeros de trabajo, amigos putos, gente que me hacía el favor de ir conmigo (keyword: favor)”. Que tenía que ser un novio o un candidato en serio.

Después habló un rato largo sobre mí, pero no me puedo acordar que dijo, por más de que me esfuerzo. Sé que dijo “gorda puede ir, eso no importa tanto” (¿Tanto?) y listo. Me tuve que apoyar en la pared porque sentía que me caía al piso. Fue, (no sé por qué hago este símil) como descubrir que era adoptada, o algo así. Inmediatamente (e inexplicablemente) fui a la mesa, me senté (blanca como un papel) y me comí 2 porciones de lemon pie en 3 minutos, ante la mirada absorta de mi madre, que servía el té (escandalizada). Sabía que tenía merengue en los labios y me lo dejé. No me importaba. Si entraban ladrones en ese momento creo que ni corría. Me quedaba ahí a dejarme morir.




lunes, 7 de abril de 2008

¿Perdonar es divino?

El genio Cerati lo decía en su canción, y recordé este estupendo poema de Carlos Rivas Larrauri donde se habla de esa fuerza que compone a hebras el cariño y que puede romper cualquier prejuicio, vencer cualquier orgullo. Es una joyita... verdá de Dios...

PD: La pintura es de Antonio Mártínez Guzmán, tan arandense, excéntrico y revolucionado, como yo.

PUÉ QUE ME RAJARA



(Carlos Rivas Larrauri)


¿Que vaya yo a verla?... ¡Ni manque esté loco!

¡Antes qu'ir a verla... primero me matan!

Pa mi, como muerta;

a mí no m'importa qu'esté güena o mala;

yo no tenga culpa

de lo que le pasa...

Y... mira, mi cuate, por lo que más queras,

no güelvas a hablarme d'esa desgraciada;

ni quero oir su nombre,

ni quero ya d'ella saber ni palabra...

Tú sabes, mi hermano, que yo la quería

con todita mi alma;

harto a ti te costa qui a naide en el mundo,

crioque ni a mi madre, ni a mi madre santa

he querido tanto

como áquella ingrata!...

¿Pa quién trabajando me pasaba el día?...

¿Pa quién era todo lo que yo ganaba?...

¿Pa quién mi cariño?

¿Pa quién mi costancia?...

Y aluego... ¿pa qué? Dimpués di todo eso,

ya vites, manito, cómo jué la paga...

Dendi antes, muncho antes

qu'ella se largara,

yo vide clarito que ya mi cariño

no le daba di ala;

yo vide clarito qu'estaba a desgusto;

ya no era la mesma mujer de su casa;

ya era sólo el lujo

lo que le cuadraba...

Y como soy probe,

y pa ella era poco lo que yo ganaba,

no quiso la endina seguir siendo güena,

no quiso la endina seguir siendo honrada,

s'echó pa la calle... se tiró a la vida...

y jué una de tantas...

Y ora que han pasado

dos años di qui anda

rodando y rodando mesmamente como

si juera una hilacha;

ora qu'está probe;

ora qu'está mala;

ora que no tiene quíen se ocupe d'ella,

ni quíen se priocupe de lo que le pasa;

ora que ricuerda que cuando era güena

nada le faltaba,

ora es cuando quere que yo la perdone

y que vaya a verla, pero... ¡qué esperanzas!

¡Antes qu'ir a verla...

primero me matan!

Pero... oye, manito... aguárdati un pelo;

hazme una valona antes que te vayas:

di ai sobre la mesa agarra esos jierros,

son los de mi raya...

Llévaselos todos... llévaselos luego...

¡no vaya a ser cosa de que li hagan falta...!

Pero eso sí; júrame que no has de decirle

de mí una palabra...

No quero que sepa que mi ocupo d'ella...

No quero que sepa ni quien se los manda,

porque si si alivia, pué ser que algún día,

la muy atascada,

si alcanzara el punto de venir a verme

pa darme las gracias...

Y si viene a verme y en sus ojos prietos

~más prietos que su alma~,

deviso que bulle

siquera una lágrima...

pué que me ricuerde de cuando la quise

con todita mi alma;

pué que me ricuerde que sólo vivía

resollando el aigre qu'ella resollaba;

pué ser que de nuevo

me buiga esta cháchara,

y manque he jurado que nada ni naide,

por nada del mundo, mi hará perdonarla,

si ansina sucede... si ansina ricuerdo...

si miro en sus ojos siquera una lágrima...

antonces, mi cuate... ¿pa qué he d'engañarte?

¡Manque soy muy hombre... pué que me rajara!.

.

viernes, 4 de abril de 2008

Toda una historia de amor tipo Bollywood

Esta columna se publicó en el Grupo Reforma el día de hoy y es una muy amena anécdota sobre el amor, las casualidades y la globalización, se las recomiendo ampliamente. Villoro: eres un maestrazo.



Romance en la India Por Juan Villoro

"No soy Devadip, pero soy de Autlán". La frase resultó suficientemente rara para que Bety escuchara lo que seguía: Devadip era el nombre espiritual de Carlos Santana, oriundo de Autlán, Jalisco

La globalización produce cambios de identidad que afectan la forma en que la gente se enamora. Acabo de compartir un tren con un pasajero que me contó un romance digno de estos tiempos.

Viajamos de Barcelona a Alicante. A unos asientos de nosotros un perturbado gritaba por celular dramas agropecuarios. Mi vecino y yo entablamos conversación para contrarrestar la cháchara donde estallaban palabras como "porcino" y "fiambre", referidas a un comerciante de la competencia.

Resultó que el viajero de junto y yo éramos mexicanos, y sobrevino esa complicidad que sólo ocurre lejos de la patria. El paisano (a quien llamaré Edgar) me confió algo que en México hubiera ameritado 10 tequilas: estaba muy enamorado. No es común que alguien del país de José Alfredo se abra ese modo, al menos no antes de describir los atributos rigurosamente externos de su amada. Sorprendido por ese brote de interioridad, le pedí el cuento completo.

"Soy de Autlán, Jalisco", informó. Su origen tenía que ver con lo que había pasado, pero yo tardaría en saberlo. Como Edgar no acostumbra contar historias, saltó de modo abrupto al presente, donde ofrece "ventanas de oportunidades". Para alguien ajeno a la economía, ciertas expresiones suenan esotéricas. No le pedí que se explayara porque temí que tuviera la amabilidad de responderme. Me bastó saber que operaba en una zona elevada de las finanzas, donde hay ventanas por las que unos se suicidan y otras (las de oportunidades) que se abren a paisajes increíbles.

Aunque la mayoría de las transferencias se hacen por computadora, los diplomáticos del dinero recorren el mundo para garantizar la parte humana de las transacciones.

Edgar parecía suficientemente afable para poner buena cara ante un desfalco. No era extraño que tuviera éxito en su giro de trabajo, que yo aventuro como un incierto sistema de creencias donde los dioses se devalúan y cambian de divisa.

Por fin me contó de su flechazo, que de acuerdo con los tiempos fue telefónico. Edgar llamó a una aerolínea para reservar un boleto y una voz fantástica se presentó como Nancy. Luego de los trámites de rigor, él se animó a preguntar otras cosas. Nancy era de Florida y vivía a unas cuantas millas de la universidad donde Edgar estudió finanzas y cortejó a una porrista del equipo de futbol americano. Hablaron de la región y sus mosquitos. Edgar colgó con la sensación de haber perdido la oportunidad de su vida.

Pero la rueda del cosmos se movió en su favor. En la siguiente ocasión en que reservó un boleto fue atendido por Nancy. La señal de la diosa Fortuna era tan clara que él se animó a hablar hasta de los pantanos de Florida. Iniciaron así una relación telefónica que subió de intensidad hasta que, varios meses después, llegó una amarga revelación: Nancy no era una nueva versión de la porrista que él codició en sus tiempos universitarios. Se llamaba Kali y vivía en la India. La empresa le había asignado una falsa identidad para que los clientes se sintieran tratados por una típica estadounidense. Había recibido un curso para pulir su acento y datos para hablar de Florida como una lugareña. Ganaba un sueldo de hambre y no había salido de la India. "Lo siento", dijo en forma desoladora.

Según me explicó Edgar, cada vez es más común que los negocios estén deslocalizados. Al hablar a una empresa con sede en Europa, responde alguien desde un país del tercer mundo. Sin embargo, el cliente debe sentir que es atendido en Londres o Nueva York. Edgar se avergonzó de haberse enamorado de un prejuicio, pero no pudo traicionar sus emociones. A pesar de su nombre de diosa, Kali no era para él.

Curiosamente, esa experiencia lo llevó a un curso de meditación, clases de yoga y una dieta rica en yogures y tés aromáticos.

Estaba parado de cabeza cuando una mujer le habló con voz de sítara: "¡Devadip!". Aún en su posición invertida, Edgar juzgó que aquella mujer era bellísima. Se incorporó pero no tuvo tiempo de presentarse. "Devadip, soy yo. ¿Tú eres Bety?", dijo un pelirrojo. La chica, en efecto, era Bety y puso la cara de quien encuentra una molestia materialista entre las alfombras del espíritu.

El pelirrojo era un gurú telefónico. La mejor amiga de Bety le había recomendado una hotline donde sale baratísimo perder el karma negativo. Durante meses, Bety recibió acertados consejos de Devadip. Llegó un momento en que quiso conocer al hombre que la había llevado a un plano superior. En forma apropiada, él la citó en un centro donde impartía un curso de arte tántrico. Al entrar, ella vio a un apuesto indio de cabeza. Ese elástico espécimen no era su anhelado gurú sino Edgar, el ejecutivo que abre ventanas de oportunidades.

Bety odió que el maestro que le respondía por teléfono con acento del Punjab fuera un pelirrojo de la colonia Narvarte. Salió de ahí sin creer en la reencarnación.

Edgar la siguió a la salida, donde tuvo una inspiración cósmica: "No soy Devadip, pero soy de Autlán". La frase resultó suficientemente rara para que Bety escuchara lo que seguía: Devadip era el nombre espiritual de Carlos Santana, oriundo de Autlán, Jalisco.

Edgar se decepcionó de que su amada fuera de la India y Bety se decepcionó de que su amado no fuera de la India. El destino no siempre es ortodoxo: ellos estaban predestinados.

Vi a mi compañero de asiento. Con una camisa naranja parecería un actor de Bombay. Me mostró una foto de Bety: la perfecta Miss Florida.

En un mundo ideal, el pelirrojo habría viajado a la India para casarse con Kali, pero la cuota de sufrimiento es enorme y ellos sólo sabrán que están predestinados si leen este relato.

El hombre de las crisis porcinas se había dormido. La vida parecía agradable.

"¿Has leído el Rig Veda?", me preguntó Edgar.

"¿Es una ventana de oportunidades?", pregunté.

Edgar sonrió como un gurú globalizado: "puedes salir de la realidad, pero no de la India".

jueves, 3 de abril de 2008

¡Oiiiiiii nomás!


Afirman que el buen sexo es rápido
Los resultados del estudio, realizado en Estados Unidos y Canadá podrán evitar decepciones y disfunciones sexuales
Por Grupo Reforma
Ciudad de México (2 abril 2008).- Al contrario de lo que se piensa, o de lo que se fantasea, un acto sexual satisfactorio para una pareja debe durar entre 3 y 13 minutos, sostiene una investigación realizada en Estados Unidos.

Un grupo de científicos de la Universidad de Penn State, en Pensilvania, hicieron una encuesta con miembros estadounidenses y canadienses de la Sociedad de Investigación y Terapia Sexual. Los resultados se publicaron en el Journal of Sexual Medicine (Revista de Medicina Sexual), reporta el sitio electrónico de la BBC.

Los participantes incluían psicólogos, médicos, trabajadores sociales, terapeutas familiares y matrimoniales y enfermeras que habían recogido datos de miles de pacientes durante varias décadas.

Se preguntó a los encuestados el promedio de tiempo que debe durar un acto sexual, desde la penetración del pene a la vagina hasta la eyaculación.

Y se les pidió calificar lo que consideraban "adecuado", "deseable", "demasiado corto", o "demasiado largo".

La encuesta mostró que un acto sexual "adecuado" duraba de 3 a 7 minutos, uno "deseable" de 7 a 13 minutos, uno "demasiado corto" de 1 a 2 minutos y uno "demasiado largo" de 10 a 30 minutos.

"La interpretación de un hombre o una mujer de su funcionamiento sexual y el de su pareja está fundada en creencias personales basadas en parte en los mensajes de la sociedad" afirman los investigadores. Desafortunadamente la cultura popular actual refuerza muchos estereotipos sobre la actividad sexual", explican las conclusiones.

"Y muchos hombres y mujeres parecen creer en la fantasía del acto sexual que dura toda la noche", agregan los autores, quienes intentan "disipar dichas fantasías y alentar a hombres y mujeres con datos reales sobre lo que es un acto sexual aceptable". De esta forma, afirman, se podrán evitar decepciones y disfunciones sexuales.

Los expertos subrayan que estos resultados también tienen implicaciones para el tratamiento de la gente que padece problemas sexuales.

Muchas personas que están preocupadas porque creen que no pueden alcanzar la duración "ideal" de un acto sexual quizás piensan que padecen algún trastorno físico.

Pero tal como lo demuestra este estudio, es probable que estas personas se beneficien más recibiendo una terapia psicológica que tomando medicinas para lograr una ejecución sexual que se ajuste a ese "ideal".

PD: Pos lo prefiero malecho-rendidor