miércoles, 30 de diciembre de 2009

Escribir, ¿sí o no o qué pues?



¿Existen razones para escribir?

Les traigo estas letras sueltas de Diego Enrique Osornio, un reportero que no pocas veces se ha jugado la vida allá afuera en el campo de batalla que se ha convertido este País de Dios en cada esquina. Lo publicó en su columna de Milenio Diario, Historias de Nadie, a ver qué tal les parece.


50 razones para escribir

1.- Escribir es recordar, poner al pasado a mirar el presente.
2.- Escribir para ajustar cuentas con uno mismo.
3.- Escribir a esa ropa que se pone y quita.
4.- Escribir cuando las cosas han cambiado o cuando siguen siendo las mismas.
5.- Escribir, encerrarse, ser libre.
6.- Escribir de cuerpo entero, acomodándose los lentes y con risas en el fondo.
7.- Escribir mientras sube y baja la nostalgia.
8.- Escribir en silencio, contra el silencio.
9.- Escribir es un privilegio económico y cultural, una responsabilidad.
10.- Escribir porque se piensa que la poesía es lo único eterno, porque se sabe que la poesía no es eterna.
11.- Escribir es ponerse en el lugar de otro, ser otro.
12.- Escribir para imaginar a Antígona cuando se acerca a Orestes y le dice: “Yo lloro, tú gobiernas”.
13.- Escribir a los ojos de alguien buscando correspondencia.
14.- Escribir para no mirar la televisión.
15.- Escribir cuando 15 millones de mexicanos trabajan sin papeles en Estados Unidos tras burlar un muro de mil 200 kilómetros y mil 800 torres vigilantes.
16.- Escribir mentiras de verdad, verdades de mentira.
17.- Escribir cómo se oye un rumor de pasillos, el vuelo de un cóndor que pasa encima de ti.
18.- Escribir hasta que el acta del servicio médico forense diga: “Muerte por exceso de trabajo”.
19.- Escribir enamorando a la vida, arriesgando la vida, siendo vida.
20.- Escribir la palabra horizonte, con su promesa de futuro anhelado.
21.- Escribir mensajes breves pero que acompañen la soledad de ciertas noches.
22.- Escribir como quien tiene por cómplice la vida.
23.- Escribir en su piel nuestra furia.
24.- Escribir para tener la certeza de que la vida es incierta.
25.- Escribir el mundo que no está hecho de palabras en latín y números romanos.
26.- Escribir contra el control de los mecanismos de la conciencia y la degradación.
27.- Escribir todo el tiempo que ella tarde en decidirse.
28.- Escribir para que las palabras tengan sentido, una vida independiente y propia.
29.- Escribir para desmentir.
30.- Escribir frente a la computadora, en la hora de cierre de un periódico.
31.- Escribir por encima de títulos y fechas, compartiendo el dolor, agachándose y arañando tierra.
32.- Escribir contra el control de los mecanismos de la conciencia y la degradación.
33.- Escribir la primera carta y meterla a una botella que se llevará el mar.
34.- Escribir un comunicado que informe pormenores sobre la caída de un amigo y el buen recuerdo que de él quedará.
35.- Escribir luego de la más reciente mentira.
36.- Escribir más cerca de la luz y de la tierra.
37.- Escribir de la felicidad y de su hermano el sufrimiento.
38.- Escribir con los ojos cansados, entre ceniceros, con el sueño pendiente, sin escuchar ciertas conversaciones y abrazándose a lo que ya no existe.
39.- Escribir para llegar a un lado y luego despedirse.
40.- Escribir sobre la condición del mundo y de lo que sucede.
41.- Escribir cuando ha llegado un buen recuerdo.
42.- Escribir incluso sobre una mesa de ping pong o en el trayecto en un autobús.
43.- Escribir, abrir las ventanas y dejar luego que corra el aire.
44.- Escribir como un perdedor que sabe cosas de la vida que nunca conocerán los ganadores.
45.- Escribir la historia de dos camaradas en una cama ruidosa.
46.- Escribir sobre todas las preguntas que no sabemos responder.
47.- Escribir sin deudas ni banderas.
48.- Escribir es arriesgarse, un camino de nubes.
49.- Escribir cuando no se está bailando.
50.- Escribir a solas.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Orcos en el nuevo milenio




Distrito 9

Nueva Zelanda-Sudáfrica

2009

Director: Neill Blomkamp

Productor: Peter Jackson

Lastimar y huir son verbos que van de la mano.

Desde el siglo 18, Voltaire ya señalaba que la barbarie no había sido suprimida por la civilización, sino que ésta, al contrario, la perfeccionó y la hizo más cruel. En los albores del siglo 21 reverberan las palabras de Ryszard Kapuscinski acerca del gran tema del nuevo milenio: la migración, calificada por el fallecido periodista como la combinación de la esperanza y la movilización.

Los conceptos anteriores son el complemento de realidades paralelas hermanadas por el desconcierto y el temor a lo diferente, lo extraño, lo ajeno. El debut en el largometraje de Neill Blomkamp, director de Distrito 9 es a la vez entretenimiento y lección. El uso de la pantalla grande como pizarrón para evidenciar la intolerancia.

Una nave extraterrestre en calidad de carcacha sideral llega a Sudáfrica hace 20 años, de ella bajan miles de alienígenas con forma de insecto que buscan en la Tierra un nuevo hogar, son hacinados en ghettos inmundos y peligrosos y terminan por convertirse en un estorbo, un leprosario aislado por mallas y rejas que, sin embargo, no pueden esconder el asco ni limitar la aversión.

Esa es la trama de la cinta, pero bajo la aparentemente simplona historia subyace el verdadero argumento: el ser humano necesita descargar su miedo en algo, culpar al otro para justificar su propio fracaso. No es casualidad que la película se desarrolle en la cuna del Apartheid, el fenómeno de segregación racial que nació en la década de los 40 para pintar la maléfica raya divisionista entre blancos y negros. Todavía no acababan los juicios de Nuremberg cuando en Johanesburgo los seres humanos tasaban su valor por la pigmentación de su piel.

A Peter Jackson, -el cineasta que consiguió la proeza de plasmar de una manera fidedigna la espectacular fantasía de la Tierra Media en la trilogía de El Señor de los Anillos-, le sobraban 30 millones de dólares de la fallida adaptación del videojuego Halo y decidió aprovecharlos en el proyecto de Blomkamp, quien iba a ser el animador de la cinta, y tenía un cortometraje grabado como falso documental llamado Alive en Joburg, en el que retrataba la problemática derivada de la discriminación a un grupo de extraterrestres que lucían como langostinos.

El resultado fue la taquillera Distrito 9, una película que, en palabras del mismo director, explora y explota los complejos humanos y la flexibilidad de sus emociones ante lo desconocido. La cinta tiene como protagonistas a seres del espacio exterior, pero el cuestionamiento es válido para cualquier parte del mundo en donde la migración es un fenómeno que alienta la violencia. La cinta bien pudo rodarse en las naciones del norte de África que son la puerta a Europa o la frontera entre México y Estados Unidos y la conclusión hubiera sido la misma: el desplazamiento de los desesperados genera un caos de ansiedad e intolerancia.

La trama entretiene, pero también asusta, porque lo real subyace bajo la imaginación a la espera de levantarse. Cruel testimonio es saber que durante la filmación de la película, a poca distancia del set, una turba mató a 40 personas, linchándolas y quemándolas vivas, ¿su pecado? Ser migrantes ilegales provenientes de Zimbawe.

Las naciones civilizadas siguen necesitando de los migrantes para culparlos de todos los males acumulados en los milenios, sin ellos, no quedaría más que verse al espejo, como escribió el poeta griego Constantino P. Cavafis en su poema Esperando a los Bárbaros: Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?. Esa gente, a fin y al cabo, era la solución.

En su adaptación de los libros de Tolkien, Peter Jackson dotó a los orcos, esos seres malignos, de una personalidad repugnante, los pintó con los colores del horror y la barbarie, los ojos salvajes y las fauces sedientas de sangre. Luego de ver los noticieros nos queda la duda de si en realidad la ficción cinematográfica seguirá como tal y los orcos sólo pertenecen a la mitología.


*Publicado en Manos Libres


miércoles, 18 de noviembre de 2009

¿Nostalgia? Naaaaaaaa, buenos recuerdos

Como reportero, mucho tiempo andive correteando políticos, quizá más de lo debido, lo necesario, pero de repente me encontraba con cositas que me movían macizo el tapete.

Faltaban cinco días para que yo dejara de trabajar en Mural, era un sábado y yo ya sabía que me iba, nadie más. Me tocó acudir al zoológico y me topé con lo siguiente. Debo agradecer a Fernanda Carapia que me permitió volarme el rígido estilo del periódico (fue cómplice traviesa, ella misma escribia sus mejores cosas cuando mandaba al carajo el estilo).

Yo andaba taciturno previendo lo que sería mi nueva vida cuando me encontré con unos pequeños a la que el destino cruel les arrebataba la suya, ¡vaya lección me dieron los condenados con sus grititos sabrosos y pletóricos de emociones alegres!


Enfrentan a diario batalla contra muerte





(25-Jul-2009).-


Hay personas que cada día celebran una victoria, porque festejan una jornada más de vida arrancada a la muerte.

Esa celebración es más enjundiosa, más emotiva, más sensible, porque ¿qué puede hacer un padre cuando le dicen que su pequeño hijo tiene algo que se llama Mucopolisacaridosis, conocida como MPS, una enfermedad hereditaria e incurable, que le causará deformaciones, dolores y un fallecimiento lento?

¿Hacia dónde puede voltear en busca de ayuda cuando le informan que la enfermedad sólo afecta a uno de cada 200 mil niños en todo el mundo, lo que la convierte en un padecimiento minoritario, lejos de la atención de los aparatos sanitarios gubernamentales?

Ese padre de familia busca que su hijo tenga una mejor calidad de vida, moverá cielo y tierra buscando ese tratamiento que prolongue la existencia, le dará todo, todo el amor que pueda, ofrecerá su propia existencia por la de él, buscará a otros papás que sufren su misma tristeza y desesperación para apoyarse mutuamente, a ver si así, les hacen caso.

Jesús Navarro abraza a la pequeña Ximena, que corre a los brazos de su papá con un algodón de azúcar en la mano. Sus ojos brillan y sus dientecitos asoman por la boquita que esboza una grande sonrisa. Está contenta, juega con su hermana y con otros niños que con dificultades corren como pueden, ¡qué diablos le va a importar a ella que las estadísticas dicen que son pocos los enfermos de MPS que sobreviven a la infancia!

"Estamos celebrando que nuestros hijos están vivos, esta es nuestra fiesta".

Navarro, médico cirujano fundador de la Asociación MPS JAJAX, creó la organización para que los padres de familia con hijos que padecen MPS se apoyaran unos a otros.

En la asociación tienen registrados 131 niños enfermos. Tan rara es la enfermedad que no hay cifras oficiales en los órganos de salud federales o estatales y para acabarla de amolar, es muy difícil de diagnosticar y los tratamientos tienen un costo de alrededor de 60 mil pesos semanales.

Ayer, la asociación organizó un pachangón para los menores en el Zoológico Guadalajara con motivo del Día Mundial contra la enfermedad. Los pequeños, que debido a la MPS sufren también retraso mental, disfrutaron de hot dogs, pasteles, golosinas y aguas frescas, rompieron piñatas y le dieron de comer al par de llamas y a las cabritas que les pusieron en un corralito junto a los juegos.

La MPS es una enfermedad degenerativa y rápidamente progresiva, causada por la carencia de un grupo de enzimas lisosomales. Actualmente se conocen 7 tipos distintos, estos mueren antes de llegar a la edad adulta por no tener producción adecuada en sus células de una enzima, lo que permite el acumulo de sustancias tóxicas en sus órganos y tejidos.

Los pequeños muestran anormalidades en su apariencia física como talla baja, frente prominente, aspecto facial tosco, opacidad en la córnea, deformidades articulares.

Los papás juegan con los niños, gran parte de ellos no dejan de sonreír, en las bocinas se escucha la voz de Luis Miguel que canta: "sueña con un mañana, un mundo nuevo debe llegar".

Anhelan lo inmediato, que por solo un día más, puedan ver a sus hijos despertarse y sonreír. Por cada victoria de esas, bien vale poner todo el coraje y la vida en ello.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Popcito soñador

Escuché esta banda y me voló la cabeza al cumplirse el primer minuto de reproducción de su primer single Crystalized. A The XX, ingleses del suroeste de Londres los ubican como dream pop y en la ya gastadísima corriente indie. Me valen etiquetas, son buenos, son canijamente muy buenos y me voy a intoxicar este fin de semana con su album debut, que salió de los hornos discográficos apenas en agosto pasado.

Sí, se vale soñar... en pop, aunque este sueño no es bonito, ni tranquilo, es oscuro, húmedo, como el sonido de una guitarra cruda tocada en una campiña donde no deja de llover. Es arrebatador.

martes, 20 de octubre de 2009

El odio no deja testigos



Por José Alonso Torres

La vida loca

Christian Poveda

España-México-Francia



A veces, el sonido puede ser más impactante que la imagen.


El chasquido metálico de una pistola amartillándose, el terrible eco de un disparo mancha la pantalla de rojo sin una sola gota de sangre, no es sólo lo que se ve lo que horroriza, es la historia detrás de esa violencia heredera de la pobreza y la descomposición social. “La Vida loca” documental de Christian Poveda que está aún pendiente de estrenarse en las salas comerciales, fue vista en México por obra y gracia del festival Ambulante, heroico esfuerzo por hacer llegar a las masas esos reportajes que rara vez y casi siempre de pura chiripa aparecen en las programaciones tradicionales de las cadenas cinematográficas.


Poveda se introdujo en los barrios bajos de El Salvador para mostrar la vida y desgracia de las pandillas centroamericanas, en este caso la Mara Salvatrucha y la 18, antagonistas hermanados por el salvajismo peleando en un territorio donde a fin de cuentas siempre va a triunfar la muerte.


Rostros adolescentes tatuados, cicatrices que se acumulan unas sobre otras, ojos que no se cansan de llorar los dolores perpetuos de una guerra sin fin; el lenguaje de la calle, de la pandilla convertida en secta, del odio convertido en culto. Los “homies” carnales que fuman mariguana boca a boca y sólo son separados por las frías planchas de metal de las funerarias, La Vida Loca es la lección sin moraleja de un retrato de autodestrucción, donde no se sale más que con los pies por delante y el cortejo fúnebre detrás.


El documentalista reflejó en su espejo cinematográfico a los fantasmas que deambulan por esos mundos que algunos intentan desconocer: las comunidades tercermundistas que habitan la permanente hoguera encendida por las desigualdades, la carencia absoluta de sueños que vayan más allá de acariciar a la persona que se ama y seguir viviendo para poder seguir matando al rival que se odia ya ni siquiera recordar por qué.


La cinta, una narración cronológica que hila diferentes historias particulares a balazos, fue presentada en el Festival de San Sebastian, donde recogió expresiones de asombro de una comunidad europea que desconoce pormenores de lo que pasa en esos barrios condenados a una guerra civil que se alimenta del subdesarrollo.


La ficción deja la esperanza de que puede existir un final feliz, el documental aniquila esa opción. Christian Poveda fue asesinado el 2 de septiembre presuntamente por miembros de alguna de las pandillas a las que dedicó más de cuatro años de su existencia en filmarlas. Un epílogo atroz pero efectivo de su obra: el odio no deja sobrevivientes.


En Centroamérica la cinta podría no causar tantos sobresaltos, a pesar de su crudeza, a pesar de la violencia primitiva que se destila sin que a nadie le importe. Eso sí da miedo, porque como decía el periodista de nota roja Eduardo Monteverde, lo peor del horror es que terminemos acostumbrándonos a él.



martes, 13 de octubre de 2009

Lotería Chicago 2009


La noche





The Blues




La Escalera





La Pared





El Borracho





La Fuente


El Genio



El Sol





El Catrín





El árbol



El Corazón

La Guitarra






Pesadillos desde chiquillos

La entrada suena como a frase de Ned Flanders, pero en realidad es un reflejo sutil de lo que pueden expresar una bola de chavitos que le pegan al rock con una energía que ya quisieran varias bandas en su apogeo.

Al escribir sobre The Langley School Project recordé otro par de ejemplos de niños tocando rock como Dios manda; si bien el sesudo Cristian Zermeño hizo el comentario en dicho post, de que no deja de ser algo creepy el ver a chavitos haciendo cosas de “grandes” tanto Gauchos de Acero como los estudiantes de la Paul Green School of Rock, demuestran que además de tener talento, hay que tener el escroto o los ovarios bien puestos para meterle sentimiento a la música.


Vamos al primer caso: Gauchos de Acero, una banda argentina compuesta por tres hermanos que crecieron al ritmo del Heavy Metal y que cambiaron los cochecitos y los monitos de Star Wars por guitarras y demás artilugios del chamuco, ¿el resultado?, una bandota en miniatura que vomitan rock con mala pronunciación, pero riffs demoledores. Se hicieron famosos en San YouTube y su ya conocida trayectoria es contada espléndidamente por Etiqueta Negra. Tanto revuelo causaron que un día el mismísimo Bruce Dickinson, vocalista de Iron Maiden quiso conocerlos y hasta se aventó un palomazo con ellos. A continuación, la versión casera de The Trooper, con una potencia capaz de alborotar cualquier gallinero a dos cuadras a la redonda.




El segundo caso no es menos sabrosón. Tuve la fortuna de ver en vivo durante el verano pasado en Lollapalooza a los alumnos aventajados de The Paul Green School of Rock, institución formada antes de que apareciera la película con Jack Black. Estos chavos, but of course, son menos fresas que los que aparecen en dicho filme y se aventaron una cabronsísima versión de Hot for Teacher, el clásico de Van Halen, cuyo video despertó la calenturienta imaginación de varios de nosotros hace ya lejanos ayeres.

El vocalista tiene 12 años, las dos guitarristas puntean la lira con una destreza que despierta la ira y la envidia machista y aquí les paso un video que aunque sólo muestra matices de cómo lo escuchamos en realidad, deja en claro que el rock no es un asunto de edad, sino de huevos y ¡cómo carajos no!, actitud.



viernes, 9 de octubre de 2009

Bowie en un calabozo

En 1976 yo tenía tres años y entraba al kínder, aunque años más tarde me rehusaría vigorosamente a entrar en la banda de guerra para echar trompetazos monótonos. Quizá me hubiera interesado entrar a tocar si en el terruño existiera un proyecto como The Langley Schools Music Project.

Mucho antes de la creación de la escuela de rock de Paul Allen (que, eso sí, me tocó escuchar a sus alumnos en el Lollapalooza en dos ocasiones y la neta están cabrones) un profesor de una pequeña escuela canadiense grabó un disco con sus alumnos con el simple y sincero motivo de echar relajo y tener un recuerdo.

Años más tarde, uno de esos benditos freaks coleccionistas de música, se encontró el acetato en una antigua tienda de discos usados y después de escucharlo, corrió a llevárselo a un programador de la radio local.

Lo demás, es otra historia. El álbum fue "descubierto", una docena de piezas del rock clásicas atrapó escuchas, ahora con más vuelo luego de que la vocalista de los Yeah yeah yeahs los incluyera en el soundtrack de una película.

¿A qué suenan? Júzguenlo ustedes con una de las piezas clásicas que forman el repertorio: Space Odditie de David Bowie, que como dijeran por ahí en un documental, esta versión es como si una banda de chiquillos oi duendes juguetones cantaran la rola atrapados en un calabozo: entre melancólico, algo siniestro, pero que no deja de ser espectacular.



Gracias a Esquizopedia por el tip.

jueves, 8 de octubre de 2009

Facebook allá por el siglo pasado




¡Ah raza!

¡Ándele, por gandayas!

La anécdota es casi un chiste, si no estuviera en San YouTube podría dudarse de su veracidad:

Unos tipos agresivos y montoneros se agarran a madrazos en la calle.
Luego de pelearse, todos bravos y machos ellos, festejan sus dagas y su "hombría".
Como a estos galanazos les sobró valor y obvio, estupidez, siguen buscando camorra y ¿qué mejor candidatos para acosar que unos trasvestis?

Imagínense el diálogo
-¿Entonces qué compadre, qué somos, machos o payasos?
-Pos machos compadre, ire, pa que vean que seguimos bien valientotes vamos a azorrillar a esas vestidas que vienen pa acá-
-Nomás aguas compadre, no nos vayamos a manchar de rimel.
-Juar Juar, que ingenioso es usté cuando anda borracho compadre.
-Si ¿edá? por eso ya no fui a la escuela.

Lo que no sabían estos imbéciles (y a juzgar por lo que se ve todavía no han de poder explicárselo) es que las vestidas eran en realidad peleadores profesionales de jaula, tipo Ultimate Fighter, que habían salido de cotorreo en onda drag, por una despedida de soltero, o sea, machos, muchos y manchados.

Diviértase usted:



Epílogo

Además de madreados, los valientes compadres terminaron en el fresco bote.

jueves, 1 de octubre de 2009

Today is the day ¡Áaamonos!


PD: No es por presumir o porque trabajo aquí, pero, ¡qué buena portada del suplemento de cultura de La Gaceta se aventó Orlando Tonatiuh!

martes, 29 de septiembre de 2009

Cosquillas cinematofílicas-reporteriles


Pues ándale que me invitan a escribir algo sobre cine, y como de eso yo no sé un carajo me negué a hacer una reseña que evidencie mis carencias, pero me insistieron, así que me dije: pues si vas a meter la pata, que sea hasta adentro y sin fijón y recordando la tragedia de Christian Poveda, el documentalista seguidor de la Mara Salvatrucha y la 18 en El Salvador, quien murió asesinado a manos de los mismos homies, decidí aventarme un pienso de su estupendo documental La Vida Loca, que vi aquí en Guanatos gracias a Gael Luna y Diego García (¿que no son lo mismo?)que organizan el Ambulante.

Total, dije, si no me lo publican lo saco en mi blog.

Ahí va el pienso...





El odio no deja testigos

La vida loca
Christian Poveda
España-México-Francia



A veces, el sonido puede ser más impactante que la imagen.
El chasquido metálico de una pistola amartillándose, el terrible eco de un disparo mancha la pantalla de rojo sin una sola gota de sangre, no es sólo lo que se ve lo que horroriza, es la historia detrás de esa violencia heredera de la pobreza y la descomposición social..


SORRY, SÍ ME LA VAN A PUBLICAR

Léanla completa en la nueva revista tapatía Manos Libres. O Espérense a que esté en las calles para que pueda yo subir al blog la versión completa.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Simpsons en la India

¡Ah, cómo hay gente desquehacerada! (menos mal)




Ya entrados en gastos, ¿cómo sería la versión Bollywood de Nosotros los pobres?,¿No sería una herejía quemar al torito?

jueves, 17 de septiembre de 2009

domingo, 13 de septiembre de 2009

36


Acuden hoy mis treinta y seis años
para exigirme que los recuerde a todos.

Cuánto me conocen:
han sabido de mí toda la vida.

Algunos me reclaman
por haberlos gastado inutilmente

Otros piensan
que exageré en aquellas cosas tristes.

Los más habrían querido no escribir
consumirse en canciones.

Sin embargo, esperan reunidos en la mesa
que yo vuelva con un trago para todos.

Porque si alguno falta no seríamos lo mismo
nos prometemos seguir juntos.

Y decir ¡Salud!



Adaptación temporal de un poema de Eduardo Langagne

sábado, 12 de septiembre de 2009

La primera batalla entre DJs

Los catorrazos simbólicos entre DJs tienen más antigüedad de lo que suponemos. Antropólogos melómanos y desquehacerados han encontrado un documento invaluable que demuestra que la lucha de egos ante las tornamesas está presente desde épocas remotas como lo demuestra este filme de una escena ourrida en alguna de las repúblicas perdidas de la extinta URSS.

¡Tiemblen Van Buureen y Tiesto, atrás Oakenfold y compañía! ¡Esto sí es un duelo de DJs, no jaladas!

domingo, 6 de septiembre de 2009

Historia de una canción

Con este post inauguro una nueva sección en el blog: Historia de una canción. Rolitas que más allá de su éxito y a partir de mis gustos melódicos significan o significaron algo en un momento de mi vida. El soundtrack de mi existencia.


Mil horas –Los abuelos de la nada-

Nunca fui un tipo de serenatas. No tengo nada en contra de ellas, de hecho he participado en varias como testigo presencial y borracho de acompañamiento, simplemente considero que no es lo mío, no tengo personalidad para ello. Mi gusto por el rock me llevó por otros rumbos musicales para expresar mi cariño de una manera diferente a estar parado delante de un gordo armado con un guitarrón que grita: “canto al pie de tu ventana, pa’ que sepas que te quiero…”

Solamente una vez (como dice la inmortal canción) llevé serenata con uno de los motivos más comunes: tratar de recuperar el cariño de una ex novia que me había tronado los dedos de cruel manera y que en algunas ocasiones me había reclamado precisamente mi falta de espíritu romántico al negarme a expresar mis sentimientos con una de las dizque tradiciones más mexicanas.

Esa noche de julio, pasadas ya las 12:00 de la madrugada estaba yo bien plantado en la esquina de la casa de la susodicha, bajo una lluvia tupida y en compañía de unos de los jilgueros más conocidos de la región, uno de esos bohemios que le meten pasión y estilo a la cantada y que no ha perdido a tesitura de su voz a pesar de que ya le faltan varios dientes.

Sin una gota de alcohol en el organismo –para que no se fuera pensar que mi ánimo se debía a una fugaz borrachera- me puse frente a la casa de la susodicha y el trío que me acompañaba se arrancó con una tanda de melodías ponedoras y pegadoras, de esas que derriten cualquier hielo sobre el músculo cardiaco, mientras desde el interior de la vivienda se veían las luces encendidas de la cocina, pues la mujer en cuestión acababa de llegar.

Pues me quedé esperando bajo la lluvia por más de una hora, con el agua metida hasta en los calcetines viendo como el cantante estaba duro y dale con las maracas, no sé si por inspiración artística o para quitarse el frío. La protagonista de la velada nunca apareció y a la décima canción, apagó la luz.

-Por lo menos no salió a mentarnos la madre, dijo el cantante mientras me daba una compasiva palmada en el hombro.

Mil horas, escrita por Andrés Calamaro en su paso por Los Abuelos de la Nada, me gustaba desde hace muchos años, pero esa era la primera vez que la sentía en la piel, cantándola a sentimientos. Ahora, cada que la escucho recuerdo que sí, que me sentí como un cachorro empapado bajo la lluvia, esperando, aunque hoy en día sonrío por la experiencia, que queda como una anécdota triste quizá, pero que recuerdo no sin cierto agrado, ya que puedo decir que lo hice de todo corazón y no por quedar bien y dentro de todo, disfruté el momento.

Sigo escuchando y cantando con gusto Mil Horas.
Nunca he vuelto a llevar serenata.



PD: A ver si reconocen a Calamaro en el video.

domingo, 23 de agosto de 2009

Neverland never more

Paul Theroux agarró cierta fama y popularidad por estos rumbos gracias a un libro llamado “La costa de los mosquitos” que incluso hasta una película con Harrison Ford consiguió. Años más tarde y a pesar de tener una sabrosita narrativa, volvió a la luz de los candelabros debido a su pleito con el Premio Nóbel V.S Naipul, quien había sido uno de sus más entrañables amigos.

Un día, Mr. Theroux recibió la responsabilidad de escribir un perfil sobre Elizabeth Taylor por lo que tuvo que buscar a sus amigos y un día a las cuatro de la madrugada recibió una llamada de un tipo que luego se supo, nunca se podía dormir y que se llamaba Michael Jackson y que se murió y que sirvió para que Mr. Theroux escribiera una buenísima crónica sobre el Peter Pan con vitiligo.

A lo mejor ya han leído mucho sobre la estrellada estrella del Pop, pero este texto no tiene desperdicio y confirma la enorme soledad de Jacko, un pobre tipo que tuvo la malísima suerte de ser alguien con un tremendo talento y tener un padre malo malísimo que terminó por destrozarle la vida a su hijo.


El texto se publicó en la reciente edición de Letras Libres, que les aproveche.



Michael Jackson


por Paul Theroux





¿Quién no está cansado ya del ruido, los rumores, las tonterías alrededor de la muerte de Michael Jackson? Esta crónica de Paul Theroux esquiva todo ese escándalo y se acerca al hombre en dos estampas: una visita a Neverland, una llamada telefónica a mitad de la noche.



1. Neverland

Hoy escuché en las noticias, oh sí, que Michael Jackson tuvo un ataque al corazón... y murió de un paro cardiaco, a la edad de cincuenta, en Los Ángeles. Recuerdo una larga conversación que tuve con él a las cuatro de la mañana, y mi visita a Neverland. Primero fue la visita; la conversación, unas semanas después, por teléfono.

Neverland, una ciudad boscosa de juguete con juegos mecánicos y casas de muñecas y animales de zoológico y jardín de los placeres, está tras un magnífico portón en un camino lateral en una área rural más allá de Santa Bárbara. Curioseando por ahí vi pegadas en la pared del puesto de vigilancia una serie de caras extrañas, algunas de ellas fotos de fichas policiales, todas indeseables, con nombres y títulos tales como Cree que está casada con Mr. Jackson y Puede estar armado y Ha estado merodeando cerca de la puerta.

Un camino alineado con estatuas de bronce de tamaño real –niños que saltan la cuerda, animales que retozan– conduce a un lago artificial y a una estrecha vía de ferrocarril hacia la mansión de Michael. Neverland ocupa todo un valle de más de once kilómetros cuadrados, aunque una pequeña parte se dedicó a viviendas: sólo la casa principal con sus tejas oscuras y ventanas de postigos y una casa para invitados de tres dormitorios. El resto se destinó a la terminal del ferrocarril, llamada Katherine Station por la mamá de Michael, un formidable cuartel de seguridad, varias casas de la risa, un cine (dormitorios con ventanales en vez de butacas) y sitios casi indefinibles, uno con tipis como los de los campamentos indios, un gazebo enorme.

Y extendido a lo largo de muchas hectáreas, el zoológico Jackson, de animales malhumorados. Las jirafas estaban comprensiblemente inquietas. En otro recinto, mecido en sus gruesas piernas, estaba Gipsy, un temperamental elefante de cinco toneladas que Elizabeth Taylor regaló a Michael. El elefante parecía sufrir con la furia del celo intensificado. “No se le acerquen”, advertía el cuidador. En la casa de los reptiles con ranas redondas como platos voladores y gordos pitones, tanto una cobra como una serpiente de cascabel se habían golpeado los colmillos contra el cristal de su jaula intentando morderme. Las llamas me escupieron, como lo hacen ellas, pero incluso en el santuario de los simios, AJ, un gran chimpancé hirsuto, con boca de pala, me escupió a la cara, y Patrick, el orangután, intentó torcerme la mano. “Y tampoco se acerquen a él.”

En la parte más ancha del valle los juegos del parque de atracciones estaban en funcionamiento –centelleantes, musicales, pero vacíos. El “Sea Dragon”, los carritos chocones de Neverland y el carrusel Neverland tocaban “Childhood”, la canción de Michael (“¿Alguien ha visto mi infancia?”). La música salía incluso de los prados y los jardines, altavoces disfrazados de grandes rocas grises zumbaban melodías de show, invadiendo el valle con el imparable hilo musical de Muzak que ahogaba el gorjeo de las aves silvestres. En medio de esto, un Jumbotron, su gran pantalla del tamaño de las de los autocinemas, mostraba una caricatura, dos criaturas con cara de locas graznaban miserablemente la una a la otra; todo esto muy brillante en el claro atardecer de California... sin una alma mirándolo.

Horas más tarde abordé un helicóptero con Elizabeth Taylor –estaba en Neverland entrevistándola–, y volamos sobre el valle. Que la escuchara tan claramente por encima del ruido del helicóptero dice algo acerca de la voz tan criticada de Miss Taylor. Voz de niña, suplicante, perforando el fuerte yack-yack-yack de las hélices de titanio del rotor, tomó a su perra, una maltés llamada Sugar, y me gritó: “Paul, dile al piloto que vuele en círculos, ¡así podremos ver el rancho entero!”

A pesar de que no retransmití el mensaje –a pesar de que él tenía los oídos amortiguados con audífonos–, la voz de Elizabeth salió disparada como un cuchillo hasta el piloto, quien nos levantó bastante alto en la rojiza puesta de sol de modo que Neverland parecía aún más un juguete.

–Ese es el gazebo donde Larry y yo nos casamos –dijo Elizabeth, moviendo la cabeza con ironía. Sugar parpadeó a través de sus blancas mechas muy bien peinadas que en algo se parecían al propio pelo blanco de Elizabeth–: La estación de ferrocarril, ¿no es lo más lindo? Ahí es donde Michael y yo hacemos los picnics –y señaló hacia un grupo de bosques en un acantilado–: ¿Podemos dar una vuelta más?

El valle de Neverland giró despacio debajo de nosotros, las sombras se alargaban desde el brillo rosa dorado que resbalaba del cielo.

Aun cuando no había llovido durante meses, las hectáreas de césped regadas por aspersores subterráneos estaban profundamente verdes. Aquí y allá, como soldados de juguete, gente de seguridad uniformada, patrullando a pie, o en carritos de golf, algunos de guardia; ya que Neverland era también una fortaleza.

–¿Para qué es esa estación de ferrocarril? –pregunté.

–Para los niños enfermos.

–¿Y todos esos juegos?

–Para los niños enfermos.

–Mira todas esas tiendas de campaña –escondidas en los bosques, este fue mi primer atisbo de la colección de tipis altos.

–La aldea india. Los niños enfermos aman ese lugar.

Desde esta altura podía ver que este valle de placer infantil laboriosamente recobrado estaba atestado de más estatuas de las que había visto desde tierra. Bordeando los caminos de grava y los senderos de los carritos de golf había pequeños bronces encantadores de flautistas, filas de chiquillos agradecidos que sonríen abiertamente, montones de pequeñines tomados de la mano, algunos con banjos, otros con cañas de pescar; y estatuas grandes también de bronce, como la pieza central del paseo circular delante de la casa de Michael, una estatua de Mercurio (el dios del comercio y los comerciantes), de treinta pies de altura, casco alado y caduceo y toda la cosa, en equilibrio sobre las puntas de los pies, la almibarada puesta de sol persistiendo en sus grandes nalgas de bronce, haciendo que su trasero parezca un muffin con mantequilla.

?

La casa de Neverland estaba llena de imágenes, muchas de ellas representando a Michael de tamaño natural, detalladamente ataviado, en poses heroicas con capa, espada, cuello volado, corona. El resto era una muestra de una especie de iconografía obsesiva, imágenes de Elizabeth Taylor, Diana Ross, Marilyn Monroe y Charlie Chaplin; y para el caso, de Mickey Mouse y Peter Pan, todos a los que, durante años, en lo que es menos una vida que una metamorfosis, él había venido pareciéndose físicamente.

–¿Así que tú eres Wendy y Michael es Peter? –pregunté después a Elizabeth Taylor.

–Sí, sí. Existe una especie de magia entre nosotros.

La amistad comenzó cuando, de la nada, Michael le ofreció boletos para uno de sus conciertos del “Thriller Tour” –por supuesto, ella pidió catorce boletos. Pero los asientos estaban en una cabina cerrada vip, tan lejos del escenario que “también podrías haberlo mirado en la tv”. En vez de quedarse, se llevó a su numerosa comitiva de regreso a su casa.

Al saber que se había ido temprano del concierto, Michael la llamó al día siguiente llorando y disculpándose por los malos asientos. Él permaneció en la línea, hablaron durante dos horas. Y luego hablaron todos los días. Pasaron las semanas, las llamadas continuaron. Los meses pasaron. “Realmente, llegamos a conocernos por teléfono, durante más de tres meses.”

Un día Michael sugirió que podría pasar por la casa. Elizabeth dijo: excelente. Michael preguntó: “¿Puedo llevar a mi chimpancé?” Elizabeth dijo: “Por supuesto, amo a los animales.” Michael se presentó de la mano del chimpancé, Bubbles.

–Desde entonces somos muy amigos –dijo Elizabeth.

–¿Ves mucho a Michael?

–Más de lo que la gente pudiera imaginar, más de lo que yo me imagino –respondió. En Los Ángeles van al cine disfrazados, se sientan hasta atrás, de la mano. Antes de que pudiera formular una pregunta más específica, dijo: “Lo adoro. Dentro de él existe una vulnerabilidad que lo hace aún más querido”, manifestó Elizabeth. “Nos divertimos tanto juntos. Sólo jugando.”

O jugando un papel: ella Wendy, él Peter. En el vestíbulo de su casa hay un gran retrato de Michael Jackson, que tiene inscrito: “A mi auténtico amor, Elizabeth. Te amaré siempre, Michael.”

Ella le regaló un elefante vivo. Su dermatólogo, el Dr. Arnie Klein, me mostró una foto de una fiesta tomada en Las Vegas: Michael se ve notablemente descolorido mientras le da a Elizabeth un regalo de cumpleaños, una chuchería con forma de elefante, del tamaño de una pelota de futbol, cubierta de joyas.

Lo que comenzó como una amistad con Michael Jackson se tornó en una suerte de causa en la que Elizabeth Taylor se convirtió en su casi única defensora.

–¿Y su –busqué una palabra– excentricidad? ¿Te molesta?

–Él es mágico. Y pienso que la gente realmente mágica tiene que tener esa excentricidad genuina. –No hay un solo átomo en su conciencia que le permita la más leve reacción negativa sobre Jacko.– Es una de las personas más cariñosas, dulces y genuinas que he amado en mi vida. Es parte de mi corazón. Y haríamos cualquier cosa el uno para el otro.

Esta Wendy más Wendy que Wendy, quien fue una preadolescente mundialmente famosa, que mantenía a sus padres desde los nueve años, dijo que había sido muy fácil relacionarse con Michael, quien también fue una estrella de niño, y a quien se le negó tener una infancia y, además, fue maltratado brutalmente por su padre. Había un barco a vapor “Katherine”, y una “Katherine Street” en Neverland; no había ninguna “Joseph Street”, ni nada que llevara el nombre de su padre.

2. Llamada telefónica

“Hablará contigo si se lo pido”, me había dicho Elizabeth. Y en una señal convenida Michael me llamó, un día a las cuatro de la mañana. No había intervención secretarial de “Mr. Jackson en la línea”. Los titulares de los tabloides del supermercado eran “Jacko en observación suicida” y “Jacko en el loquero”, y uno fechado en Sudáfrica, “Wacko Jacko Rey del Pop hace paracaidismo acuático con un niño de trece años”. De hecho, él estaba en Nueva York, donde se encontraba grabando un nuevo álbum. Eso fue hace diez años, 1999.

Mi teléfono sonó y yo escuché “Habla Michael Jackson”. Era una voz agitada, no entrecortada, tímidamente infantil, trémula de ansiedad y servicial, no la de alguien de cuarenta años. En contraste con este sonido melodioso, su sustancia era más densa, como un niño ciego que te da direcciones explícitas en la oscuridad.

–¿Cómo describirías a Elizabeth? –pregunté.

–Ella es una tierna cobija caliente a la que adoro arrimarme y cubrirme con ella. Puedo desahogarme y confiar en ella. En mi negocio no puedes confiar en nadie.

–¿Y eso, por qué?

–Porque no sabes quién es tu amigo. Porque eres tan popular, y hay tanta gente alrededor tuyo. También estás aislado. Volverse famoso significa que te conviertes en un prisionero. No puedes salir y hacer cosas normales. La gente siempre está mirando lo que haces.

–¿Has pasado por esa experiencia?

–Ah, muchas veces. Intentan ver lo que estás leyendo, y todo lo que estás comprando. Quieren saberlo todo. Abajo siempre están los paparazzi. Invaden mi privacidad. Tuercen la realidad. Son mi pesadilla. Elizabeth es alguien que me ama, que me ama realmente.

–Le insinué que ella era Wendy y tú Peter.

–Pero Elizabeth es también como una madre, y más que eso. Es una amiga. Es la Madre Teresa, la Princesa Diana, la Reina de Inglaterra y Wendy. Tenemos picnics fabulosos. Es tan maravilloso estar con ella. Realmente puedo relajarme, porque hemos vivido la misma vida y experimentado lo mismo.

–¿Que es...?

–La gran tragedia de las estrellas infantiles. Nos gustan las mismas cosas. Los circos. Los parques de diversiones. Los animales. –Y ahí estaban su fama y aislamiento compartidos. –Eso hace que la gente haga cosas extrañas. Muchas de nuestras luminarias se intoxican por eso... no pueden manejarlo. Y tu adrenalina está en el zenit del universo después de un concierto... no puedes dormir. Tal vez son las dos de la mañana y estás totalmente despierto. Después de salir del escenario estás flotando.

–¿Cómo lidias con ello?

–Veo caricaturas. Me encantan las caricaturas. Juego maquinitas. Algunas veces leo.

–¿Quieres decir que lees libros?

–Sí. Me encanta leer cuentos y todo.

–¿Alguno en particular?

–Somerset Maugham –dijo rápidamente, y luego, haciendo pausa en cada nombre–. Whitman. Hemingway. Twain.

–¿Y las maquinitas?

–Me encantan X-Men, Pinball, Jurassic Park. Los de artes marciales: Mortal Kombat.

–En Neverland jugué algunas maquinitas –dije–. Había una asombrosa, el Beast Buster.

–Ah, sí, ese es fantástico. Elijo cada juego. Aunque ese es quizá demasiado violento. Por lo general me llevo algunos cuando salgo de gira.

–¿Cómo te las arreglas? Son muy grandes, ¿verdad?

–Ah, viajamos con dos aviones de carga.

–¿Has escrito alguna canción con Elizabeth en mente?

–“Infancia.”

–¿Es esa que pregunta “Has visto mi infancia”?

–Sí, dice así –y melodiosamente recitó–: “Antes de que me juzgues, trata de...” –y luego cantó el resto.

–¿No es la que oí sonar en tu carrusel de Neverland?

Encantado, dijo: ¡Sí! ¡Sí!

Continuó hablando sobre su infancia, sobre cómo, al igual que Elizabeth, estrellas infantiles, él solía apoyar a su familia.

–Fui un niño que sostuvo a su familia. Mi padre tomaba el dinero. Dejaba un poco para mí, pero la mayor parte se guardaba para toda la familia. Yo sólo trabajaba todo el tiempo.

–Así que no tuviste infancia, entonces; la perdiste. Si tuvieras que hacerlo otra vez, ¿qué cambiarías?

–Aunque me perdiera mucho no cambiaría nada.

–Puedo oír a tus niños en el fondo –el borboteo se había vuelto insistente, como el desagüe en una inundación–: ¿Si quisieran ser artistas y llevar la vida que tú has llevado, qué les dirías?

–Pueden hacer lo que quieran. Si quieren hacer eso, está bien.

–¿Cómo los criarías de una manera diferente de la que te criaron?

–Con más diversión. Más amor. No tan aislados.

–Elizabeth dice que encuentra doloroso mirar hacia atrás en su vida. ¿Tú lo encuentras difícil?

–No en lo que toca a una visión general de tu vida en vez de a un momento en particular.

Esta forma oblicua y algo libresca de expresarse fue una sorpresa para mí... otra sorpresa estilo Michael Jackson. Me había hecho detenerme con “intoxicadas” y también con “el zenit del universo”. Dije: No estoy muy seguro de lo que quieres decir con “visión general”.

–Como la infancia. No puedo verla. El arco de mi infancia.

–Pero hubo algún momento en tu infancia en que te sentiste particularmente vulnerable. ¿Sentiste eso? Elizabeth dijo que ella sentía que era propiedad de los estudios.

–A veces, realmente tarde en la noche, teníamos que salir... podría haber sido a las tres de la mañana, para trabajar en un show. Mi padre nos forzaba. Nos despertaba. Yo tenía siete u ocho años. Algunos de estos lugares eran clubes o fiestas privadas en casas. Teníamos que trabajar. Esto fue en Chicago, Nueva York, Indiana, Filadelfia... –añadió–, por todo el país. Podía estar dormido y escuchaba a mi padre: “¡Levántense! ¡Hay un show!”

–Pero ¿no te emocionaba estar en el escenario?

–Sí. Me encantaba estar en el escenario. Me encantaba hacer los shows.

–¿Y la otra cara del negocio? Si alguien llegaba después del show, ¿te sentías incómodo?

–No me gustaba. Nunca me gustó el contacto con la gente. Incluso hasta hoy, después de una presentación, odio conocer gente. Me vuelve tímido. No sé qué decir.

–Pero hiciste esa entrevista con Oprah, ¿verdad?

–Con Oprah fue duro. Porque era por tv... La tv está fuera de mi ámbito. Sé que todo mundo está mirando y juzgando. Es tan difícil.

–¿Este sentimiento es reciente... que estés bajo la lupa?

–No –respondió con firmeza–, siempre me he sentido así.

–¿Incluso cuando tenías siete u ocho años?

–No soy feliz haciéndolo.

–Lo que me hace suponer por qué el hablar con Elizabeth durante un periodo de dos o tres meses por teléfono haya sido el modo perfecto de conocerse. O haciendo lo que hacemos ahora mismo.

–Sí.

En algún punto, el uso que hizo Michael de la frase “infancia perdida” me impulsó a citar un pasaje de Germinal de A.E. (George William Russell): “En la niñez perdida de Judas/ Cristo fue traicionado”, y, del otro lado de la línea, escuché: “Wow.” Me pidió que le explicara el significado, y cuando lo hice insistió en que lo describiera detalladamente. “¿Qué clase de infancia tuvo Judas? ¿Qué le sucedió? ¿Dónde vivió? ¿A quién conocía?” Le dije que Judas era pelirrojo, tesorero de los Apóstoles, y que pudo haber sido un miembro de un grupo radical judío que pudo no haber muerto ahorcado sino que de algún modo se habría hecho explotar, todas las tripas de fuera. Veinte minutos más de textos bíblicos apócrifos con Michael Jackson, sobre la infancia perdida de Judas, y luego otra vez el susurro: “Wow.” ~


Traducción de María Lebedev

© Paul Theroux / The Sunday Telegraph

miércoles, 12 de agosto de 2009

Make me a believer




Para Ivanhoe, un fan irredento de DM

Sí amigo, por fin, luego de tanto tiempo tuve la oportunidad de ver a Depeche Mode en vivo y una vez más, tengo la sensacion de que me estoy haciendo viejo. Esa es mi conclusión luego de darme cuenta de que llega el momento en que las canciones no las cantas, ni siquiera las vives: las revives. Como si a cada estrofa salieran de tu garganta recuerdos gestados en medio de loa sonidos y no al revés.

Déjame contarte que el escenario fue apabullante, hermoso. El Grand Park de Chicago es un oasis en medio de una jungla de metal, los enormes rascacielos lucen como custodios de hierro congelado, inermes, apenas salen de las sombras por las luces de sus ventanas que, iluminadas, dan al entorno una personalidad plástica, pero no por ello menos apantallante. Y allá, abajo de los colosos de acero, miles y miles y miles y miles de humanos brincamos entre el lodo y celebramos a la vida bajo una lluvia pertinaz que nos moja hasta los huesos, pero también nos hace sentirnos vivos, somos entes empapados que generamos calorcito de adentro hacia afuera. El vapor que sale de las bocas al gritar es una muestra de que el espíritu festivo es indomable ante cualquier chubasco.
Del concierto poco puedo decir, y digo poco porque cuando te quedas sin palabras ante las emociones es mejor guardar un respetuoso silencio.

Una eternidad esperé este instante, canta Cerati y la frase le queda como anillo al dedo al concierto de Depeche, esa banda que fue parte del soundtrack de nuestro paso de la adolescencia a la juventud. Depeche Mode es una bandota que ha sabido envejecer dignamente, pasando del tecno pop desmadrosón al alucine ceremonioso, las pantallas de leds dejan ver hasta las patas de gallo de los integrantes, pero también el colmillo largo y retorcido que les permite dar aún tremendos conciertazos.

La tocada fue como una receta de un platillo elaborado, primero, la pasión a fuego lento, la nueva In Chains comenzó a sonar haciéndonos saber que Gahan tiene la garganta intacta: I know you know what you're doing to me/ I know my hands will never be free/I know what it's like to be in chains, canta concentrado Dave recordando sus pasos oscuros frente a la heroína y nosotros ya estamos alabándolo. Es una diva gentil que mueve a la masa a su antojo, que grita brinca y jadea como un artista nuevo que se quiere comer al mundo. Nada mal para alguien que hace algun tiempo estuvo clínicamente muerto por unos minutos.

Se le sube un poquito a la llama porque ahora sigue Wrong, el foro es un recinto de aullidos, de manos danzantes que se elevan hacia un cielo ya despejado donde el calor está subiendo. Yeah.
Luego se echan a la olla los elementos fuertes y los condimentos, y como el crítico de Ratatouille cuando prueba el plato que lo devuelve a la infancia, así llegaron los manjares a recordarnos los amores desesperados, las pasiones insanas satisfechas, llegaron las gargantas desaforadas a berrear Policy of truth, Enjoy the silence, walking in my shoes, I feel you, Precious, y como no, never let me down again.
Eché de menos strangelove, pero en su lugar aparecio la fabulosa Fly on the windscreen, me hubiera gustado escuchar behind the wheel, pero en su lugar apareció la genial stripped y como postre la monumental Personal jesus, con todo y sus machacantes acordes guitarreros que pusieron el ritmo al baile. Ya no importaron las horas de pie aguantando bajo la lluvia, el cansancio acumulado de los conciertos de toda la jornada, era Depeche Mode y nosotros perdonábamos el paso del tiempo.
Sí amigo, recibimos el mensaje de la música y prometimos difundirlo, porque Depeche Mode hizo época con este concierto y como reza su canción más famosa nos convertimos en creyentes y comulgamos con la historia.

Proximamente: Headbangers sobre una silla de ruedas