miércoles, 24 de junio de 2009

Corazones redondos

Dicen las leyendas emanadas del fanatismo futbolero que el corazón a veces se hace redondo, palpita más fuerte y suena como una de esas viejas pelotas de cuero al ser golpeadas con la parte interna del zapato.

No importa si es en un estadio de césped con categoría de alfombra, o una calle a medio asfaltar. La fiebre del Juego del Hombre no respeta espacios ni condiciones y como en esta ocasión, es un buen pretexto para tratar de despistar al insomnio.

Me encontré este cortito malgrabado de uno de los maravillosos cortometrajes hechos por Jesús Ochoa y Rodrigo Murray para la televisión mexicana, productos siempre innovadores y frescos de cuando José Ramón Fernández les mostraba a su comepetencia de Televisa, que ingenio mata billete.

Este corto, homenaje involuntario al Mago Septién, aún me conmueve porque sintetiza la pasión mexica por el balompie mezclada con la onírica esperanza de que algún día nuestra selección sirva para algo más que provocar vergüenzas y desbaratar ilusiones.

Sí, los corazones mexicanos muchas veces son redondos, y no paran de sangrar...



Y de postre, este otro sabroso cortito.

martes, 9 de junio de 2009

Elogio de la marea negra




We are scanning the scene

in the city tonight

We are looking for you

to start up a fight

There is an evil feeling

in our brains

But it is nothing new

you know it drives us insane

-Seek & Destroy




¿Y a mí me preguntan qué tiene de especial un concierto de Metallica?

¿A mí, que me sumo en el delirio compartido que emana de guitarras de riffs apabullantes que dieron origen a la brutalidad combinada con el sonido, a mí, que crecí emocionado con grabaciones de mala calidad de un grupo cuyos discos de importación además de caros eran dificilísimos de conseguir y que me valía una soberana progenitora no tener la calidad óptima sino el sonido incesante del scratch como suficiente alimento para el desfogue de los rebeldes demonios de la adolescencia precoz?


No mamen, si quieren objetividad, hay un montón de crónicas de los periódicos rondando ahí por el espacio cibernético, a mí déjenme vociferar sobre una tocada que me dobló las rodillas, déjenme pontificar acerca de una velada que me dejó la garganta convertida en un bulto de carne adolorida de tanto gritar, a mí permítanme volver horas atrás a comulgar con una sesión musical que me dejó tan cansado como satisfecho, como una sesión de sexo rudo con una dominatrix que te exprime hasta la última gota de ponzoña a la que le das con gusto el último par de billetes arrugados que te quedan en el fondo del bolsillo.




No pretendo ser tan imbécil como para esperar que compartan sentimientos, cada quién sus vicios musicales. Coloquen un poco de la música que más les gusta, agréguenle un trozo de músculo cardiaco, sazónenlo con los buenos recuerdos de una época en que no les importaba nada, mezclen en una licuadora y tómenselo de un jalón, sintiendo como su pecho se hincha de regocijo y nostalgia. Eso es lo que para mí fue la noche del 7 de junio del 2009 en el Foro Sol.


Como un Exxon Valdez que gotea los grumos de crudo poco a poco sobre la orilla de una costa, así se fue formando la masa en la superficie de uno de los mejores espacios para conciertos del planeta, la mancha oscura se extiende en sus miles de ramificaciones latentes, vivientes, las camisetas negras se compactan, se aplastan y crujen contra las barreras. Hoy todo mundo viene de negro, es un desfile de cuervos sin alas que murmuran sus propias letanías profanas de metal, cada ente luce desde lo alto como una célula buscando su par para la simbiosis. La marea negra se alista para explotar en un vaivén que seduce sin matar, que aplasta sin lastimar, que aulla sin dolor.


Con la oscuridad llega la luna, llena, como hace 10 años en este mismo lugar, la luz le da paso a los tonos violaceos del horizonte, y como un mandato hereje, se hace el sonido. The ecstasy of gold, de Morricone y las imágenes grabadas para el infinito del celuloide por Sergio Leone van logrando que los corazones latan más rápido, más fuerte, los pesos pagados por un boleto comienzan a desquitar su partida. Con las emociones ya vamos ganando.






“James Hetfield es Dios y nosotros estamos para servirle”

-Diálogo de la película Any Given Sunday, de Oliver Stone-



No caigamos en provocaciones ni en hipérboles, simplemente digamos que Creeping death fue una buena manera de disfrazar la locura. Los cuatro jinetes salieron al escenario haciendo relinchar sus corceles de madera y metal a seis o cuatro cuerdas. Hay escenarios en que es un pecado permanecer cuerdo, hay que dejarse llevar por el grito en la garganta, acompañar a Hetfield que grita en español si estamos listos, prenderse como esas enormes piras de fuego que pintan de amarillo la noche mientras suena Fuel, vagabundear por la memoria alzando los brazos a la nada al ritmo de Wherever I May Roam y pensar en todo, menos en entristecerse con Harvester of Sorrow.

Apenas van cuatro canciones, tan volátiles como un pensamiento, tan eternas como un recuerdo, las piernas se aflojan y los oídos de sensibilizan con Fade to Black, volver a los sempiternos orígenes con Cyanide y anclarse con una estaca que no deja pasar los años al escuchar …And Justice For All.


Metallica gruñe y la marea negra ruge Sad But True, la bestia también necesita respirar, sacar más oxígeno de los pulmones para aguantar el vuelo y aprovecha la pausa melódica de The Day That Never Comes para volver a agarrar vuelo con la pesadilla zombiemaniaca de All Nightmare Long. Los fuegos artificiales dibujan batallas ficticias en el cielo como preámbulo a One que se apaga en un suspiro, una guitarra que luego lanza un estertor que se convierte en la monumental Master Of Puppets. La marea negra es títere y titiritero de sí misma, el Slam se multiplica hasta en los pasillos, la cerveza sigue cayendo como lluvia que se evapora tan pronto cae sobre las cabezas humeantes de encendidas emociones, humores, sudores y codazos, gotas de sangre salpicante de labios partidos por el descuido o mordidos por la excitación, miles de lenguas enfrascadas en lenguajes comunes. Este es el soundtrack de un cuento de Lovecraft coronado con Dyers eve.



En el metal, la cursilería también es más sabrosa, ¡cómo no! Nothing else matters invita a mecerse de cachetito y morder el ídem de la ninfa, husmear entre su cuello mientras se reza: so close no matter how far/couldn't be much more from the heart/forever trusting who we are/no, nothing else matters y explotar juntos en un climax al hacer su aparición en la tenebra del Enter Sandman.


El final se acerca, la masa lo siente, lo percibe con The wait, reniega con Hit the lights y ante la moribunda noche saca las últimas gotas de energía para cantar, berrear, soñar, vibrar, padecer, sangrar y vivir el himno imperecedero, podeis ir en paz, con Seek & Destroy os he bautizado y los jinetes abrazan a la marea negra, tienen la mirada encendida, brillosa, sí, la banda se entrega a los súbditos. Carajo, pocos públicos como este.


Un concierto de rock como este es un fantasma, el espectro que como rezan las buenas leyendas, se repite, con suerte, cada 10 años.

Fotos de: rockandradio.net y Metallica.com

PD: Con mi más profundo cariño por Ady, mi compañera de batallas musicales y con quien gocé más este concierto.


sábado, 6 de junio de 2009

El juego de las sillitas voladoras


¿Sientes ese cosquilleo que te corre desde la base del cabello en la nuca hacia la parte lumbar de la espalda por la espina dorsal a medida que te vas acercando a la puerta de ese recinto que ya suena como la respiración de una bestia que se despierta?

¿Recuerdas cómo te soprendiste la primera vez que de ese viejo y gastado casette Sony salieron unos guitarrazos acelerados, violentos y pesados que sonaban como si alquien más que tocar las cuerdas de la lira la torturara con la yema de los dedos? Master of Puppets, te dijo tu primo que se llamaba la canción. Sí, acuérdate, era 1986 y escuchaste esa cinta una y otra vez durante horas y después días.

¿Sonríes como esa ocasión que el satánico pandemónium se desató desde que Pantera saltó al escenario, cientos y cientos de sillas atadas una con otra por cintas plásticas volando al mismo tiempo por los aires como una ola que corría de adelante hacia atrás mientras de fondo atronaban los vaqueros del infierno liderados por Phil Anselmo? Acuérdate cómo te reíste con la corredera de greñudos perseguidos por los elementos de seguridad que no se daban abasto para agarrar gandayas que se habían saltado al ruedo. La separación de lugares valió madres y el caos se instaló con sabrosura, como debe ser en un concierto de metal.

¿Se te pintan un par de lágrimas en los ojos y se te enronquece la garganta al cantar de nuevo Nothing else matters, como esa épica noche en que por fin los tenías de frente sin importar cómo demonios te ibas a regresar a tu casa?

¿Mañana sonará de nuevo The Ecstasy of gold?, ¿qué vas a sentir cuando toquen Seek & Destroy?

Ya lo averiguaré y lo contaré, me voy al DF acompañado de una ninfa.

Metallica Rules!!!!

PD: Fue la última vez que Ocesa puso sillas en la parte baja del Foro Sol.