lunes, 17 de noviembre de 2014

La balada calibre .45


Originalmente publicado en Artículo Siete

Por José Alonso Torres

Algo muy desolador está pasando en un país que se ha tenido que acostumbrar a que el traqueteo arrítmico de las balas, sea la banda sonora de la historia de la nación.
     A través de películas de charros y fiestas de pueblo, los mexicanos crecimos con los tímpanos aclimatados para escuchar los balazos que se sueltan en las celebraciones de provincia. Se ven muy lejanos los días en que los plomazos a media noche significaban que había llegado un nuevo año, o entrados en excesos, que el casorio llegaba ya a su punto máximo de fiesta.
     Una madrugada los tiros aislados desaparecieron y, en cambio, la noche comenzó a vomitar tronantes, continuas, relampagueantes, ráfagas de plomo. Los calibres aumentaron, a este país de repente le cayó la negrura encima y los festejos abrieron paso franco a los velorios.
     Los balazos dejaron de ser cosa de risa y grito jubiloso. Desde las fronteras y las tierras calientes del centro comenzó a bajar la neblina de la desdicha y el miedo. El atronador sonido de un arma se convirtió en la señal sonora de que había que tirarse de cabeza al suelo.
     ¿A qué suena hoy un disparo de calibre .45, de AK-47 y de R-15? Retumba a espanto, a dientes que crujen, a lágrimas de histeria y desesperanza. La Uzi chasquea muerte y los latidos más fuertes se infartan con las sinfonías del pavor. Del corrido Carabina 30-30 de los revolucionarios rebeldes, brincamos a las jaculatorias, alCuerno de Chivo, al Chanate.
Habría que reflexionar cómo se le fue perdiendo el respeto a la tragedia. Eduardo Monteverde citaba a Virgilio señalando que lo peor del horror es que terminemos acostumbrándonos a él.
     A veces sólo queda el camino del arte para enfrentar el desasosiego. La creación de un sentimiento para sustituir el abatimiento de la esperanza. No es el primero ni seguramente será el último en hacerlo, pero la obra de Pedro Reyes nos muestra que hasta los símbolos de la muerte pueden convertirse en luz de vida.
     Pedro Reyes es un artista que ha usado las armas para volverlas arte, como alegoría del triunfo del espíritu sobre el dolor. Después de que hace unos años transformó miles de armas en palas para plantar árboles, le ofrecieron utilizar seis mil 700 pistolas y metrallas decomisadas en Ciudad Juárez —ese lugar donde abundan los recitales de gritos y balas—, él decidió convertirlas en instrumentos musicales, una redención del metal creado para provocar sufrimiento.
     La idea no es nueva. Múltiples proyectos alrededor del mundo se han focalizado en transformar el armamento en piezas artísticas, como monumentos a la vida hechos de fierros que sembraron de cadáveres los caminos en donde ya no se escuchan notas alegres.
     En Mozambique, 15 artistas se dieron a la tarea de construir esculturas de armas previamente destruidas; en Phoenix Arizona, Robert Miley creó, con cuatro toneladas de fusiles y pistolas, una figura humana, llamadaRelease the fear, que levanta los brazos hacia el cielo; los canadienses Sandra Bromley y Wallis Kendal transformaron ocho mil armas recopiladas en todo el mundo en la instalación The gun sculpture, para reflexionar la cultura de la violencia.
El proyecto Disarm de Pedro Reyes puede encontrarse en YouTube como  documental de Vice, es una melodía mecánica que huele a pólvora, pero transpira el mensaje de que la tecnología no es mala ni buena, sino que todo depende de la persona que la utilice.
     Con armas decomisadas, Pedro Reyes construyó 50 instrumentos de todo tipo y que trinan como coro de metal que en lugar de lenguas de fuego y plomo, arroja tonos melódicos. En una nación que, sólo de Estados Unidos,  de manera ilegal recibe 253 mil armas al año, parece poca cosa; se podrían hacer casi cinco mil “orquestas” como la que construyó Pedro.
     Destello para reflexionar o ingenuidad desarmada. El mensaje está puesto para quien, literalmente, lo quiera escuchar. La armonía, representada en este caso por la música, es un pequeño oasis para aquellos que queremos compartir el pensamiento de Gandhi y creemos que la mayor arma es una plegaria muda.

 

sábado, 28 de junio de 2014

Realidad Bizarra


 
 
En un sábado en que América del Sur domina las pantallas de televisión y revienta las redes con discusiones futboleras el sentido común se diluyó en una rueda de la fortuna donde, como en la vida misma, el drama no conoce a la justicia.

Chile llegó al partido contra el anfitrión como el equipo con sed de triunfo mientras el rival tenía la garganta cerrada por el nerviosismo del que sabe que no puede darse el lujo de pasar un trago amargo.

Decía Juan Villoro que el futbol se analiza siempre en retrospectiva. De antemano se sabía que los chilenos saldrían con el ánimo de una turba de filibusteros que atacarían a los brasileños con el cuchillo entre los dientes y con la agilidad en las piernas de un mastín que huele el miedo en su presa. Lo que nadie imaginaba era una escena donde los “favoritos” para llevarse la Copa FIFA tenían lágrimas en los ojos, la frente pegada al pasto o los brazos elevados en una plegaria desesperada…  eso, antes de que finalizara el encuentro.

Julio César, el portero brasileño que emigró de las aguerridas canchas italianas a los aparentemente más cómodos campos alfombrados de la Unión Americana, lloraba antes de la tanda de penales. Como nunca, el que se sabe frente al paredón de fusilamiento mostraba sus emociones sin tener fe en que los pistoleros contrarios tuvieran la pólvora mojada.

Durante 120 minutos, los chilenos se comportaron como el boxeador fajador que entra al intercambio de golpes con el riesgo de que lo fulminen de un nocaut, pero a Brasil le hicieron falta los puños, a la nación anfitrión le llegó una crisis más aguda que la económica que mantiene protestas callejeras en su territorio: la escasez de delanteros es ahora un asunto de seguridad nacional.
 
El equipo que intentó ganar hasta el final vio salir a Medel uno de sus aguerridos guardianes de la retaguardia de la única manera en que iba a abandonar el terreno de juego: en una camilla y el conjunto dejó todo su esfuerzo en los postes: un tiro al travesaño en la agonía del tiempo regular comenzaba a perfilar una tragedia, un disparo al metal en la tanda de penales cerró el círculo de la mala fortuna.
El llanto se convirtió en un catalizador atajapenales. Julio César puede patentar una nueva psicosesión. El guardameta carioco inauguró la terapia Gestalt desde los once pasos.  

Una cancha de futbol es un escenario histriónico donde en ocasiones la realidad se torna bizarra. En el juego entre Brasil y Chile, el verdugo fue el que estaba de rodillas.

Foto: O Globo.