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miércoles, 14 de noviembre de 2007

Yo amo al futbol


Roberto "El Negro" Fontanarrosa, además de un estupendo cariacturista, era un fanático del futbol, capaz dice, de pasar una soleada tarde en París sin salir de su habitación por ver un partido entre el Feyenoord y el Galatasaray ¡Y de pilón, amistoso!

Originario de Rosario, Argentina,entre los leprosos del Newell's o los canallas del Rosario central, escogió estos últimos como su bando a defender. Escribió muchos cuentos sobre el tema, la mayoría de ellos, fieles representantes de la pasión extrema por el deporte, no solo a nivel profesional, sino también de esas cáscaras en los potreros y el caló de barrio que es en sí todoun objeto de estudio.

El cuento que sigue a continuación es una verdadera joya. Una narración repleta de guiños de humor negro, espero que la disfrutes. Además, aderecé la narración con algunas viñetas del dibujante que murió hace unos meses y a quien tuve el honor de escuchar en la FIL del año pasado.



19 de Diciembre de 1971


Sí yo sé que ahora hay quienes dicen que fuimos unos hijos de puta por lo que hicimos con el viejo Casale, yo sé. Nunca falta gente así. Pero ahora es fácil decirlo, ahora es fácil. Pero habla que estar esos días en Rosario para entender el fato, mi viejo, que hablar al pedo ahora habla cualquiera.

Yo no sé si vos te acordás lo que era Rosario en esos días anteriores al partido. ¡Y qué te digo “esos días”! ¡Desde semanas antes ya se venía hablando, del partido y la ciudad era una caldera, porque eso era lo que era la ciudad! Claro, los que ahora hablan son esos turros que después vos los veías por la calle gritando y saltando como unos desgraciados, festejando en pedo a los gritos y después ahora te salen con que son... ¿qué son?... moralistas... ¿De qué se la tiran, hijos de mil putas? Ahora son todos piolas, es muy fácil hablar. Pero si vos vieras lo que era la ciudad en esos días, hennano, prendías un fósforo y volaba todo a la mierda. No se hablaba de otra cosa en los boliches, en la calle, en cualquier parte. Saltaban chispas, te aseguro. Y la cosa arrancó con el fato de las cábalas. O mejor dicho, de los maleficios.

—Hay que entender que no era un partido cualquiera, hermano, era una final final. Porque si bien era una semifinal, el que ganaba después venía a jugar a Rosario y le rompía el culo a cualquiera. Fuera Central como Ñul, acá le hacía la fiesta a cualquiera. ¡Y cómo estaban los lepra! ¡Eso, eso tendrían que acordarse ahora los que hablan al reverendo pedo y nos vienen a romper las pelotas con el asunto del viejo Casale! ¿No se acuerdan esos turros cómo estaban los lepra? ¿No se acuerdan ahora, mi viejo? Había que aguantarlos porque se corrían una fija, pero una fija se corrían, hermano, que hasta creo que se pensaban que nos iban a llenar la canasta. No que sólo nos iban a hacer la colita sino que además nos iban a meter cinco, en el Monumental y para latelevisión. ¡Pero por qué no se van a la concha de su madre! ¡Qué mierda nos van a hacer cinco esos culosroto! ¡Así se la comieron doblada! ¡Qué pija que tienen desde ese día y no se la pueden sacar!

Pero la verdad, la verdad, hermano, con una mano en el corazón, que tenían un equipazo, pero un equipazo, de padre y señor mío.

Hay que reconocerlo. Porque jugaban que daba gusto, el buen toque y te abrochaban bien abrochado. Estaba Zanabria, el Marito Zanabria; el Mono Obberti ¡Dios querido, el Mono Obberti, qué jugador! Silva el que era de Lanús, el albañil. ¡Montes! Montes de cinco; Santamaría el Cucurucho Santamaría, qué sé yo, era un equipazo, un equipazo hay que reconocer, y la lepra se corría una fija. ¿Sabés cuántos había en la ruta a Buenos Aires, el día del partido? Yo no sé, eran miles, millones, yo no sé de dónde habían salido tantos leprosos. Si son cuatro locos y de golpe, para ese partido, aparecieron como hormigas los desgraciados. Todos fueron. ¡Lo que era esa ruta, papito querido! Entonces, oíme, había que recurrir a cualquier cosa. Hay partidos que no podés perder, tenés que ganar o ganar. No hay tutía. Entonces si a mí me decían que tenía que matar a mi vieja, que había que hacer cagar al presidente Kennedy, me daba lo mismo, hermano. Hay partidos que no se pueden perder. ¿Y qué? ¿Te vas a dejar basurear por estos soretes para que te refrieguen después la bandera por la jeta toda la vida? No, mi viejo. Entonces, ahí, hay que recurrir a cualquier cosa. Es como cuando tenés un pariente enfermo ¿viste? tu vieja, por ejemplo, que por ahí sos capaz hasta de ir a la iglesia ¿viste? Y te digo, yo esa vez no fui a la iglesia, no fui a la iglesia porque te juro que no se me ocurrió, mirá vos, que si no... te aseguro que me confesaba y todo si servía para algo. Pero con los muchachos enganchamos con la cuestión de las brujerías, de la ruda macho, de enterrar un sapo detrás del arco de Fenoy, de tirar sal en la puerta de los jugadores de Ñubel y de todas esas cosas que siempre se habla. Por supuesto que todas las brujas del barrio ya estaban laburando en la cosa y había muñecos con camiseta de Ñubel clavados con alfileres, maldiciones pedidas por teléfono y hasta mi vieja que no manya mucho del asunto tenía un pañuelo atado desde hacía como diez días, de ésos de “Pilato, Pilato, si no gana Central en River no te desato”. Después la vieja decía que habíamos ganado por ella, pobre vieja, si hubiera sabido lo del viejo Casale, pero yo le decía que sí para no desilusionarla a la vieja.

Pero todo el fato de la ruda macho y el sapo de atrás del arco eran, qué sé yo, cosas muy generales, ya había tipos que lo estaban haciendo y además, el partido era en el Monumental y no te vas a meter en la pista olímpica a enterrar un sapo porque vas en cana con treinta cadenas y no te saca ni Dios después, hermano. Entonces, me acuerdo que empezamos con la cosa de las cábalas personales. Porque me acuerdo que estábamos en el boliche de Pedro y veníamos hablando de eso. Entonces, por ejemplo, resolvimos que a Buenos Aires íbamos a ir en el auto del Dani porque era el auto con el que habíamos ido una vez a La Plata en un partido contra Estudiantes y que habíamos ganado dos a cero. Yo iba a llevar, por supuesto, el gorrito que venía llevando a la cancha todos los últimos partidos y no me había fallado nunca el gorrito. A ése lo iba a llevar, era un gorrito milagroso ése.El Coqui iba a ir con el reloj cambiando de lugar, o sea en la muñeca derecha y no en la izquierda, porque en un partido contra no sé quién se lo había cambiado en el medio tiempo porque íbamos perdiendo y con eso empatamos.o sea, todo el mundo repasó todas las cábalas posibles como para ir bien de bien y no dejar ningún detalle suelto. te digo más, estuvimos parados en la tribuna en el partido contra Atlanta para pararnos de la misma manera en el partido contra la lepra el boludo de michi decía que él había estado detrás del Valija y el Miguelito porfiaba que el que había estado detrás del Valija era él. Mirá vos, hasta eso estudiamos antes del partido, para que veas cómo venía la mano en esos días. ¿Y sabés qué te lleva a eso, hermano, sabés qué te lleva a eso? El cagazo, hermano, el cagazo, el cagazo te lleva a hacer cualquier cosa, como lo que hicimos con el viejo Casale.

Porque si llegábamos a perder, mamita querida, nos teníamos que ir de la ciudad, mi viejo, nos teníamos que refugiar en el extranjero, te juro, no podíamos volver nunca más acá. Íbamos a parecer esos refugiados camboyanos que se tomaron el piro en una balsa. Te juro que si perdíamos nosotros agarrábamos el “Ciudad de Rosario” y por acá, por el Paraná, nos teníamos que ir todos, millones de canallas, no sé, a Diamante, a Perú, a Cuzco, a la concha de su madre, pero acá no se iba a poder vivir nunca más con la cargada de los leprosos putos, mí viejo. Ya el Miguelito había dicho bien claro que él se la daba, que si perdíamos agarraba un bufo y se volaba la sabiola y te digo que el Miguelito es capaz de eso y mucho más porque es loco el Miguelito, así que había que creerle. O hacerse puto, no sé quién había comentado la posibilidad de hacerse trolo y a otra cosa mariposa, darle a las plumas y salir vestido de loca por Pellegrini y no volver nunca más a la casa. Pero, te digo, nadie quería ni siquiera sentir hablar de esa Posibilidad. Ni se nombraba la palabra “derrota”.

Era como cuando se habla del cáncer, hermano. Vos ves que por ahí te dicen “la papa”, o “tiene otra cosa”, “algo malo”, pero el cangrejo, mi viejo, no te lo nombra nadie. Y ahí fue cuando sale a relucir lo del viejo Casale. El viejo Casale era el viejo del Cabezón Casale, un pibe que siempre venía al boliche y que durante años vino a la cancha con nosotros pero que ya para ese entonces se había ido a vivir al norte, a Salta creo, lo vi hace poco por acá, que estaba de paso. Y ahí fue que nos acordamos de que un día, en la casa del Cabezón, el viejo había dicho que él nunca, pero nunca, lo había visto perder a Central contra Ñul. Me acuerdo que nos había impresionado porque ese tipo era un privilegiado del destino. Aunque al principio vos te preguntas, “¿Cómo carajo hizo este tipo pata no verlo perder nunca a Central contra Ñul? ¿Qué mierda hizo? Este coso no va nunca a la cancha”. Porque, oíme alguna vez lo tuviste que ver perder, a menos que no vayás a. los clásicos. Y ojo que yo conozco muchos así, que se borran bien borrados de los clásicos. O que van en Arroyito, pero que a la cancha del Parque no van en la puta vida. Y me acuerdo que le preguntarlos eso al viejo y el viejo nos dijo que no, y nos explicó. El iba siempre, un fana de Central que ni te cuento, pero se había dado, qué sé yo, una serie de casualidades que hicieron que en un montón de partidos con Ñul él no pudiera ir por un montón de causas que ni me acuerdo. Que estaba de viaje por Misiones —el viejo era comisionista—; que ese día se había torcido un tobillo y no podía caminar, que estaba engripado, que le dolía un huevo, qué sé yo, en fin, la verdad, hermano— que el viejo la posta posta era que nunca le había tocado ver un partido en que la lepra nos hubiera roto el orto. Era un privilegiado el viejo y además, un talismán, querido, porque así como hay tipos mufa que te hacen perder partidos adonde vayan, hay otros que si vos los llevás es número puesto que tu equipo gana. No es joda. Y el viejo Casale era uno de éstos, de los ojetudos.

Entonces ahí nos dijimos “Este viejo tiene que estar en el Monumental contra Ñubel. No puede ser de otra forma. Tiene que estar”... Claro, dijimos, seguro que va a estar, si es fana de Central, canalla a muerte. Pero nos agarró como la duda viste? porque nosotros no era que lo veíamos todos los días al viejo, te digo más, desde que el Cabezón se había ido al norte a laburar, al viejo de él no lo habíamos vuelto a ver ni en la cancha, ni en la calle ni en ninguna parte. Además, el viejo ya estaba bastante veterano porque debía tener como ochenta pirulos por ese entonces. Bah, en realidad ochenta no, pero sus sesenta, sesenta y cinco años los tenía por debajo de las patas.

Entonces, con el Valija, el Colorado y el Miguelito decimos “vamos a la casa del viejo a asegurarnos que va y si no va lo llevamos atado”. Porque también podía ser que el viejo no fuera porque no tuviera guita, qué sé yo. Nosotros ya habíamos pensado en hacer una rifa a beneficio, una kermesse, cualquier cosa. El viejo tenía que ir, era una bandera, un cheque al portador.
La cuestión es que vamos a la casa y... ¿a qué no sabés con lo que nos sale el viejo? Que andaba mal del bobo y que el médico le había prohibido terminantemente ir a la cancha, mirá vos. Nos sale con eso. Que no. Que había tenido un infarto en no sé qué partido, en un partido de mierda después que una pelota pegó en un palo, que había estado muerto como media hora y lo habían salvado entre los indios con respiración artificial y masajes en el cuore, que no había clavado la guampa de puro pedo y que le había quedado tal cagazo que no había vuelto a ir a la cancha desde hacía ya, mirá lo que te digo, dos años.

¡Hacía dos años que no iba a la cancha el viejo ese! Y no era sólo que él no quería ir sino que el médico y, por supuesto, la familia, le tenían terminantemente prohibido ir, lógicamente. No sé si no le prohibían incluso escuchar los partidos por radio, no sé si no se lo prohibían, para que no le pateara el bobo, porque parece que el viejo escuchaba un pedo demasiado fuerte y se moría, tan jodido andaba. Vos le hacías ¡Uh! en la cara y el viejo partía. ¡Para qué! Te imaginás nosotros, la desesperación, porque eso era como un presagio, un anuncio del infierno, hermano, era un preanuncio de que nos iban a hacer cagar en Buenos Aires, mi viejo. Entonces empezamos a tratar de hacerle la croqueta al viejo, a convencerlo, a decirle “Pero mire, don Casale, usted tiene que estar, es una cita de honor. ¡Qué va a estar mal usted del cuore, si se lo ve cero kilómetro! Vamos, don Casale —me acuerdo que lo jodía Miguelito— ¿cuántos polvos se echa por día? usted está hecho un toro”. Pero el viejo, ni mierda, en la suya. Que no y que no.

Le decíamos que el partido iba a ser una joda, que Ñubel tenía un equipo de mierda y que ya a los quince minutos íbamos a estar tres a cero arriba, que el partido era una mera formalidad, que el gobierno ya había decidido que tenía que ganar Central para hacer feliz a mayor cantidad de gente. No sé, no sé la cantidad de boludeces que le dijimos al viejo para convencerlo. Pero el viejo nada, una piedra el hijo de puta. Para colmo ya habían empezado a rondar la mujer del viejo, madre del Cabezón, y una hermana del Cabezón, que querían saber qué carajo queríamos decirle nosotros al vicio en esa reunión, porque medio que ya se sospechaban que nosotros no íbamos para nada bueno. En resumen que el viejo nos dijo que no, que ni loco, que ni siquiera sabía si iba apoder resistir la tensión de saber que se jugaba el partido, aun sin escucharlo. Porque el viejo los diarios los leía, tan boludo no era, y sabía cómo venía la mano, cómo era la cosa, cómo formaban los equipos, suplentes, historial, antecedentes, chaquetillas, color, todo. Nos dijo más. “Ese día —nos dijo— bien temprano, antes de que empiecen a pasar los camiones y los ómnibus con la gente yendo para Buenos Aires, yo me voy a la quinta de un hermano mío que vive en Villa Diego”. No quería escuchar ni los bocinazos el viejo. “Me voy tempranito a lo de mi hermano, que a mi hermano le importa un sorete el fútbol, y me paso el día ahí, sin escuchar radio ni nada”. Porque el viejo decía y tenla razón, que si se quedaba en la casa, por más que se encerrara en un ropero, algo iba a oír, algún grito, algún gol, alguna cosa iba a oír, pobre desgraciado, y se iba a quedar ahí mismo seco en el lugar. Así que se iba a ir a radicar en la quinta de ese hermano que tenía, para borrarse del asunto.

Muy bien, muy bien. Te digo que salimos de allí hechos bosta porque veíamos que la cosa venía muy mal. Casi era ya un dato seguro como para decir que éramos boleta. Para colmo, al Valija, el día anterior le había caído una tía del campo y él se acordaba que, en un partido que perdimos con San Lorenzo, esa misma tía le había venido el día antes. Era un presagio funesto el de la tía.
Fue cuando decidimos lo del secuestro. Nos fuimos al boliche y esa noche lo charlamos muy seriamente. El Dani decía que no, que era una barbaridad, que el viejo se nos iba a morir en el viaje, o en la cancha, y después se iba a armar un quilombo que íbamos a terminar todos en cana y que, además, eso sería casi un asesinato. Pero al Dani mucha bola no le dimos porque ha sido siempre un exagerado y más que un exagerado, medio cagón el Dani. Pero nosotros estábamos bien decididos y más que nada por una cosa que dijo el Valija: el viejo estaba diez puntos. Había tenido un infarto, es cierto. Pero hay miles de tipos que han tenido un infarto y vos los ves caminando tranquilamente por la yeca y sin hacer tanto quilombo como este viejo pelotudo, con eso de meterse adentro de un ropero, o no ir a la cancha, o dejar que te rigoree la familia como la esposa y la otra, la hermana del Cabezón. Por otra parte, y vos lo sabés, los médicos son unos turros pero unos turros que se ve que lo querían hacer durar al viejo mil años para sacarle guita, hacerle experimentos y chuparle la sangre. Y además, como decía el Miguelito y eso era cierto, vos lo veías al viejo y estaba fenómeno. Con casi sesenta afios no te digo que parecía un pendejo pero andaba lo más bien. Caminaba, hablaba, se sentaba, qué sé yo, se movía. ¡Chupaba! Porque a nosotros nos convidó con Cinzano y el viejo se mandó su medidita, no te digo un vasazo pero su medidita se mandó. La cosa es que el Miguelito elaboró una teoría que te digo, aún hoy, no me parece descabellada. ¡El viejo era un curro, hermano! Un turrazo que especulaba con el fato del bobo para pasarla bien y no laburarla nunca más en la vida de Dios. Con el sover del bobo no ponía el lomo, lo atendían a cuerpo de rey y —la tenía a la vieja y a la hermana del Cabezón pendientes de él —viviendo como un bacan, el viejo. Y... ¿de qué se privaba? De algún faso; que no sé si no fasearía escondido; y de no ir a—la cancha. Fijate vos, eso era todo. Y vivía como Carolina de Mónaco el otario. Bueno, con ese argumento y lo que dijo el Colorado se resolvió todo.

El Colorado nos habló de los grandes ideales, de nuestra misión frente a la sociedad, de nuestro deber frente a las generaciones posteriores, los pendejos. Nos dijo que si ese partido se perdía, miles y miles de pendejos iban a sufrir las consecuencias. Que, para nosotros y eso era verdad, iba a ser muy duro, pero que nosotros ya estábamos jugados, que habíamos tenido lo nuestro y que, de últimas, teníamos experiencias en malos ratos y fulerías. Pero los pibes, los pendejitos de Central, ésos, iban a tener de por vida una marca en sus vidas que los iba a marcar para siempre, como un fierro caliente. Que las cargadas que iban a recibir esos pibes, esas criaturas, en la escuela, los iban a destrozar, les iban a pudrir el bocho para siempre, iban a ser una o dos generaciones de tipos hechos bolsa, disminuidos ante los leprosos, temerosos de salir a la calle o mostrarse en público. Y eso es verdad, hermano, porque yo me acuerdo lo que eran las cargadas en la escuela primaria, sobre todo.

Yo me acuerdo cuándo perdimos cinco a tres con la lepra en el Parque después de ir ganando dos a cero, cuando se vendió el Colorado Bertoldi, que todavía se estará gastando la guita, y te juro que yo por una semana no me pude levantar de la cama porque no me atrevía a ir a la escuela para no bancarme la cargada de los lepra. Los pibes son muy hijos de puta para la cargada, son muy crueles. ¿No viste cómo descuartizan bichos, que agarran una langosta y le sacan todas las patas? Son unos hijos de puta los pibes en ese sentido. Y lo que decía el Colorado era verdad. Ahora todo el mundo habla de la deuda externa, y bueno, hermano, eso era algo así como lo de la deuda externa, que por la cagada de cuatro reverendos hijos de puta que empeñaron el país, la tenemos que pagar todos y los hijos y los hijos de nuestros hijos. Y si estaba en nosotros hacer algo para que eso no pasara, había que hacerlo, mi querido. Además, como decía el Colorado, ya no era el problema de la cargada de los pendejos futbolistas, está también el fato del exitismo. Los pibes ven que gana un equipo y se hacen hinchas de ese equipo, son así, casquivanos. Son hinchas del campeón. Entonces, ponele que hubiese ganado Ñubel y... ¡a la mierda! ... de ahí en más todos los pibes se hacían de Ñubel, ponele la firma. Y no te vale de nada llevarlos a la cancha, conversarlos, hablarles del Gitano Juárez o el Flaco Menotti, ni comprarles la camiseta de Central apenas nacen. No te vale de nada. Los pendejos ven que sale River campeón y son de River. Son así. Y en ese momento no era como ahora que, mal que mal, vos los llevás al Gigante y los pibes se caen de culo. Entonces, cuando van al chiquero del Parque, por mejor equipo que pueda tener Ñul, los pibes piensan “Yo no puedo ser hincha de esta villa miseria” y se hacen de Central. Porque todo entra por los ojos y vos ves que ahora los pibes por ahí ni siquiera han visto jugar a Central o a Ñul y ya se hacen hinchas de Central por el estadio. Es otra época, los pendejos son más materialistas, yo no sé si es la televisión o qué, pero la cosa es que se van de boca con los edificios.

Entonces la cosa estaba clara, había que secuestrar al viejo Casale, o sino aguantarse que quince, veinte años depués, hoy por ejemplo, la ciudad estuviese llena de lepra sos nacidos después de ese partido, y esto hoy ¿sabés lo que sería? Beirut sería un poroto al lado de esto, hermano te juro.

El que organizó la “Operación Eichmann”, como lo llamamos, fue el Colorado. La llamamos así por ese general aleman, el torturador, que se chorearon de acá una vez los judíos ¿viste? y lo nuestro era más o menos lo mismo. El Colorado es un tipo muy cerebral, que le carbura muy bien el bocho y él organizó todo. El Colorado ya no estaba par ese entonces en la O.C.A.L.. La O.C.A.L., no sé si sabés es una organización de acá, de Rosario, que se llama así porque son iniciales, O.C.A.L “Organización Canalla Anti Lepra”. Son un grupo de ñatos como el Ku-Klux-Klan, más o menos, que se reúnen en reuniones secretas y no sé si no van con capucha y todo a las reuniones, o si queman algún leproso vivo en cada reunión. Mirá yo no sé si es requisito indispensable ser hincha de Central, pero seguro seguro, lo que tenés que hacer es odiar a los lepra. Tenés que odiar más a los lepra que lo que querés a Central.
Hacen reuniones, escriben el libro de actas, piensar maldades contra los lepra, festejan fechas patrias de partidos que les hemos ganado, tienen himnos, son como esos tipos los masones esos, que nadie sabe quiénes son. Andan con antorchas. Bueno, de la O.C.A.L., de la O.C.A.L. al Colorado lo echaron por fanático, con eso te digo todo pero es un bocho el Colorado y él fue el que organizó todo el operativo.

Y te la cuento porque es linda, te la cuento porque es linda, no sé si un día de estos no aparece en el “Selecciones” y todo. Averiguamos qué ómnibus iba para Villa Diego, adonde tenía la quinta el hermano del viejo Casale. Desde donde vivía el viejo, ahí por San Juan al mil cuatro cientos, lo único que lo dejaba en ese entonces, si mal no recuerdo, era el 305 que pasaba por la calle San Luis. O sea que el viejo tenía que tomarlo en San Luis-Paraguay o San Luis-Corrientes, no más allá de eso a menos que fuera muy pelotudo y lo fuera a tomar a Bulevar Oroño que no sé para qué mierda iba a hacer eso. Ahora, la. duda era si el viejo se iba a ir en ómnibus o en auto, porque si se iba en auto nos recagaba, pero nos jugábamos a que se iba a ir en ómnibus porque auto no tenía y seguro que el hermano tampoco tenía porque debía ser un muerto de hambre como él, seguramente. Y te digo que la cosa venía perfecta, porque el viejo nos había dicho que iba a salir bien temprano para no infartarse con las bocinas o sea que nosotros podíamos combinarlo con el horario de salida nuestra para el partido. Porque también nos cagaba si salía a la una de la tarde para Villa Diego porque después ¿cómo llegábamos nosotros a Buenos Aires para la hora del partido con el quilombo que era la ruta y en un ómnibus de línea? Lo más probable es que nos hiciéramos pelota en el camino por ir a los pedos. Y por otra parte, hermano, Villa Diego queda saliendo para Buenos Aires o sea que la cosa estaba clavada, era posta posta.
Después hubo que hablar con los otros muchachos, porque convencer al Rulo no nos costó nada, a él le daba lo mismo y, además, le contamos los entretelones del asunto. Te digo que el Colora manejó la cosa como un capo, un maestro. El asunto era así, el Rulo es un fana amigo de Central que tiene un par de ómnibus, está muy bien el Rulo. Y en esa época tenía un par de coches en la línea 305. Fue un ojete así de grande, porque si no teníamos que conseguir otro coche, cambiarle el color, pintarlo, qué sé yo, ponerle el número, un laburo bárbaro. Pero el Rulo tenía dos 305 y con uno de ésos ya tenía pensado pirarse para el Monumental el día del partido y más bien que se llevaba como mil monos que también iban para allá. Lo sacaba de servicio y que se fueran todos a la reputísima madre que los parió, no iba a perderse el partido ese.

Entonces, el Rulo, con los monos arriba Y nosotros, tenía que estar con el ómnibus preparado, el motor en marcha, por España, estacionado. Y el Miguelito se ponía de guardia, tomando un café, justo en un boliche de ahí cerca desde donde veían la puerta de la casa del viejo Casale. Creo que a las cinco, nomás, de la matina, ya estaba el Miguelito apostado en el boliche haciéndose el boludo y junando para la casa del viejo. Te juro que ni los tupamaros hubieran hecho un operativo como ése, hermano. Fue una maravilla.

Apenas vio que salía el viejo con una canastita donde seguro se llevaba algún matambre casero, algo de eso, el pobre viejo, el Miguelito cazó una Vespa que tenía en ese entonces, dio la vuelta a la manzana y nos avisó. Cargó la moto en el ómnibus, en la parte de atrás, detrás de los últimos asientos y nos pusimos en marcha.

Ya les habíamos dicho a tres o cuatro pendejos, de esos quilomberos de la barra, que se hicieran bien los sotas, que no dijeran ni media palabra y se hicieran los que apoliyaban. Nosotros también, para que no nos reconociera el viejo, estábamos en los asientos traseros, haciéndonos los dormido, incluso con la cara tapada con algún pulover, como si nos jodiera la luz, o con algún piloto.

Te digo que el día había amanecido frío y lluvioso, como la otra fecha patria, el 25 de Mayo. Además, el quilombo había sido guardar y esconder todas las banderas, las cornetas, las bolsas con papelitos, los termos, todo eso. Uno de los muchachos llevaba una bandera de la gran puta que medía 52 metros ¡52 metros, loco! Media cuadra de bandera que decía “Empalme Graneros presente” y tuvimos que meterla debajo de un asiento para que el. viejardo no la vichara.
La cosa es que el viejo subió medio dormido y se sentó en uno de los asientos de adelante que ya habíamos dejado libre a propósito para que no viera mucho del ómnibus. Rulo le cobró boleto y todo. Y nadie se hablaba como si no nos conociéramos. Y como el ómnibus iba haciendo el recorrido normal, el viejo iba lo más piola, mirando por la ventanilla. La cuestión es que llegamos a Villa Diego y el viejo tranquilo. Cada tanto, cuando nos pasaba algún auto con banderas en el techo, tocando bocina, el viejo miraba a los que tenía cerca y movía la cabeza como diciendo “¡Mirá vos!”.

Se ve que tenía unas ganas de hablar pero nadie quería darle mucha bola para no pisarse en una de ésas. Así que nos hacíamos todos los dormidos. Parecía que habían tirado un gas adentro de ese ómnibus hermano. Como cuando se muere algún ñato ¿viste? que se queda a apoliyar en el auto con el motor prendido y lo hace cagar el monóxido de carbono, creo. Bueno, así parecía que a nosotros nos había agarrado el monóxido de carbono. Pero, cuando llegamos a Villa Diego, por ahí el viejo se levanta y le dice al Rulo “En la esquina, jefe.”. Y yo no sé qué le dijo el Rulo, algo de que ahí no se podía parar, que estaba cerrado el tráfico, que había que seguir un poco más adelante y el viejo se la comió, pero se quedó paradito al lado de la puerta. Al rato, por supuesto, de nuevo el viejo, “En la esquina”. Ahí ya el Rulo nos miró, porque se le habían acabado los versos. Y ahí, hermano... ¡vos no sabés lo que fue eso! Fue como si nos hubiésemos puesto todos de acuerdo y te juro que ni siquiera lo habíamos hablado. Empezaron los muchachos a desplegar las banderas, a sacar las cornetas y las banderas por la ventana, y a los gritos, hermano, “¡Soy canalla, soy canalla!” por las ventanas.

Pero no para el lado del viejo, el pobre viejo, que la cara que puso no te la puedo describir con palabras, sino para afuera, porque los grones, con lo quilomberos que son, se habían ido aguantando hasta ahí sin gritar ni armar quilombo para no deschavarse con el viejo, pero cuando llegó el momento agarraron las banderas, empezaron a sacar los brazos y golpear las chapas del costado del ómnibus y también el Rulo empezó a seguir el ritmo con la bocina.

¿Viste esas películas de cowboy, cuando los choros van a asaltar una carreta donde parece que no hay nadie, o que la maneja nada más que un par de jovatos y de golpe se abren los costados y aparecen 17.000 soldados que los cagan a tiros? ¿Que levantan la lona y estaban todos adentro haciéndose los sotas? Bueno, ese ómnibus debió ser algo así. De golpe se transformó en un quilombo, un escándalo, una de gritos, de bocinazos, cornetas, una joda. ¡Y la gente al lado de la ruta! Porque desde la madrugada ya había gente a los costados de la ruta esperando que pasaran las caravanas de hinchas. Era para llorar, eso, conmovedor, te saludaban, gritaban, levantaban los puños, por ahí algún lepra, a las perdidas, te tiraba un cascotazo... Pero vuelvo al viejo, el viejo, no sabés la caripela que puso. Porque nosotros lo estábamos mirando porque decíamos: éste es el momento crucial. Ahí el viejo o cagaba la fruta, el corazón se le hacía bosta, o salía adelante. El viejo miraba para atrás, a todos los monos que saltaban y cantaban y no lo podía creer. Se volvió a sentar y creo que hasta San Nicolás no volvió a articular palabra. Te digo que el Rábano, el hijo de la Nancy ya se había ofrecido a hacerle respiración boca a boca llegado el caso, que era algo a lo que todos, mal que mal, le habíamos esquivado el bulto porque, qué sé yo, te da un poco de asco, además con un viejo.

Pero mirá, te la hago corta. Mirá, cuando el viejo ya vio que no había arreglo, que no había posibilidad de que lo dejáramos bajar del ómnibus, se entregó, pero se entregó entregó. Porque, al principio, nosotros nos acercamos y nos reputeó, nos dijo que éramos unos irresponsables, unos asesinos, que no teníamos conciencia, que era una,verguenza, qué sé yo todo lo que nos dijo. Pero después, cuando nosotros le dijimos que él estaba perfecto, que estaba hecho un toro, que si se había bancado la sorpresa del ómnibus quería decir que ese cuore se podía bancar cualquier cosa, empezó a tranquilizarse. El Colorado llegó a decirle que todo era una maniobra nuestra para demostrarle que él estaba perfectamente sano y que incluso el médico estaba implicado en la cosa.

Mirá hermano, y creéme porque es la pura verdad ¿qué intención puedo tener en mentirte, hoy por hoy? mucho antes ya de entrar en Buenos Aires ese viejo era el más feliz de los mortales, te lo digo yo y te lo juro por la salud de mis lujos. El viejo cantaba, puteaba, chupaba mate, comía facturas, gritaba por la ventana y a la cancha se bajó envuelto en una bandera. No había, en la hinchada, un tipo más feliz que él. Vino con nosotros a la popu y se bancó toda la espera del partido, que fue más larga que la puta que lo parió y después se bancó el partido. Estaba verde, eso si, y había momentos en que parecía que vos lo pinchabas con un alfiler y reventaba como un sapo, porque yo lo relojeaba a cada momento. Y después del gol del Aldo, yo lo busqué, lo busqué porque fue tal el quilombo y el desparramo cuando el Aldo la mandó adentro que yo ni sé por dónde fuimos a caer entre las avalanchas y los abrazos y los desmayos y esas cosas. Pero después miré para el lado del viejo y lo vi abrazado a un grandote en musculoso casi trepado arriba del grandote, llorando. Y ahí me dije: si éste no se murió aquí, no se muere más. Es inmortal. Y después ni me acordé más del viejo, que lo que alambramos, lo que cortamos clavos, los fierros que cortamos con el upite, hermano, ni te la cuento. Eso no se puede relatar, hermano, porque rezábamos, nos dábamos vueltas, había gente que se sentaba entre todo ese quilombo porque no quería ni mirar. Porque nos cagaron a pelotazos, ya el segundo tiempo era una cosa que la tenían siempre ellos y ¿sabés qué era lo fulero, lo terrible? ¡Qué si nos empataban nos ganaban, hermano, porque ésa es la justa! ¡Nos ganaban esos hijos de puta! ¡Nos empataban, íbamos a un suplementario y ahí nos iban a hacer refocilar el orto porque estaban más enteros y se venían como un malón los guachos! ¡Qué manera de alambrar! Decí que ese día, Dios querido, yo no sé que tenía el flaco Menuttl que sacó cualquier cosa, sacó todo, vos no quieras creer lo que sacó ese día ese flaco enclenque que parecía que se rompía a pedazos en cada centro. Le sacó un cabezazo de pique al suelo a Silva que lo vimos todos adentro, hermano, que era para ir todos en procesión y besarle el culo al flaco ése ¡qué pelota le sacó a Silva! Ahí nos infartamos todos, faltaban cinco minutos y si nos empataban, te repito, éramos boleta en el suplementario. Me acuerdo que miro para atrás y lo veo al viejo, blanco, pálido, con los ojos desencajados, pobrecito, pero vivo. Y ahora yo te digo, te digo y me gustaría que me contesten todos esos que ahora dicen que fue una hijaputez lo que hicimos con el viejo Casale ese día. Me gustaría que alguno de esos turritos me contestara si alguno de ellos lo vio como lo vi yo al viejo Casale cuando el referí dio por terminado el partido, hermano. Que alguno me diga si, de puta casualidad, lo vio al viejo Casale como lo vi yo cuando el referí dio por terminado el partido y la cancha era un infierno que no se puede describir en palabras. Te digo que me, gustaría que alguien me diga si alguien lo vio como lo vi yo. ¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida, pero lejos lejos el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante! Y cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que todos pensamos; “¡qué importa!” ¡Qué más quería que morir así ese hombre! ¡Esa es la manera de morir para un canalla! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba viviendo, adentro de un ropero, basureado por la esposa y toda la familia? ¡Más vale morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa.

martes, 22 de mayo de 2007

Crónicas morrocotudas ... Argentina (II)


Seguimos aquí con la segunda parte de las Crónicas Morrocotudas en Argentina comenzando con una estampa de la Casa Rosada y talqueada. Un viajezote en todos los sentidos fue este. Bien decía Morand que un viaje es una nueva vida, con un nacimiento, un crecimiento y una muerte, que nos es ofrecida en el interior de la otra.

¡Fíjate nomás!

Como cualquier ciudad tercermundista que se respete, Buenos Aires posee sus dos carotas contrastantes. Por un lado está el romanticismo cultural que envuelve a la capital federal de Argentina en un pintoresco paisaje de librerías, galerías de arte, museos, amplios jardines, música, arquitectura y glamour.


La urbe porteña envuelve al visitante en su atmósfera cadenciosa, con una seductora sonrisa, la ciudad pone su mano en el costado del visitante y literalmente se lo lleva al baile, los eleva con pasos gentiles y suaves unos centímetros sobre el pavimento y lo hechiza dando vueltas al ritmo de una milonga o un tango por sus calles, sus restaurantes, sus enormes parques y anchas avenidas, enormes Libertador y 9 de Julio, amplísimas, (ésta última nomás mide 110 metros de ancho), como hechas adrede para que por ellas quepan los ciudadanos con todo y egos.
Por el otro lado están los cinturones de miseria, los barrios bravos donde el turismo es leyenda urbana, el sur tan golpeado una y otra vez por las políticas públicas.
Pero como ahora estoy de vacaciones, con todo y pena hablaremos de eso después…
Los días que pasé en Buenos Aires, gracias a la generosidad de Wendy y a mi poca vergüenza para la gorrita café, han sido insuficientes para descubrir, recorrer, palpar y saborear la Ciudad.

Mi tener big problema: me he encontrado cosas tan chingonas (disculpen mis modales, pero es que hay cosas que se merecen estos adjetivos forzadones) que he regresado varias veces a ellos en vez de cómo turista japonés, sacar la foto de rigor y pegar carrera al siguiente monumento.
En Avenida Santa Fe, en Palermo, me topé con EL ATENEO, jóvenes y damiselas. Los hombres de mucho mundo, o mucho Nacional Geographic saben a lo que me refiero: la monumental, exquisita, impactante, sublime, impresionante, bella, apabullante y demás "antes" que se les antojen, librería instalada en un viejo teatro.
Imagínense la escena: en el frontispicio se despliegan sus anchas columnas clásicas por las que se cuelan hacia el exterior los rayos de luz dorada como si invitaran a un gran estreno. Hoy la función le toca a los libros.
Restaurado hasta los mínimos detalles, incluyendo los decorados de los palcos convertidos en saloncitos de lectura. La librería se compone de un espacio de 3 mil 500 metros cuadrados donde los ejemplares están repartidos en el espacio central donde estaban las butacas, el sótano y los espacios laterales en tres pisos del edificio construido en 1919.

Y en el escenario, una cafetería para tomarse algo mientras se hojean los libros, amenizado el ambiente por un viejo pianista que sustituye quizá a una valkiria caderona con casco vikingo como las que representan las caricaturas siempre que hablan de ópera. Perdonen ustedes la ignorancia, pero El Ateneo es poco grito y mucho y respetuoso silencio, que estamos leyendo.
Como para invitar al PresiChente a darse una vuelta.
Se acabó el paréntesis cultural.

Y del otro extremo, ahí andaba yo acompañando a Wendy a tomar algunas fotos. Así conocí otras caras de Buenos Aires. Un cine convertido ahora en santuario religioso cristiano de arrepentimiento a moco tendido, incluyendo transmisión televisiva, como el Dios rating y la charola mandan; Un edificio que sirvió durante la dictadura como centro de detención clandestino, que fue abandonado después de ser expropiado y ahora está convertido en cómodo fraccionamiento para ratas dientonas, panzonas, gris Oxford, cola larga y pa acabarla de amolar, rete bravas.








Y cuando yo planeaba una nueva excursión al Centro Cultural José Luis Borgues "El Puma" (Fox dixit) la Wen me preguntó que si la acompañaba al barrio de La Boca a sacar unas fotos a un puente. Aunque algo debí sospechar cuando me dijo que teníamos que tomar las imágenes antes de las 6 y media cuando se metía el sol.
-¡Ah, chingá!, pensé, ni que hubiera vampiros.
Pero no, lo que hay son roedores, igual de bravos que los comentados anteriormente, pero bípedos.
Ni siquiera pude detenerme a tomar unas pictures de unos pequeños jugando futbol a la sombra del apantallador Estadio La Bombonera. Chulada de foto hubiera salido, como de calendario del DIF. Ni modo. Ahí vamos, correteadotes en busca del famoso puente.
Llegamos al borde del Riachuelo, un arroyo con el mismo atractivo turístico que la Cuenca del Ahogado: putrefacto, lleno de basura y desechos tóxicos.

Apartado, exiliado, canal de comunicación con la llamada Isla Maciel, el territorio perteneciente a Avellaneda es identificado como zona de alto riesgo por las autoridades argentinas.

La Isla Maciel, que en realidad es una pequeña península ha permanecido casi completamente incomunicada porque al Gobierno, dicen, le conviene tenerla así para controlar a sus habitantes de dudosa reputación. Zona de altos índices de violencia, Maciel es controlado por las bandas del área, que saben perfectamente quién entra y sale (si puede) de ahí.
¡Cómo estarán las cosas que una mujer se quejó alguna vez que durante el Gobierno de Menem,las dejaron hasta sin putas (no arqueen las cejas, así decía el periódico).

Los habitantes de Maciel tienen que cruzar en unas barcazas que les cobran 50 centavos. Los remeros son los modernos Carontes que levan las almas del proletariado, mejor conocido ahora como el infelizaje o la perrada, a sus ¿hogares?
Por si acaso, Caronte era el barquero que transportaba las almas de los muertos a través del Río Aqueronte, hacia el Erebo, el mundo subterráneo.

Los barqueros trasladan a los porteños que como si esperaran el camión, hacen pacientemente fila esperando su turno y miran huraños al par de mexicanotes que sacan fotos de las barcas con la candidez como si estuvieran retratando trajineras en Xochimilco.
Yo emocionado sacando imágenes de un par de obreros que se treparon con todo y su bicicleta a la barca y Wendy platicando con una señora que nos hizo caer en la cuenta de que no estábamos un domingo en las lanchitas del Parque Alcalde.

-¡Vámonos!, me dijo Wendy, después de que la señora le dijo con voz firme:
-Ustedes no deberían estar aquí, váyanse antes de que no haya luz, yo sé lo que les digo.
Y mientras tanto, el sol poco a poco se ocultaba en el horizonte, los grafittis comenzaron a verse más amenazadores, y las calles lucieron más vacías, preocupantemente solas.

Así que nos arrancamos a tomar el colectivo, o sea, el camión urbano que nos sacara de La Boca, barrio que en sus paredes deja constancia de que el futbol es cuestión de vida o muerte, pero que razones no faltan para armar camorra, total ¿para qué discutir si se pueden arreglar las cosas a chingadazos?
Luego Wendy muy quitada de la pena me contó que cuando se mete el sol, la policía deja de hacer sus rondines por el barrio.

Fíjate nomás.
Al día siguiente me fui a bobear al Alto Palermo, centro comercial en la esquina de Santa Fe y General Díaz, justo frente a donde vive Charly García.
Compré más libros, no sé como voy a cargarlos.
Me di cuenta de que ya era hora de preparar mi viaje por carretera hacia el sur, mil 700 kilómetros hasta el espinazo rocoso donde inicia algo que le llaman la Cordillera de los Andes.

Próxima entrega:

Resbalándome al caminar por la nieve, cuesta arriba, como si trajera zapatillas en piso de banco recién pulido, con la nieve pegándome en la cara, como pequeños cuchillitos líquidos que hacían que cerrara los ojos, levanté la cabeza y recordé la historia de ese buen hombre que murió sin poder cumplir el sueño de su vida: ver nevar.
Lo disfruté por él.

lunes, 14 de mayo de 2007

Crónicas morrocotudas


A petición de aquellos que me pidieron que trepara con todo y fotos mis viajes por el sur del continente, aquí se las voy dosificando. Mientras tanto entreténganse con esta foto mía y de Natalia en el Millenium Park de Chicago, lugar donde empezó a llegar la banda para la protesta del 1 de mayo. En esta escena, Nata y yo realizamos una excelsa coreografía llamada aquí "The Midget step" y mejor conocida en México como el Pasito Tun Tun.

PRIMERA PARTE


Ahí vamos, ahí la llevamos…

Este viaje lo comencé de manera contraria a lo pronosticado por las casas de apuestas arandenses. Por obra y gracia de la matemática sentimental, un viaje destinado para dos terminé convirtiéndolo en una travesía unipersonal y adelantada por unos cuantos meses.

Heme aquí, trepado a unos días de la conmemoración del 11 de septiembre en un avión de American Airlines, de tristes recuerdos. Bombardeado por las imágenes de aviones estrellándose contra edificios, las supersticiones no pueden hacerse a un lado fácilmente. Aunque la lógica de que un árabe secuestre un avión que sale de Guadalajara resulte absurda, más vale echar un rezo antes de despegar con destino a Dallas, próximo puerto para transbordar.

El vuelo hacia Buenos Aires, Argentina, se planeó para que la mayor parte de la noche el pasajero se la pase jetón mientras se arrulla con la repetición de programas gringos en la tele o escuchando hits ochenteros en el canal de audio de la aerolínea, que es como señal 90 o Éxtasis Digital, pero sin comerciales bonitos de joyerías Aplicsa.

Después de la cena, casi todos a la meme. Prendí mi Discman y pegué la cara a la ventana para distraerme con la profunda negrura de la noche, sólo mancillada por unas cuantas estrellas o los esporádicos reflejos de una ciudad desconocida que flotaba allá abajo en la oscuridad. En los audífonos comenzó a sonar la demoledora rola de Alice in Chains, "Nutshell", lenta, como un lamento largo de Layne Staley, un cantante ya muerto por sobredosis que cantaba la canción como si no pudiera llorar.


We chase misprinted lies
we face the path of time
And yet I fight
And yet I fight
This battle all alone
No one to cry to
No place to call home

A Alice in Chains le sigue una rolita de Portishead y es cuando caigo en el error. ¡Chingue a su madre, puse el disco de las canciones tristes!

¡Qué iba yo a imaginar que la música jugaría un papel protagonista en mi viaje!

Ya ni modo, a aguantar vara hasta que se me quite la hueva de levantarme a buscar otro cd en la maleta. Mientras, a tratar de dormir un poco.

Nomás no pude.

Me sentí como gato en cojín nuevo, a vuelta y vuelta en dos asientos sin encontrar mi lugar; así, tuve que competirles a las aeromozas para ver quién le daba más vueltas a los pasillos. Fui muy convincente en mi papel de vigilante nocturno: una señora somnolienta me pidió café.

Llegando al aeropuerto bonaerense di fe notariada de que las Leyes de Murphy son sabias y se reciclan a cada instante. Un consejo y ley de Murphy al mismo tiempo: cuando viajen al extranjero, pregunten a alguien de su confianza cómo está el clima por esas latitudes y lleven el atuendo contrario a lo que les digan. Cuestioné a Wendy sobre qué tipo de ropajes exóticos me llevaba, me dijo que la Primavera estaba entrando y hacía calor, así que cargué con mi tilichero de camisetas y pantalones frescos, como si fuera a Guayabitos; llegando me recibió el chiflonazo. Un aire gélido de 10 grados que me erizó los cabellos (los de la nuca, pues).

Así que le he sacado jugo a mis dos sudaderitas que cargué por aquello del capulinazo (no lo sé, puede ser, a lo mejor, quién sabe...).

A pesar del ventarrón me sentí feliz, abracé a mi amiga y después de instalarme en su depa, nos fuimos a comer y a bebernos la primera botella de vino.

La tibieza del tinto en mi garganta descendiendo a reposar el sueño de los justos junto a una buena cantidad de carnes argentinas me prendió la mecha y a pesar de solo haber dormido 5 de las últimas 72 horas, me decidí. Buenos Aires, Argentina, humedad… decía el líder de Soda Stereo en su concierto de despedida. Así que me fui al Estadio Obras, donde esa primera noche mía en la capital del país sudamericano, daba un recital el maestro Gustavo Cerati.

¿Qué puedo decirles?, escuchar al virtuoso en su tierra fue oooooootra cosa, hermanos. Yo y otras 24 mil 999 personas brincamos al ritmo que a la Stratocaster del argentino se le pegó la gana. Grité, canté, bailé, me estremecí con "Puente" y bramé como un desposeído una versión muy rocanrrolera de "Prófugos". Fue la noche de Cerati, pero también la mía, la noche de los recuerdos, la noche para olvidarme en mí mismo, la noche para quitarse los grilletes, la noche para perderme en una ciudad a la que le importa un comino quién soy, la noche para, como decía Bob Dylan: diluirme en mi propio desfile.

Salimos del concierto a las 11:30, caminé por toda la Avenida del Libertador hacia mi siguiente destino, pero ya los trajinares del viaje, -mezclados con las cervezas y el vinito- habían comenzado sus estragos. Sonámbulo pero feliz, llegué al Jade, un antro donde me había quedado de ver con la Wen quien estaría junto con sus amigos de la escuela, cenando y bailando.

Foto: Rollingstonela.com

Las siguientes horas pasan frente a mí como recuerdos difuminados por una neblina, mis últimos flashbacks de madrugada me hacen saber que estuve en el Jade, que mi efervescencia decaía a pesar de mis esfuerzos y que bailé una cumbia de los Bukis en un antrazo donde lo mismo me pasaban a un lado odaliscas sabrozonas enseñando el ombligo, que un Batman stripper haciendo las delicias visuales del respetable público femenino que nos acompañaba esa noche. Nada mal la primera noche en el inicio de un periplo en el que me embarqué solo yo, acompañado de unas amigas: nostalgia, melancolía, esperanza y sobre todo, fortaleza.

José Alonso Torres, el mismo que viste y calza, su humilde narrador y seguro servidor, está de nuevo en el camino del exceso que presumía William Blake.

Próxima entrega:

La doñita se acerca a Wendy y le dice al oído: "señorita, en serio, váyanse de aquí ahora mismo, yo sé lo que les digo.

El sol se escapaba lentamente y nosotros estábamos frente a la Isla Maciel, territorio bravo en el Barrio de La Boca, separada por un riachuelo de podredumbre que se debe cruzar en lancha. Era el momento de salir de ahí…