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jueves, 29 de noviembre de 2012

Con ustedes, un maestro


 
Les dejo este pequeño perfil que publicó el Suplemento Filias de Milenio sobre uno de los mejores reporteros del mundo y que nos hizo el honor de acompañarnos en el Encuentro Internacional de Periodistas.
Jon Lee Anderson, el viajero inagotable

Por José Alonso Torres


Las anécdotas que se cuentan de Jon Lee Anderson darían para escribir un libro tan apasionante como las historias que narra quien es considerado por muchos el mejor reportero del mundo y que participará en el Octavo Encuentro Internacional de Periodistas en la Feria Internacional del Libro

Nació en California pero su patria es el mundo. Viajero inagotable carcomido por la curiosidad y el atrevimiento, Jon Lee Anderson comenzó en la adolescencia un periplo que ahora se antoja sempiterno. Sus libros y sus historias publicadas en los periódicos y las revistas más prestigiadas del mundo dan cuenta de su vocación de testigo errante, de reportero que no se puede ni debe estar quieto para seguir narrando el desarrollo de la Historia contemporánea. Sus letras son el registro meticuloso de los ojos de un periodista que nunca pisó un aula  en la materia pero aprendió el oficio desgastando la suela de los zapatos. Observador de primera línea de una realidad que a pesar de internet, a veces sigue pareciendo lejana, onírica cuando no se nos presenta bajo el escrutinio de Jon Lee, quien a través de guiños y detalles va desmenuzando la naturaleza humana de las tragedias más horribles y desesperanzadoras, pero sin dejar de aportar el dato, el instante que nos hace comprender que aún los tiranos merecen redención y una justicia que ellos mismos no conciben y que las personas son más complejas que los análisis fríos y descoloridos que se hacen a la distancia desde las agencias informativas y las corresponsalías.

En una entrevista realizada durante su participación en el Segundo Encuentro de Cronistas de Indias, realizado en la Ciudad de México bajo el auspicio de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano, Jon Lee Anderson le contó a Animal Político que el principal enemigo de un periodista es la falta de curiosidad. El escritor desertó de la escuela secundaria para enrolarse en el enorme campo de batalla que es el mundo. Siendo el hijo de un matrimonio compuesto por una madre escritora de libros infantiles y un padre cuya vocación permanece en el misterio, su infancia transcurrió entre cuatro continentes: vivió en Corea del Sur, Colombia, Taiwán, Indonesia, Liberia e Inglaterra, además de Estados Unidos. Pedirle que se quedara quieto sería un exceso, así que antes de cumplir 15 años de edad ya se había ido a recorrer África.

Jon Lee llegó al nuevo milenio diseccionando con precisión el siglo anterior desde la barbarie de las naciones remotas, reinos del caos y la opulencia, tronos caídos y revoluciones desencantadas. Probador de múltiples oficios se dio cuenta que podría sobrevivir de y con la escritura, pero nunca detrás de un escritorio. El periodismo le dio la fórmula mágica para no echar raíces y desde que en su juventud comenzó su carrera como reportero en un diario de Lima, Perú, al que llegó sin experiencia y con el currículo basado en su convencimiento de que sabía escribir comenzó una carrera a prueba de destinos finales. Son numerosos los conflictos armados, rebeliones y revoluciones que ha cubierto, es más valioso aún el testimonio de sus experiencias. Sus historias le han dado la vuelta al globo casi tanto como su persona. Sus escritos se han convertido en una referencia obligada para entender nuestra actualidad. The New Yorker, su publicación de planta sabe que a Jon Lee Anderson le caracterizan dos cosas: siempre tiene la maleta hecha y regresará con una buena historia que contar. La vida se convirtió en un movimiento perpetuo en el que  encontramos al narrador caminando hacia un nuevo destino, nada mal para alguien que en su juventud estuvo a punto de quedarse cojo por culpa de un machete demasiado afilado.

Jon Lee Anderson tiene un hermano que también es periodista y escritor: Scott, otro viajero empedernido que ha transitado tanto los caminos de la guerra como los senderos de la ficción. (Incluso, uno de sus libros, Triage, relato sobre corresponsales de guerra en Kurdistán  fue llevado al cine hace un par de años). Los  dos Anderson han formado un fuerte vínculo que va más allá del parentesco. Hermanos de sangre y pólvora, la curiosidad por descubrir y contar historias los unió desde la juventud. En un artículo publicado por Reader´s Digest en el 2001, Scott reveló algunas anécdotas de su pariente y los consejos que éste le daba cuando los dos andaban persiguiendo guerras por todo el planeta. También relató la preocupación que sufrió la familia cuando en 1975 al regresar a casa después de la escuela sus padres lo estaban esperando con una postal enviada por Jon Lee desde Honduras en que con gran simpleza el hermano mayor les enviaba un mensaje de un turista cualquiera que habla de manera general sobre la playa, pero con una posdata aterradora: “”Escribo esto desde un hospital, accidentalmente pateé un machete y me abrí el pie derecho, los médicos dicen que está infectado y probablemente gangrenado. Quizá haya que amputar. Bueno c´est la vie”.

Scott Anderson fue a Honduras a buscar a su hermano “enfermo” a quien encontró ya saludable y bronceado, la penicilina había surtido efecto durante el mes que tardó la tarjeta postal en llegar a casa, sin embargo, Jon Lee ya tenía otros planes inquietos para compartir: el viaje sirvió para hacer un viaje y cimentar una camaradería permanente, incluso hicieron una competencia para ver quién visitaba más países. A la fecha de la publicación del testimonio del menor de los Anderson, Jon Lee sumaba 77 países y su hermano Scott 75. Y de eso hace más de 10 años.

El autor de libros como “La caída de Bagdad”, “El dictador, los demonios y otras crónicas”, “Che Guevara, una vida revolucionaria”, entre otros, mantiene un intenso ritmo de escritura y viajes que lo llevan dando tumbos por el mapamundi donde exista una buena historia, mas que una noticia para contar; Jon Lee Anderson lo dejó en claro durante un taller que dio en Cartagena de Indias, Colombia, en el 2002, en el que señaló que las noticias dejan de tener trascendencia y “objetivizan” al ser humano mientras las historias rescatan el valor de las personas. Bajo esa mirada se puede escudriñar el alma de los avasallados, pero también de los tiranos descritos por él, como Gaddaffi, cuyo descenso describió no sólo por medio del relato del derrumbamiento de un dictador, sino del desmoronamiento del imperio narrando la destrucción de los aposentos del libio; o la personalidad de  George Taylor, el ex dictador de Liberia, en cuya figura vio la maldad extrema, al punto de escribir en la excelsa revista peruana Etiqueta Negra  que si alguien tenía la molestia de fulminarlo de una vez, se salvarían miles de vidas.

Juan Villoro comentó que el periodista maneja el español con la inquietante pericia de los agentes dobles, como un personaje de alguna novela de Graham Greene , uno de los autores favoritos del reportero. Jon Lee escribe muy bien las malas noticias. Sus viajes son su territorio, ha cruzado el atlántico varias veces este año y estará en estas latitudes de nuevo, para el Encuentro Internacional de Periodistas del 28 de noviembre al 1 de diciembre que organiza la Dirección General de Medios de la UdeG y en el que ya participó en el 2009. En esta ocasión trae un nuevo libro bajo el brazo: “La Herencia Colonial y otras maldiciones” y participará en la mesa “Cronistas bajo fuego, cómo contar historias en medio de la guerra” junto a su colega del New Yorker, Bill Finnegan y el escritor y periodista Francisco Goldman, además de presentar los libros de algunos colegas.

 El reportero que no desaprovecha ningún instante para investigar, llegará a Guadalajara a compartir sus experiencias… a menos que en algún rincón del mundo estalle una nueva guerra que atestiguar, pues como dijo Graham Greene: el peligro es el gran remedio para el aburrimiento.

 

 

viernes, 7 de septiembre de 2012

¡Ah, los benditos editores!



La mayoría, sino es que todos los que nos hemos dedicado al periodismo hemos sufrido los embates inmisericordes de algún editor que considera que lo que tenemos para contar tiene demasiadas palabras. No voy a ponerme aquí a despotricar sobre la difícil e ingrata tarea de la edicion, donde los responsables sufren el síndrome del cuetero, hagan lo que hagan, por lo general alguien se los va a reclamar.

Sin embargo, hay veces que los cortes duelen mas que otras. Como la ocasión en que me mandaron a la Cruz de Huanacaxtle al día siguiente de una espectacular corretiza entre narcos y militares con granadazos y hartos casquillos de por medio. El planteamiento fue que escribiera una crónica sobre un destino turístico luego del impacto de un enfrentamiento. Fui, estuve unas horas hasta que me corrieron del pueblo (esa es otra historia) y me senté a escribir. Lo primero que leerán es lo que salió de mi ronco pecho luego de que me dijeron que siempre iba a ir el texto de la mitad de lo que me habían dicho al principio. Lo edité y lo mandé, luego
Mas abajo encontrarán lo que fue publicado. Como dice el gringo: No Comments.


En la Cruz de Huanacaxtle las calles huelen a sal y a miedo.

Los vecinos de las calles de Camarón y Marlin, donde cayó abatido uno de los pistoleros que se enfrentó el jueves contra miembros del ejército aseguran que por más que refregaron la banqueta aún se puede oler la sangre que en abundancia pintó el cemento de un rojo oscuro.

Los pobladores que subsisten de la pesca y el turismo están temerosos, no solo de los narcotraficantes que agarraron el poblado como base de operaciones, también se preocupan porque la violencia les espante a los visitantes que llegan a las playas de la zona.

La versión de las autoridades indica que murió uno de los sicarios y cuatro militares resultaron heridos durante el enfrentamiento, mientras los otros tres sospechosos fueron arrestados. Los rumores en las calles hablan de otros cinco maleantes caídos en otra balacera a las afueras del poblado, pero no saben decir dónde.

“No vaya para la Cruz ahorita, no le conviene”, dice un taxista en Bucerías.

“El pueblo está caliente y no por el solazo”, agrega.

Si el jueves el pequeño poblado rebosaba de militares y policías, ayer parecía como si hubiera un toque de queda a mediodía. Un calor húmedo de 34 grados centígrados empapa las camisetas de sudor y adormece la actividad por las calles. A los habitantes de la Cruz les ha tocado ya padecer el calvario de la desconfianza hasta con sus vecinos de toda la vida.

El retén militar colcado sobre la carretera a Vallarta en el cruce con el poblado sigue funcionando aunque se observan sólo unos pocos soldados, en las calles ya no se detecta la presencia del Ejército.

Enclavado en una zona de alto potencial turístico, los lugareños ven cómo a unos centenares de metros de sus calles sin pavimentar se levantan colosos de cinco estrellas con vista al mar, con letreros que anuncian los precios en dólares y las bondades del clima en inglés. Deportistas y funcionarios compran casas en el área mientras en los suburbios, ahí donde los focos fundidos del alumbrado público no han sido cambiados, el narcomenudeo crece y nuevos y peligrosos inquilinos llegan y no precisamente a hacer turismo.

Ahí, a unos pasos de esos paraísos artificiosos, los gatilleros atacaron con armas de grueso calibre y una granada de fragmentación a los militares. El muerto, identificado como Silverio del Ángel Federico, de Ciudad Camargo, Tamaulipas, cayó con un tiro de un fusil G-3 incrustrado en el pecho, frente a dos frondosos Huanacaxtles que adornan un costado de la placita principal. Los vecinos escucharon las ráfagas, se alejaron de las ventanas mientras tronaron los balazos, para luego asomarse a ver qué había pasado.

“Se dieron duro, como si estuviéramos en guerra, pero ya sabíamos que un día algo así iba a pasar”, dice un lugareño con una mueca pintada en el rostro.

En la Playa La Manzanilla, muchos turistas no saben qué ha pasado y los meseros guardan un prudente silencio para no espantar a la clientela. “Fue una balacerita nomás”, dice uno de ellos.

Y es que el miedo a quedarse sin trabajo es mayor que el temor a las balas perdidas



Temen pérdidas en turismo
Mural

 
(23-Ago-2008).-



MURAL / Staff


LA CRUZ DE HUANACAXTLE, Nay.- Los vecinos de las calles de Camarón y Marlin, donde cayó abatido uno de los pistoleros que se enfrentó el jueves contra el Ejército, aseguran que por más que limpiaron la banqueta, aún se puede oler la sangre que pintó el cemento de un rojo oscuro.

Los pobladores que subsisten de la pesca y el turismo están temerosos, no sólo de los narcotraficantes que tomaron el poblado como base de operaciones, también se preocupan porque la violencia les espante a los visitantes que llegan a las playas de la zona.


"No vaya para la Cruz ahorita, no le conviene", dice un taxista en Bucerías.


"El pueblo está caliente y no por el solazo", agrega.


Si el jueves el pequeño poblado rebosaba de militares y policías, ayer parecía como si hubiera un toque de queda a mediodía.

El muerto del jueves, identificado como Silverio del Ángel Federico, de Ciudad Camargo, Tamaulipas, cayó con un tiro de fusil G-3 incrustado en el pecho, frente a dos frondosos huanacaxtles que adornan un costado de la plaza principal.

"Se dieron duro, como si estuviéramos en guerra, pero ya sabíamos que un día algo así iba a pasar", dice un lugareño.

sábado, 31 de marzo de 2012

Los malditos celos

¡Un antídoto contra la gran epidemia!, por favor Publicado originalmente en la revista Domingo de El Universal, un texto acerca de lo peligrosos e insoportables que pueden ser los celos. Espero les guste.
Julieta y Fernando se querían, cómo se querían, hasta que apareció el fantasma de la desconfianza. Comenzaron las prohibiciones: ella no podría salir con sus compañeros y él evitaría estar cerca de sus amigas. Sus obsesiones apagaron la llama roja del amor. Los terapeutas de pareja dicen que hay que tenerlo claro: los celos no son un sentimiento, son sólo una idea, una imaginación difícil de controlar que requiere ser atendida por un especialista Lo dicen las canciones, lo cuenta la literatura como un drama, lo define la RAE: "Celoso" es la sospecha de que la persona amada mude su cariño, ¿tú lo eres? Por José Alonso Torres domingo, 12 de febrero de 2012 00:31 Julieta era una de la chicas más deseadas de la universidad. A sus 23 años no había estudiante o maestro que no volteara a ver su derrièrevde corazón invertido cada que andaba por los pasillos. Su cabellera negra y ondulante hacía volar la imaginación de los muchachos más guapos, como Fernando, el chico rubio de anteojos, un estudiante de Medicina que enloquecía a más de una. Pero Julieta no era sólo una escultura de mujer, sino que también tenía fama de simpática, amable y generosa. No había actividad de ayuda social en que no se involucrara. Si había que reunir despensas para enviarlas a los damnificados de algún huracán, ella y sus jeans ajustados aparecía en primera fila. Si había que organizar un foro en el que se pretendía invitar a los candidatos a la alcaldía de Guadalajara, ella y su blusa entallada llevaban la invitación a los políticos. Fernando, de 24 años, era el deportista modelo de la escuela, divertido en las fiestas, popular, carismático, amigable. Fernando y Julieta fueron grandes amigos durante un par de años. Él le contaba de sus ligues, sueños y temores, ella le compartía sus secretos más íntimos. Todo cambió cuando la guapa se quedó sin novio. Un ingrato la dejó y Fernando comenzó a coquetearle hasta que ella le dio el sí. Parecían la pareja ideal, eran la envidia de muchas y muchos en la universidad. Eran el alma de las fiestas, hasta que comenzaron a surgir los celos, los malditos celos. “Me cela porque me quiere”, solía decir Julieta. Muchas parejas de celosos han dicho lo mismo a lo largo de historia de la humanidad.
Los celos son tan comunes en las relaciones de pareja que han terminado enquistándose en la vida común de las civilizaciones, son protagonistas frecuentes en la literatura y otras artes. Las tragedias estampadas en grandes obras literarias llevan impresas los síntomas de los celos, incluso se le llegó a conocer como “La enfermedad de Otelo”, por el personaje de la obra de William Shakespeare cuyo declive fue provocado por una desconfianza enfermiza estimulada por las intrigas. En El Caballero de Olmedo, obra de Lope de Vega, uno de los personajes describe los celos: “Son celos, Don Rodrigo, una quimera que se forma de envidia, viento y sombra, con que lo cierto imaginado altera, una fantasma que de noche asombra, un pensamiento que a locura inclina, y una mentira que verdad se nombra”. El español escribió lo anterior en 1620. Las mismas ideas, pero con menos poesía podrían ser hoy firmadas por cualquier psicoanalista. Fernando fue el hombro en el que Julieta lloró las tristezas de una relación rota, lo que le permitió conocer los miedos y los anhelos de la guapa de la universidad. Él estuvo ahí para apoyarla y se ganó su confianza. De repente ya se les veía tomados de la mano. El romanticismo no debería dar cabida a los celos y a la desconfianza de generación espontánea, ya que éstos, contrario a lo que muchos creen, no son sentimientos, sino ideas, argumenta el psicólogo Eduardo Baltazar Arias, miembro de la Federación Nacional de Colegios, Sociedades y Asociaciones de Psicólogos de México y maestro de la Universidad de Guadalajara. “Los celos no se sienten, se piensan; los celos son ideas, la inseguridad, el pensar si mi pareja puede estar con alguien más o incluso aunque no esté con alguien más, si a lo mejor quisiera estar con alguien más. Los celos son ideas y por eso menciono que no se sienten los celos, se siente la angustia, esos pensamientos nos generan angustia y entonces es cuando la gente erróneamente dice: ‘es que siento celos’”, me explica detalladamente el especialista.
Baltazar, quien lleva más de doce años dando terapia de pareja y ha dado conferencias sobre el flagelo de la desconfianza en diversas ciudades del país, dice que más del 60 por ciento de los problemas de pareja tienen que ver con los celos. EL MIEDO A LA PÉRDIDA Poco a poco, Fernando comenzó a mostrarse celoso, en cada compañero, en cada maestro que saludaba a su bella novia veía un potencial adversario que intentaría arrebatarle a su amada. Un día vio a Julieta platicando con su ex en un pasillo y su cabeza comenzó a llenarse de humo, a generar ideas y pensamientos de conspiración y traiciones, y le recriminó: “¿Por qué platicas con él? Seguramente quiere volver contigo, o ¿eres tú quien quiere volver a salir con él? ¡Dímelo!”, le exigió sin darle oportunidad de contestar. En el fondo, los celos no son la preocupación por cuidar a quien decimos amar. Es el miedo a perder aquello que creemos que nos pertenece. La desconfianza, como un tumor, crece y da paso a la paranoia. La falta de autoestima nos hace pensar que la persona con la que estamos desea “estar” con otra, que muchas veces sólo existen en nuestra imaginación. La angustia se apoderaba de Fernando: si Julieta salía a tomarse un café o una cerveza con sus compañeros de la universidad, era porque alguno de ellos le gustaba. El día en que su novia fue elegida como líder estudiantil, él explotó porque hubo uno que la abrazó muy fuerte durante el festejo. “No quiero que le hables a ese”. “No quiero que salgas en la noche con tus amigos”. Julieta no sólo obedeció las órdenes sino que contraatacó: “Pues entonces no quiero que tú hables con esas amigas coquetas que tienes, ¿qué no te basta conmigo?”. Semana tras semana había una nueva prohibición. María de la Luz Guerrero, especialista en terapia Gestalt, cuenta que los celos compulsivos, conocidos bajo el término “celotipia”, deben ser tratados con terapia psicológica e incluso, en ocasiones, el proceso debe incluir el consumo de fármacos recetados. “Es un sentimiento que carcome el alma, que llega desde abajo, desde adentro, y destruye a la persona desde el interior del organismo y entonces todo lo que pienso es real hasta que no se demuestre lo contrario, y aun cuando se lo demuestren, sigue pensando que es real”. La especialista que tiene su consultorio desde hace quince años, me cuenta que nueve de cada diez parejas acuden a terapia manifestando algún problema de celos. “Llegan en una situación muy complicada, muchas veces donde ya hubo violencia, golpes, agresiones y, además, con una gran codependencia”. El celoso comienza a tejer telarañas en su subconsciente y a ponerle “trampas” a su pareja. Inventa escenarios y situaciones, y si no logra conseguir el objetivo de atrapar a su pareja “con las manos en la masa” (o en el prójimo), en lugar de abandonar la idea de la infidelidad prefiere creer que los amantes furtivos son tan inteligentes que han descubierto de antemano los planes del celoso, por lo que hay que ser más astuto, más estratega, ya que las traiciones se incuban en la profundidad de las pasiones humanas. “Me tocó trabajar con una pareja en la que incluso la persona después de varias sesiones le decía: ‘OK, quiero que me disculpes, estoy completamente convencido de que no me eres infiel, ahora ya lo entiendo; nada más tengo una situación que quiero que admitas, yo ya admití que no me eres infiel; ahora tú admite que sí has querido serlo’. Se llega ese nivel de celos”, dice Baltazar Arias, quien está por concluir su maestría en Terapia de Pareja. Fueron perdiendo contacto con sus amistades, pero en Fernando las sospechas, el miedo y el coraje, en lugar de desaparecer, fueron buscando nuevos resquicios en su personalidad para salir a la superficie. “¡Mira cómo te ven esos cabrones!, claro, ¡con esas minifaldas que usas!, no vas a volver a usar esas blusas escotadas ni esos pantaloncitos pegaditos de piruja. De ahora en adelante no quiero que me faltes al respeto exhibiéndote con todo mundo”. Julieta cambió su forma de vestir. Comenzó a usar blusas de manga y cuello largos, los jeans ajustados le dieron paso a los pantalones de vestir holgados, de faldas ya ni hablar. A Fernando también se le alejaron los amigos, ya no tenía tiempo para ellos, todo estaba reservado para ella, no fuera a ser que en una descuidada lo traicionaran.
LA AMÓ, LA CELÓ, LA MATÓ La desconfianza en la pareja es una característica que aparece en todos los países y en todas las épocas, sin embargo, en México, la aparición de los celos va atada a una cultura machista que fomenta la “vigilancia” de la mujer. Y esa conducta, muchas veces, termina en tragedia. Mas común de lo que se piensa, más cercano de lo que se cree, las historias de agresividad suceden en cualquier ciudad, en cualquier estrato social. Son historias que muchas veces aparecen consignadas en los medios de comunicación, como notas que se pierden en el mar de la información: “Un hombre asesinó a cuchilladas al amigo de su ex esposa, a quien también hirió de gravedad, y luego se suicidó” (8 de enero de 2012); “Mujer asesina a su marido por celos, le encontró mensajes en el celular” (21 de septiembre 2011); “Un sujeto mató a dos de los abogados que llevaban su caso de divorcio al creer que uno de ellos mantenía una relación sentimental con su ex esposa” (27 de mayo 2011); “Ataca astronauta del Discovery a compañera por celos”.(5 de febrero de 2007). Todas estas notas fueron publicadas en EL UNIVERSAL. ¿Debería asombrarnos que los celos aparezcan más en las secciones de nota roja que en los suplementos de salud y orientación sentimental? “La amó, la celó, la mató” es una noticia más cotidiana de lo que advertimos. “Hay algunos celos que hacen perder los estribos de las personas, el control de sus impulsos y se vuelven muy violentos, dejan de ir a trabajar, dejan de ir a la escuela; y hay otro tipos de celos que son ‘celos psicóticos’, donde la persona ya tiene delirios; el delirio ya es más complicado de trabajar que la neurosis”, dice Baltazar Arias. Las estadísticas son números fríos que pueden aparecer en diferentes partes sin ninguna relación aparente, como islas de realidades ajenas; así, uno puede leer que la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal reveló que en el 2009 los crímenes pasionales ocuparon el segundo lugar de homicidios violentos en la ciudad de México, mientras que en otra publicación se lee que el Instituto Mexicano de la Juventud dio a conocer que el 70 por ciento de los jóvenes mexicanos experimentan violencia en el noviazgo. ¿En cuántos de estos casos el común denominador serán los celos? En un entorno en que la mujer sigue luchando por la equidad de género, en la igualdad de circunstancias, derechos y condiciones, los machos y los inseguros (quienes frecuentemente son los mismos) encuentran en estas características el fertilizante ideal para fomentar su desconfianza. Pero, ¿qué tan celosos somos los mexicanos? Parece que mucho, pero no nos gusta aceptarlo. Una encuesta realizada por Consulta Mitofsky en el 2010, titulada “El mexicano y los celos”, muestra que el 61 por ciento de los entrevistados se dijo muy poco celoso, mientras que el 20 por ciento se asimila como muy celoso, aunque 3 de cada 10 de este porcentaje indican que sus celos significan “interés por la pareja”. Otra vez el argumento hilarante: tengo celos porque te amo, porque me importas. El panorama se ensombrece cuando la violencia recibe ayuda oficial. De acuerdo con el documento “Homicidio en razón de honor”, realizado por el Instituto Nacional de las Mujeres, en el país, los códigos penales de al menos 10 estados contienen atenuantes para algunos homicidios. Todos por razones que tienen que ver con el honor. Los estados que prevén esta circunstancia en sus códigos penales son Baja California, Baja California Sur, Campeche, Chiapas, Jalisco, Michoacán, Quintana Roo, San Luis Potosí, Yucatán y Zacatecas. En pocas palabras, estas entidades prevén atenuantes en homicidios si alguien encuentra a su pareja en un acto sexual o en uno próximo a él, por lo que, de acuerdo con expertos, estos argumentos resultan aberrantes, le dejan la puerta abierta a la interpretación de la conducta más que al hecho delictivo en sí, pues basta con que el asesino exponga de manera verbal que encontró a su pareja cerca de un hotel, y que sospechó infidelidad, para intentar evadir la justicia. Con argumentos que parecen coplas de una canción de misóginos adoloridos, Campeche y Quintana Roo le dan más rienda suelta a la sospecha y protegen la paranoia, pues estipulan, el primero, que “son circunstancias atenuantes obrar por causas o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato, obcecación y otro estado pasional de entidad semejantes”; mientras que el segundo señala que la atenuante se aplica “al que prive de la vida a otro encontrándose en estado de emoción violenta, motivado por alguna ofensa grave a sus sentimientos afectivos o al honor de sus padres, hijos, cónyuge o al suyo propio que las circunstancias hicieren excusables”. “¿Quién te habló, qué quiere?, enséñame el teléfono”, era uno de los reclamos frecuentes de Fernando. “Mejor nos quedamos en casa, ¿a qué quieres ir a la plaza?, de seguro quieres ver a otras mujeres”, solía decir Julieta. Llevaban un año de noviazgo. La mayor parte del tiempo se la pasaban discutiendo, peleándose, chantajeándose y amenazándose uno al otro. Fernando le recriminaba sus relaciones del pasado, usaba sus confidencias para agredirla sicológicamente, humillándola para que ni siquiera se le ocurriera pensar en dejarlo, porque él estaba completamente seguro de que Julieta lo estaba traicionando, a pesar de que ya ni se peinaba ni se arreglaba, a pesar de que abandonaron todas las actividades en las que estuvieron tan entusiasmados. Cerraron sus perfiles de redes sociales y casi no salían a reuniones. La otrora pareja ideal en las fiestas escolares dejó de bailar. LOS CIBERCUERNOS Si bien tradicionalmente fueron provocados, estimulados y alimentados por las voces insidiosas, los chismes de lavadero y el mitote tradicional de la reunión en turno, veneno que corre de boca en boca o la ponzoña de la autosugestión, ahora los celos han encontrado nuevos estimulantes para seguir provocando pasiones arrebatadas, enojos y dolores de cabeza a los amantes atormentados por la inseguridad que los hace sentirse parte de tragedias griegas. La tecnología también ha puesto su granito de arena para que los celos entraran triunfantes al siglo XXI. El rumor adoptó las plataformas de las redes sociales y el Facebook transmutó en la Celestina vanguardista que reúne amistades olvidadas y revive amoríos nostálgicos, pero también derrumba relaciones aparentemente consolidadas. Pedirle a la pareja “una prueba de amor” ahora consiste en preguntarle sus contraseñas del e-mail y del “feis”. En México existen 25.6 millones de usuarios de Facebook y más de 4 millones de cuentas de Twitter. Todavía no se han realizado investigaciones acerca de la influencia de estas redes en la desunión de las parejas, pero son conversación cotidiana las anécdotas de apasionados pleitos que traspasaron las fronteras de internet para instalarse en el mundo real a causa de una foto incómoda o comprometedora o comentarios subidos a algún perfil, (“¡le diste “Me gusta” a tu ex!), pero en Estados Unidos, donde hay 149 millones de cuentas de Facebook, algunos estudios de las redes parecen colgarles ya la etiqueta de alcahuetes virtuales. Al estadounidense Ken Savage, trabajador en el área de la computación le bastó rastrear algunas conversaciones y mensajes en la red social para darse cuenta de que su mujer lo estaba traicionando y, a través de su cuenta, descubrió que una aparente fiesta infantil terminó en un encuentro sexual en la cama de un motel. ¿El resultado? Su esposa se convirtió en ex y él abrió la página: www.facebookcheating.com que rápidamente mutó a un muro de lamentaciones para los cornudos y los celosos. Un mausoleo de relaciones rotas navegando en el ciberespacio y un manual geek del “sospechosismo” ilustrado. Aún más, en el 2010 la Academia Americana de Abogados Matrimoniales (AAML por sus siglas en inglés) reconoció el incremento en el uso de evidencias provenientes de las redes sociales en sus casos de divorcios en los últimos 5 años. Facebook es la fuente primaria de evidencia con el 66 por ciento; My Space le sigue con el 14 por ciento y Twitter con el 5 por ciento, el restante se reparte entre otras redes sociales. Con mas de 1,600 miembros, la AAML informó ese mismo año que más del 80 por ciento de sus agremiados han buscado o usado información de las redes sociales para documentar sus casos. También en el año 2010, la Universidad de Guelph en Ontario, Canadá, determinó mediante una encuesta a sus estudiantes que Facebook es un mecanismo que incrementa los celos y los pleitos entre las parejas.
“Tuve un caso de una pareja en que el hombre era muy ‘baquetón’, entonces ella se daba cuenta y aguantaba, pero un día le quiso poner el cuerno para ver qué se sentía, y el otro se dio cuenta por Facebook y terminó casi matándola con un cuchillo en el cuello. Luego se dio cuenta quién era el ‘otro’ y era un chavito cualquiera”, cuenta la terapeuta María de la Luz Guerrero. El escritor francés Marcel Proust escribió en el siglo XIX que sólo se ama lo que no se posee totalmente. La actualidad lo contradice. Los celos son provocados por la falsa sensación de que la pareja es una propiedad única e indivisible para cualquier otro tipo de relación afectiva. La desconfianza es la infección viral que agota el sistema inmunológico de la pasión y la confianza que podrían haber abonado en el desarrollo de una relación fructífera, feliz y duradera. Alejada de los problemas y el estrés que ya genera la vida cotidiana allá afuera del circulo de la intimidad. Como reza el dicho: es tan poco el amor… ¡y gastarlo en celos! Dos años después del arranque de un noviazgo de ensueño, Julieta y Fernando llegaron al consultorio del terapeuta, pero el daño ya era demasiado grande. No querían ningún tipo de ayuda para recomponer la relación, buscaban siempre un testigo para acusarse mutuamente de su fracaso. Heridos y humillados, la popularidad y la belleza quedaron sepultadas por la baja autoestima y el dolor que se causaron. Se confrontaron por última vez en el consultorio del psicólogo. Y sin decirse adiós, cada quien tomó su camino. Solos. JOSÉ ALONSO TORRES es un periodista que transitó del periodismo cultural a los vaivenes de la nota diaria, el reportaje y la crónica en medios tapatíos. Actualmente es director de Información de radio y televisión de la Universidad de Guadalajara. Lo han correteado novias celosas, pero escribió esto gracias a que no lo alcanzaron

Bloqueo narco en Guadalajara

Originalmente publicado por Cosecha Roja este texto pretende echar un vistazo a lo que aconteció en Guadalajara tras la detención de Erik Valencia, "El 85". Uno de los líderes del Cártel Jalisco Nueva Generación.






12/03/2012 9:471
Por José Alonso Torres desde Guadalajara, México – Cosecha Roja.

La espesa nube de humo que se elevaba en la zona centro de Guadalajara, la capital de Jalisco, poco después de las 14:00 horas del viernes pasado parecía un incendio, como si ardiera una casa. Pero cuando en el horizonte comenzaron a brotar nuevas columnas negras en otros puntos de la zona metropolitana invadió la certeza de que algo andaba mal. El miedo creció proporcionalmente al ruido de patrullas, ambulancias y carros de bomberos que cruzaban las calles en todas direcciones.

El temor tiene un gran aliado en la desinformación y ésta termina destruyendo la confianza. Hasta hace un par de años, Guadalajara, conocida como la Perla de Occidente, se consideraba un oasis aislado del clima de violencia e inseguridad que abatía a otros estados de México. Incluso en la década de los 80, se convirtió en una ciudad a la que los grandes capos mandaban a su familia a vivir por considerarla un territorio neutral.

El viernes, con los helicópteros de las fuerzas policíacas recorriendo el cielo tapatío en trayectorias frenéticas sobre las hogueras de metal y hule, pocos estaban enterados de que la historia en realidad había comenzado una hora y media antes cuando miembros del Ejército Mexicano ejecutaron una operación armada para capturar a líderes del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en Lomas Altas, una colonia de la ciudad en donde soldados y delincuentes se habían atacado con armas de grueso calibre y granadas. La reacción de los subordinados fue furiosa, pero bien orquestada.

El primer camión fue incendiado en la Avenida Enrique Díaz de León y Avenida de los Maestros aproximadamente a las 14:00 horas, unos minutos después, a 24 cuadras de ahí, a un minibús de la ruta 625 que circulaba por Miguel Blanco y Rayón le prendían fuego; poco a poco empezaron a reportarse nuevos incidentes en varias zonas y carreteras de la mancha urbana y el interior del estado; el modus operandi era el mismo: grupos de hombres armados paraban los automotores, bajaban a los tripulantes y arrojaban bolsas de plástico llenas de combustible para encender los vehículos. ¿Las autoridades? permanecían calladas, ni un solo dato que tranquilizara, ni una sola voz oficial que llamara a la calma. A Jade Ramírez una reportera de Radio Universidad de Guadalajara un tipo vestido con uniforme negro le arrebató su celular en plena transmisión en directo. Los reporteros se lanzaron a la calle sin saber qué estaba pasando.

Si las autoridades presumían una capacidad de respuesta organizada, los criminales habían dejado claro su nivel de organización rápida y eficiente. Al tratar de apagar un tráiler incendiado en la carretera hacia el Aeropuerto los bomberos se quedaron sin agua.

A las 15:00 horas ya estaban envueltas en llamas varias unidades del transporte público y vehículos particulares cuando de manera extraoficial trascendió que dos pesos completos del cártel habían sido capturados y surgieron los nombres de Erick Valencia Salazar, alias el “85”y su
lugarteniente Otoniel Mendoza, alias “Tony Montana”. Los responsables federales y estatales de la seguridad callaban.

De manera oficial se reportaron 16 narcobloqueos, 11 de ellos en la capital del estado y 25 vehículos incendiados en todo Jalisco, provocando caos vial y casos de histeria ante una situación donde reinaba la incertidumbre. Las autoridades estatales y de la federación permanecieron herméticas y la información oficial fluyó a cuentagotas en un par de ayuntamientos. Las especulaciones y los rumores llenaron los vacíos de información con leyendas urbanas y vaticinio de tragedias por venir, los números de emergencia comenzaron a recibir llamadas falsas.

La contingencia tomó por sorpresa a una población acostumbrada a pensar que los tiroteos en las calles, el incendio de automotores y los fuertes despliegues de fuerzas armadas sólo ocurrían en las ciudades conflictivas del norte del país donde los grandes cárteles de la droga tienen asentados sus dominios. El ulular de las patrullas se amplificó por instinto preventivo, no por costumbre de escucharlas con tanta frecuencia.

Erick Valencia Salazar, conocido como “El85”es identificado como uno de los líderes del cártel que tomó fuerza con la caída de Ignacio “Nacho” Coronel, representante en la plaza de Guadalajara del Cártel de Sinaloa y quien fue abatido por los militares en el 2010. El 85 fue uno de los miembros del Cártel del Milenio pero abandonó las filas de la organización junto con
Nemesio Oseguera, alias “El Mencho” para sumarse al nuevo grupo. Al principio estuvieron bajo el cobijo de Nacho Coronel, al morir él, ellos asumieron el control del cartel.

El CJNG no sólo adquirió celebridad por sus operaciones de tráfico de drogas, su existencia tomó fama cuando a través de videos subidos a YouTube y en narcomantas se promulgaron como los “Matazetas”, declarándole la guerra a los Zetas, el grupo del crimen organizado más sanguinario de México. En octubre del año pasado, el CJNG se atribuyó el escándalo de los 35 cadáveres tirados en una vía pública en Veracruz y la acusación de que los muertos eran colaboradores de los zetas. La respuesta llegó un mes después cuando en la madrugada aparecieron bajo los Arcos del Milenio, un inacabado monumento en Guadalajara, 26 cuerpos amontonados en 3 vehículos. El macabro “regalo” era un mensaje para el CJNG.

Los reportes de nuevos ataques alimentaban la crisis en la ciudad. Una línea del transporte público anuncio la suspensión del servicio mientras unidades de otras rutas preferían parar o ya no recoger pasajeros. Las redes sociales como twitter y facebook se atiborraron de comentarios, leyendas urbanas, chismes y reportes ciudadanos en los que no se podía determinar su veracidad.

“Se informará una vez pasada la contingencia”, fue el mensaje del Gobernador del Estado, Emilio González Márquez, en su cuenta oficial de Twitter a las 16:09 horas, más de 3 horas después de que iniciaron los enfrentamientos. Cuatro tweets representaron la única respuesta oficial de la máxima autoridad en Jalisco y después, de nuevo el silencio. Se anunció una rueda de prensa a las 18:30 horas en la Casa Jalisco, donde el Gobernador estaba reunido con su gabinete de
seguridad en medio de un fuerte operativo que blindó las calles aledañas con guardias armados y dos helicópteros sobrevolando la zona.

Cuando por fin salió a dar la cara a los medios, el Gobernador dio un mensaje que duró menos de 3 minutos y en el que se limitó a informar lo que la gente ya sabía de antemano por los medios de comunicación. Leyó datos ya conocidos, no aceptó preguntas y se retiró de la sala.

El Gobernador jalisciense no es muy pródigo en dar información referente a la inseguridad. El 1 de febrero del 2011 se registraron en la ciudad 7 bloqueos que fueron atribuidos al cártel La Resistencia ( rivales del CJNG), en esa ocasión convocó a una reunión a los principales directivos de los medios de comunicación para pedirles que minimizaran los hechos para no “alarmar” a los ciudadanos y no afectar la imagen de Guadalajara, que meses después sería la sede de los Juegos Panamericanos.


Las autoridades intentaron negar que personas inocentes fueron afectadas por los narcobloqueos: un hombre que murió calcinado en uno de los incidentes fue señalado como miembro del grupo delincuencial, luego se confirmó que en realidad era el conductor de uno de los autobuses que no alcanzó a escapar de las llamas; el asesinato de una niña de 7 años que cayó por una bala perdida en una balacera ocurrida a cinco cuadras de uno de los bloqueos fue catalogado oficialmente un día después como víctima de un percance “entre particulares”.


A las 22:00 horas del viernes, 16 detenidos fueron presentados en la noche como miembros del grupo delictivo. Este domingo la procuraduría de justicia estatal liberó a 4 de ellos al reconocer que no tenían nada que ver con el crimen organizado, habían sido detenidos de manera arbitraria y los soltaron tras una disculpa.

Alejandro Dumas apuntó que los peligros desconocidos son los que causan más miedo. El daño ya estaba hecho, el temor y la paranoia reventaron el inicio del fin de semana dejando como saldo ausentismo en las escuelas por la tarde y bares y restaurantes semivacíos por la noche. Después
de los embotellamientos por los bloqueos la gente ya no quiso salir de sus casas. La ciudad se quedó callada. La detención de quienes fueron catalogados como importantes delincuentes no abatió la sensación ciudadana de que el riesgo no había desaparecido. En un desierto de inseguridad que cada día se hace más grande en el país, el oasis se transformó en espejismo, por lo menos durante un viernes oscuro.
Fotos: Medios UDG y El Universal

domingo, 23 de agosto de 2009

Neverland never more

Paul Theroux agarró cierta fama y popularidad por estos rumbos gracias a un libro llamado “La costa de los mosquitos” que incluso hasta una película con Harrison Ford consiguió. Años más tarde y a pesar de tener una sabrosita narrativa, volvió a la luz de los candelabros debido a su pleito con el Premio Nóbel V.S Naipul, quien había sido uno de sus más entrañables amigos.

Un día, Mr. Theroux recibió la responsabilidad de escribir un perfil sobre Elizabeth Taylor por lo que tuvo que buscar a sus amigos y un día a las cuatro de la madrugada recibió una llamada de un tipo que luego se supo, nunca se podía dormir y que se llamaba Michael Jackson y que se murió y que sirvió para que Mr. Theroux escribiera una buenísima crónica sobre el Peter Pan con vitiligo.

A lo mejor ya han leído mucho sobre la estrellada estrella del Pop, pero este texto no tiene desperdicio y confirma la enorme soledad de Jacko, un pobre tipo que tuvo la malísima suerte de ser alguien con un tremendo talento y tener un padre malo malísimo que terminó por destrozarle la vida a su hijo.


El texto se publicó en la reciente edición de Letras Libres, que les aproveche.



Michael Jackson


por Paul Theroux





¿Quién no está cansado ya del ruido, los rumores, las tonterías alrededor de la muerte de Michael Jackson? Esta crónica de Paul Theroux esquiva todo ese escándalo y se acerca al hombre en dos estampas: una visita a Neverland, una llamada telefónica a mitad de la noche.



1. Neverland

Hoy escuché en las noticias, oh sí, que Michael Jackson tuvo un ataque al corazón... y murió de un paro cardiaco, a la edad de cincuenta, en Los Ángeles. Recuerdo una larga conversación que tuve con él a las cuatro de la mañana, y mi visita a Neverland. Primero fue la visita; la conversación, unas semanas después, por teléfono.

Neverland, una ciudad boscosa de juguete con juegos mecánicos y casas de muñecas y animales de zoológico y jardín de los placeres, está tras un magnífico portón en un camino lateral en una área rural más allá de Santa Bárbara. Curioseando por ahí vi pegadas en la pared del puesto de vigilancia una serie de caras extrañas, algunas de ellas fotos de fichas policiales, todas indeseables, con nombres y títulos tales como Cree que está casada con Mr. Jackson y Puede estar armado y Ha estado merodeando cerca de la puerta.

Un camino alineado con estatuas de bronce de tamaño real –niños que saltan la cuerda, animales que retozan– conduce a un lago artificial y a una estrecha vía de ferrocarril hacia la mansión de Michael. Neverland ocupa todo un valle de más de once kilómetros cuadrados, aunque una pequeña parte se dedicó a viviendas: sólo la casa principal con sus tejas oscuras y ventanas de postigos y una casa para invitados de tres dormitorios. El resto se destinó a la terminal del ferrocarril, llamada Katherine Station por la mamá de Michael, un formidable cuartel de seguridad, varias casas de la risa, un cine (dormitorios con ventanales en vez de butacas) y sitios casi indefinibles, uno con tipis como los de los campamentos indios, un gazebo enorme.

Y extendido a lo largo de muchas hectáreas, el zoológico Jackson, de animales malhumorados. Las jirafas estaban comprensiblemente inquietas. En otro recinto, mecido en sus gruesas piernas, estaba Gipsy, un temperamental elefante de cinco toneladas que Elizabeth Taylor regaló a Michael. El elefante parecía sufrir con la furia del celo intensificado. “No se le acerquen”, advertía el cuidador. En la casa de los reptiles con ranas redondas como platos voladores y gordos pitones, tanto una cobra como una serpiente de cascabel se habían golpeado los colmillos contra el cristal de su jaula intentando morderme. Las llamas me escupieron, como lo hacen ellas, pero incluso en el santuario de los simios, AJ, un gran chimpancé hirsuto, con boca de pala, me escupió a la cara, y Patrick, el orangután, intentó torcerme la mano. “Y tampoco se acerquen a él.”

En la parte más ancha del valle los juegos del parque de atracciones estaban en funcionamiento –centelleantes, musicales, pero vacíos. El “Sea Dragon”, los carritos chocones de Neverland y el carrusel Neverland tocaban “Childhood”, la canción de Michael (“¿Alguien ha visto mi infancia?”). La música salía incluso de los prados y los jardines, altavoces disfrazados de grandes rocas grises zumbaban melodías de show, invadiendo el valle con el imparable hilo musical de Muzak que ahogaba el gorjeo de las aves silvestres. En medio de esto, un Jumbotron, su gran pantalla del tamaño de las de los autocinemas, mostraba una caricatura, dos criaturas con cara de locas graznaban miserablemente la una a la otra; todo esto muy brillante en el claro atardecer de California... sin una alma mirándolo.

Horas más tarde abordé un helicóptero con Elizabeth Taylor –estaba en Neverland entrevistándola–, y volamos sobre el valle. Que la escuchara tan claramente por encima del ruido del helicóptero dice algo acerca de la voz tan criticada de Miss Taylor. Voz de niña, suplicante, perforando el fuerte yack-yack-yack de las hélices de titanio del rotor, tomó a su perra, una maltés llamada Sugar, y me gritó: “Paul, dile al piloto que vuele en círculos, ¡así podremos ver el rancho entero!”

A pesar de que no retransmití el mensaje –a pesar de que él tenía los oídos amortiguados con audífonos–, la voz de Elizabeth salió disparada como un cuchillo hasta el piloto, quien nos levantó bastante alto en la rojiza puesta de sol de modo que Neverland parecía aún más un juguete.

–Ese es el gazebo donde Larry y yo nos casamos –dijo Elizabeth, moviendo la cabeza con ironía. Sugar parpadeó a través de sus blancas mechas muy bien peinadas que en algo se parecían al propio pelo blanco de Elizabeth–: La estación de ferrocarril, ¿no es lo más lindo? Ahí es donde Michael y yo hacemos los picnics –y señaló hacia un grupo de bosques en un acantilado–: ¿Podemos dar una vuelta más?

El valle de Neverland giró despacio debajo de nosotros, las sombras se alargaban desde el brillo rosa dorado que resbalaba del cielo.

Aun cuando no había llovido durante meses, las hectáreas de césped regadas por aspersores subterráneos estaban profundamente verdes. Aquí y allá, como soldados de juguete, gente de seguridad uniformada, patrullando a pie, o en carritos de golf, algunos de guardia; ya que Neverland era también una fortaleza.

–¿Para qué es esa estación de ferrocarril? –pregunté.

–Para los niños enfermos.

–¿Y todos esos juegos?

–Para los niños enfermos.

–Mira todas esas tiendas de campaña –escondidas en los bosques, este fue mi primer atisbo de la colección de tipis altos.

–La aldea india. Los niños enfermos aman ese lugar.

Desde esta altura podía ver que este valle de placer infantil laboriosamente recobrado estaba atestado de más estatuas de las que había visto desde tierra. Bordeando los caminos de grava y los senderos de los carritos de golf había pequeños bronces encantadores de flautistas, filas de chiquillos agradecidos que sonríen abiertamente, montones de pequeñines tomados de la mano, algunos con banjos, otros con cañas de pescar; y estatuas grandes también de bronce, como la pieza central del paseo circular delante de la casa de Michael, una estatua de Mercurio (el dios del comercio y los comerciantes), de treinta pies de altura, casco alado y caduceo y toda la cosa, en equilibrio sobre las puntas de los pies, la almibarada puesta de sol persistiendo en sus grandes nalgas de bronce, haciendo que su trasero parezca un muffin con mantequilla.

?

La casa de Neverland estaba llena de imágenes, muchas de ellas representando a Michael de tamaño natural, detalladamente ataviado, en poses heroicas con capa, espada, cuello volado, corona. El resto era una muestra de una especie de iconografía obsesiva, imágenes de Elizabeth Taylor, Diana Ross, Marilyn Monroe y Charlie Chaplin; y para el caso, de Mickey Mouse y Peter Pan, todos a los que, durante años, en lo que es menos una vida que una metamorfosis, él había venido pareciéndose físicamente.

–¿Así que tú eres Wendy y Michael es Peter? –pregunté después a Elizabeth Taylor.

–Sí, sí. Existe una especie de magia entre nosotros.

La amistad comenzó cuando, de la nada, Michael le ofreció boletos para uno de sus conciertos del “Thriller Tour” –por supuesto, ella pidió catorce boletos. Pero los asientos estaban en una cabina cerrada vip, tan lejos del escenario que “también podrías haberlo mirado en la tv”. En vez de quedarse, se llevó a su numerosa comitiva de regreso a su casa.

Al saber que se había ido temprano del concierto, Michael la llamó al día siguiente llorando y disculpándose por los malos asientos. Él permaneció en la línea, hablaron durante dos horas. Y luego hablaron todos los días. Pasaron las semanas, las llamadas continuaron. Los meses pasaron. “Realmente, llegamos a conocernos por teléfono, durante más de tres meses.”

Un día Michael sugirió que podría pasar por la casa. Elizabeth dijo: excelente. Michael preguntó: “¿Puedo llevar a mi chimpancé?” Elizabeth dijo: “Por supuesto, amo a los animales.” Michael se presentó de la mano del chimpancé, Bubbles.

–Desde entonces somos muy amigos –dijo Elizabeth.

–¿Ves mucho a Michael?

–Más de lo que la gente pudiera imaginar, más de lo que yo me imagino –respondió. En Los Ángeles van al cine disfrazados, se sientan hasta atrás, de la mano. Antes de que pudiera formular una pregunta más específica, dijo: “Lo adoro. Dentro de él existe una vulnerabilidad que lo hace aún más querido”, manifestó Elizabeth. “Nos divertimos tanto juntos. Sólo jugando.”

O jugando un papel: ella Wendy, él Peter. En el vestíbulo de su casa hay un gran retrato de Michael Jackson, que tiene inscrito: “A mi auténtico amor, Elizabeth. Te amaré siempre, Michael.”

Ella le regaló un elefante vivo. Su dermatólogo, el Dr. Arnie Klein, me mostró una foto de una fiesta tomada en Las Vegas: Michael se ve notablemente descolorido mientras le da a Elizabeth un regalo de cumpleaños, una chuchería con forma de elefante, del tamaño de una pelota de futbol, cubierta de joyas.

Lo que comenzó como una amistad con Michael Jackson se tornó en una suerte de causa en la que Elizabeth Taylor se convirtió en su casi única defensora.

–¿Y su –busqué una palabra– excentricidad? ¿Te molesta?

–Él es mágico. Y pienso que la gente realmente mágica tiene que tener esa excentricidad genuina. –No hay un solo átomo en su conciencia que le permita la más leve reacción negativa sobre Jacko.– Es una de las personas más cariñosas, dulces y genuinas que he amado en mi vida. Es parte de mi corazón. Y haríamos cualquier cosa el uno para el otro.

Esta Wendy más Wendy que Wendy, quien fue una preadolescente mundialmente famosa, que mantenía a sus padres desde los nueve años, dijo que había sido muy fácil relacionarse con Michael, quien también fue una estrella de niño, y a quien se le negó tener una infancia y, además, fue maltratado brutalmente por su padre. Había un barco a vapor “Katherine”, y una “Katherine Street” en Neverland; no había ninguna “Joseph Street”, ni nada que llevara el nombre de su padre.

2. Llamada telefónica

“Hablará contigo si se lo pido”, me había dicho Elizabeth. Y en una señal convenida Michael me llamó, un día a las cuatro de la mañana. No había intervención secretarial de “Mr. Jackson en la línea”. Los titulares de los tabloides del supermercado eran “Jacko en observación suicida” y “Jacko en el loquero”, y uno fechado en Sudáfrica, “Wacko Jacko Rey del Pop hace paracaidismo acuático con un niño de trece años”. De hecho, él estaba en Nueva York, donde se encontraba grabando un nuevo álbum. Eso fue hace diez años, 1999.

Mi teléfono sonó y yo escuché “Habla Michael Jackson”. Era una voz agitada, no entrecortada, tímidamente infantil, trémula de ansiedad y servicial, no la de alguien de cuarenta años. En contraste con este sonido melodioso, su sustancia era más densa, como un niño ciego que te da direcciones explícitas en la oscuridad.

–¿Cómo describirías a Elizabeth? –pregunté.

–Ella es una tierna cobija caliente a la que adoro arrimarme y cubrirme con ella. Puedo desahogarme y confiar en ella. En mi negocio no puedes confiar en nadie.

–¿Y eso, por qué?

–Porque no sabes quién es tu amigo. Porque eres tan popular, y hay tanta gente alrededor tuyo. También estás aislado. Volverse famoso significa que te conviertes en un prisionero. No puedes salir y hacer cosas normales. La gente siempre está mirando lo que haces.

–¿Has pasado por esa experiencia?

–Ah, muchas veces. Intentan ver lo que estás leyendo, y todo lo que estás comprando. Quieren saberlo todo. Abajo siempre están los paparazzi. Invaden mi privacidad. Tuercen la realidad. Son mi pesadilla. Elizabeth es alguien que me ama, que me ama realmente.

–Le insinué que ella era Wendy y tú Peter.

–Pero Elizabeth es también como una madre, y más que eso. Es una amiga. Es la Madre Teresa, la Princesa Diana, la Reina de Inglaterra y Wendy. Tenemos picnics fabulosos. Es tan maravilloso estar con ella. Realmente puedo relajarme, porque hemos vivido la misma vida y experimentado lo mismo.

–¿Que es...?

–La gran tragedia de las estrellas infantiles. Nos gustan las mismas cosas. Los circos. Los parques de diversiones. Los animales. –Y ahí estaban su fama y aislamiento compartidos. –Eso hace que la gente haga cosas extrañas. Muchas de nuestras luminarias se intoxican por eso... no pueden manejarlo. Y tu adrenalina está en el zenit del universo después de un concierto... no puedes dormir. Tal vez son las dos de la mañana y estás totalmente despierto. Después de salir del escenario estás flotando.

–¿Cómo lidias con ello?

–Veo caricaturas. Me encantan las caricaturas. Juego maquinitas. Algunas veces leo.

–¿Quieres decir que lees libros?

–Sí. Me encanta leer cuentos y todo.

–¿Alguno en particular?

–Somerset Maugham –dijo rápidamente, y luego, haciendo pausa en cada nombre–. Whitman. Hemingway. Twain.

–¿Y las maquinitas?

–Me encantan X-Men, Pinball, Jurassic Park. Los de artes marciales: Mortal Kombat.

–En Neverland jugué algunas maquinitas –dije–. Había una asombrosa, el Beast Buster.

–Ah, sí, ese es fantástico. Elijo cada juego. Aunque ese es quizá demasiado violento. Por lo general me llevo algunos cuando salgo de gira.

–¿Cómo te las arreglas? Son muy grandes, ¿verdad?

–Ah, viajamos con dos aviones de carga.

–¿Has escrito alguna canción con Elizabeth en mente?

–“Infancia.”

–¿Es esa que pregunta “Has visto mi infancia”?

–Sí, dice así –y melodiosamente recitó–: “Antes de que me juzgues, trata de...” –y luego cantó el resto.

–¿No es la que oí sonar en tu carrusel de Neverland?

Encantado, dijo: ¡Sí! ¡Sí!

Continuó hablando sobre su infancia, sobre cómo, al igual que Elizabeth, estrellas infantiles, él solía apoyar a su familia.

–Fui un niño que sostuvo a su familia. Mi padre tomaba el dinero. Dejaba un poco para mí, pero la mayor parte se guardaba para toda la familia. Yo sólo trabajaba todo el tiempo.

–Así que no tuviste infancia, entonces; la perdiste. Si tuvieras que hacerlo otra vez, ¿qué cambiarías?

–Aunque me perdiera mucho no cambiaría nada.

–Puedo oír a tus niños en el fondo –el borboteo se había vuelto insistente, como el desagüe en una inundación–: ¿Si quisieran ser artistas y llevar la vida que tú has llevado, qué les dirías?

–Pueden hacer lo que quieran. Si quieren hacer eso, está bien.

–¿Cómo los criarías de una manera diferente de la que te criaron?

–Con más diversión. Más amor. No tan aislados.

–Elizabeth dice que encuentra doloroso mirar hacia atrás en su vida. ¿Tú lo encuentras difícil?

–No en lo que toca a una visión general de tu vida en vez de a un momento en particular.

Esta forma oblicua y algo libresca de expresarse fue una sorpresa para mí... otra sorpresa estilo Michael Jackson. Me había hecho detenerme con “intoxicadas” y también con “el zenit del universo”. Dije: No estoy muy seguro de lo que quieres decir con “visión general”.

–Como la infancia. No puedo verla. El arco de mi infancia.

–Pero hubo algún momento en tu infancia en que te sentiste particularmente vulnerable. ¿Sentiste eso? Elizabeth dijo que ella sentía que era propiedad de los estudios.

–A veces, realmente tarde en la noche, teníamos que salir... podría haber sido a las tres de la mañana, para trabajar en un show. Mi padre nos forzaba. Nos despertaba. Yo tenía siete u ocho años. Algunos de estos lugares eran clubes o fiestas privadas en casas. Teníamos que trabajar. Esto fue en Chicago, Nueva York, Indiana, Filadelfia... –añadió–, por todo el país. Podía estar dormido y escuchaba a mi padre: “¡Levántense! ¡Hay un show!”

–Pero ¿no te emocionaba estar en el escenario?

–Sí. Me encantaba estar en el escenario. Me encantaba hacer los shows.

–¿Y la otra cara del negocio? Si alguien llegaba después del show, ¿te sentías incómodo?

–No me gustaba. Nunca me gustó el contacto con la gente. Incluso hasta hoy, después de una presentación, odio conocer gente. Me vuelve tímido. No sé qué decir.

–Pero hiciste esa entrevista con Oprah, ¿verdad?

–Con Oprah fue duro. Porque era por tv... La tv está fuera de mi ámbito. Sé que todo mundo está mirando y juzgando. Es tan difícil.

–¿Este sentimiento es reciente... que estés bajo la lupa?

–No –respondió con firmeza–, siempre me he sentido así.

–¿Incluso cuando tenías siete u ocho años?

–No soy feliz haciéndolo.

–Lo que me hace suponer por qué el hablar con Elizabeth durante un periodo de dos o tres meses por teléfono haya sido el modo perfecto de conocerse. O haciendo lo que hacemos ahora mismo.

–Sí.

En algún punto, el uso que hizo Michael de la frase “infancia perdida” me impulsó a citar un pasaje de Germinal de A.E. (George William Russell): “En la niñez perdida de Judas/ Cristo fue traicionado”, y, del otro lado de la línea, escuché: “Wow.” Me pidió que le explicara el significado, y cuando lo hice insistió en que lo describiera detalladamente. “¿Qué clase de infancia tuvo Judas? ¿Qué le sucedió? ¿Dónde vivió? ¿A quién conocía?” Le dije que Judas era pelirrojo, tesorero de los Apóstoles, y que pudo haber sido un miembro de un grupo radical judío que pudo no haber muerto ahorcado sino que de algún modo se habría hecho explotar, todas las tripas de fuera. Veinte minutos más de textos bíblicos apócrifos con Michael Jackson, sobre la infancia perdida de Judas, y luego otra vez el susurro: “Wow.” ~


Traducción de María Lebedev

© Paul Theroux / The Sunday Telegraph

miércoles, 12 de agosto de 2009

Make me a believer




Para Ivanhoe, un fan irredento de DM

Sí amigo, por fin, luego de tanto tiempo tuve la oportunidad de ver a Depeche Mode en vivo y una vez más, tengo la sensacion de que me estoy haciendo viejo. Esa es mi conclusión luego de darme cuenta de que llega el momento en que las canciones no las cantas, ni siquiera las vives: las revives. Como si a cada estrofa salieran de tu garganta recuerdos gestados en medio de loa sonidos y no al revés.

Déjame contarte que el escenario fue apabullante, hermoso. El Grand Park de Chicago es un oasis en medio de una jungla de metal, los enormes rascacielos lucen como custodios de hierro congelado, inermes, apenas salen de las sombras por las luces de sus ventanas que, iluminadas, dan al entorno una personalidad plástica, pero no por ello menos apantallante. Y allá, abajo de los colosos de acero, miles y miles y miles y miles de humanos brincamos entre el lodo y celebramos a la vida bajo una lluvia pertinaz que nos moja hasta los huesos, pero también nos hace sentirnos vivos, somos entes empapados que generamos calorcito de adentro hacia afuera. El vapor que sale de las bocas al gritar es una muestra de que el espíritu festivo es indomable ante cualquier chubasco.
Del concierto poco puedo decir, y digo poco porque cuando te quedas sin palabras ante las emociones es mejor guardar un respetuoso silencio.

Una eternidad esperé este instante, canta Cerati y la frase le queda como anillo al dedo al concierto de Depeche, esa banda que fue parte del soundtrack de nuestro paso de la adolescencia a la juventud. Depeche Mode es una bandota que ha sabido envejecer dignamente, pasando del tecno pop desmadrosón al alucine ceremonioso, las pantallas de leds dejan ver hasta las patas de gallo de los integrantes, pero también el colmillo largo y retorcido que les permite dar aún tremendos conciertazos.

La tocada fue como una receta de un platillo elaborado, primero, la pasión a fuego lento, la nueva In Chains comenzó a sonar haciéndonos saber que Gahan tiene la garganta intacta: I know you know what you're doing to me/ I know my hands will never be free/I know what it's like to be in chains, canta concentrado Dave recordando sus pasos oscuros frente a la heroína y nosotros ya estamos alabándolo. Es una diva gentil que mueve a la masa a su antojo, que grita brinca y jadea como un artista nuevo que se quiere comer al mundo. Nada mal para alguien que hace algun tiempo estuvo clínicamente muerto por unos minutos.

Se le sube un poquito a la llama porque ahora sigue Wrong, el foro es un recinto de aullidos, de manos danzantes que se elevan hacia un cielo ya despejado donde el calor está subiendo. Yeah.
Luego se echan a la olla los elementos fuertes y los condimentos, y como el crítico de Ratatouille cuando prueba el plato que lo devuelve a la infancia, así llegaron los manjares a recordarnos los amores desesperados, las pasiones insanas satisfechas, llegaron las gargantas desaforadas a berrear Policy of truth, Enjoy the silence, walking in my shoes, I feel you, Precious, y como no, never let me down again.
Eché de menos strangelove, pero en su lugar aparecio la fabulosa Fly on the windscreen, me hubiera gustado escuchar behind the wheel, pero en su lugar apareció la genial stripped y como postre la monumental Personal jesus, con todo y sus machacantes acordes guitarreros que pusieron el ritmo al baile. Ya no importaron las horas de pie aguantando bajo la lluvia, el cansancio acumulado de los conciertos de toda la jornada, era Depeche Mode y nosotros perdonábamos el paso del tiempo.
Sí amigo, recibimos el mensaje de la música y prometimos difundirlo, porque Depeche Mode hizo época con este concierto y como reza su canción más famosa nos convertimos en creyentes y comulgamos con la historia.

Proximamente: Headbangers sobre una silla de ruedas

lunes, 10 de agosto de 2009

Never let me down again o David Gahan es una diva gentil



Se cocina la croniqueada de Depeche mode.




No se la pierdan, mientras, un adelanto...