Mil horas –Los abuelos de la nada-
Nunca fui un tipo de serenatas. No tengo nada en contra de ellas, de hecho he participado en varias como testigo presencial y borracho de acompañamiento, simplemente considero que no es lo mío, no tengo personalidad para ello. Mi gusto por el rock me llevó por otros rumbos musicales para expresar mi cariño de una manera diferente a estar parado delante de un gordo armado con un guitarrón que grita: “canto al pie de tu ventana, pa’ que sepas que te quiero…”
Solamente una vez (como dice la inmortal canción) llevé serenata con uno de los motivos más comunes: tratar de recuperar el cariño de una ex novia que me había tronado los dedos de cruel manera y que en algunas ocasiones me había reclamado precisamente mi falta de espíritu romántico al negarme a expresar mis sentimientos con una de las dizque tradiciones más mexicanas.
Esa noche de julio, pasadas ya las 12:00 de la madrugada estaba yo bien plantado en la esquina de la casa de la susodicha, bajo una lluvia tupida y en compañía de unos de los jilgueros más conocidos de la región, uno de esos bohemios que le meten pasión y estilo a la cantada y que no ha perdido a tesitura de su voz a pesar de que ya le faltan varios dientes.
Sin una gota de alcohol en el organismo –para que no se fuera pensar que mi ánimo se debía a una fugaz borrachera- me puse frente a la casa de la susodicha y el trío que me acompañaba se arrancó con una tanda de melodías ponedoras y pegadoras, de esas que derriten cualquier hielo sobre el músculo cardiaco, mientras desde el interior de la vivienda se veían las luces encendidas de la cocina, pues la mujer en cuestión acababa de llegar.
Pues me quedé esperando bajo la lluvia por más de una hora, con el agua metida hasta en los calcetines viendo como el cantante estaba duro y dale con las maracas, no sé si por inspiración artística o para quitarse el frío. La protagonista de la velada nunca apareció y a la décima canción, apagó la luz.
-Por lo menos no salió a mentarnos la madre, dijo el cantante mientras me daba una compasiva palmada en el hombro.
Mil horas, escrita por Andrés Calamaro en su paso por Los Abuelos de la Nada, me gustaba desde hace muchos años, pero esa era la primera vez que la sentía en la piel, cantándola a sentimientos. Ahora, cada que la escucho recuerdo que sí, que me sentí como un cachorro empapado bajo la lluvia, esperando, aunque hoy en día sonrío por la experiencia, que queda como una anécdota triste quizá, pero que recuerdo no sin cierto agrado, ya que puedo decir que lo hice de todo corazón y no por quedar bien y dentro de todo, disfruté el momento.
Sigo escuchando y cantando con gusto Mil Horas.
Nunca he vuelto a llevar serenata.
PD: A ver si reconocen a Calamaro en el video.
2 comentarios:
Suspiro... aaaaaa... Esa canción qué recuerdos me trae: faldita de olanes, super punk a todo lo que da, botines arrugados y suetercito estirado hasta las rodillas. Tardecitas de fiesta con los compañeritos igual de pubertos que yo.
Chingado carnal, puras fallas contigo, ya se porque no te abrio la puerta la susodicha, le fallaste en la versión, si te hubieras puesto las pilas y se la hubieses tocado al ritmo sabroson que le imputaba el Daniel Osorno de seguro que te abre y quien quite, hasta un danzon te hubieras echado a ritmo de zapateado con su respectiva quebradita al final, total, no hay vieja que no muera en la raya.
Publicar un comentario