jueves, 14 de agosto de 2008

¿Son las olimpiadas mejores que los mundiales?

Ante la decepcionante (una vez más) actuación de la delegación mexicana, que de acuerdo con el desfile inaugural está compuesta por mayoría de barrigones y pelones, la ridícula y pésima cobertura de Televisa y TV Azteca y el dominio de chinos y estadounidenses peleándose por quién la tiene más grande (¡Pobre Coubertin!) mejor me quedo con este post del genial Casciari sobre el verano olímpico publicado en su blog de El País.


Maldito verano de un año par

Durante los años pares la televisión se convierte en un artefacto que solamente emite deportes. Pero hay años pares buenos y malos.
HERNAN CASCIARI -

Hay dos clases de veranos: los que caen en año impar, en donde vemos series yanquis hasta caer desmayados; y los que caen en año par, y entonces la televisión se convierte en un artefacto por el que salen deportes día y noche.

Ahora estamos en un año par, pero aquí también hay dos categorías muy bien diferenciadas: están los años pares divertidos (1978, 1986, por ejemplo) en los que hay Mundial de Fútbol y cualquier país decente puede salir campeón, campeón en serio, en un deporte que tiene las reglas claras; y después están los años pares aburridos (1972, 2004, o éste mismo de ahora) en los que siempre ganan los chinos, los rusos y los yanquis a unos jueguitos que entienden solamente ellos… y nuestras esposas.

Ahora, por ejemplo, yo quiero ver Generation Kill y me tengo que ir a la televisión pequeñita, porque en la grandota mi mujer está viendo a una rumana correteando detrás de una cinta verde. Ayer quise ponerme al día con Weeds, pero la pantalla estaba ocupada con los mejores momentos de una inauguración infumable, llena de bailarinas con luces de colores.

Estoy cada vez más convencido: los Juegos Olímpicos son una venganza femenina a nuestra enajenación por la televisación de los Mundiales de Fútbol.

En los llamados “años pares divertidos” son ellas las que no entienden nada, las que preguntan qué es un off-side, las que preparan bocadillos y las que deben aguantar que nosotros estemos pegados a un televisor el mes entero. Mientras que en los llamados “años pares aburridos” el sofá es mayormente femenino y los que no entendemos nada somos nosotros.

“¿Bailar en el agua es un deporte?”, pregunté el lunes con entonación inexperta, mirando de reojo la pantalla, mientras lavaba los platos. “¿Hay hípica musical sincronizada y en cambio no hay rugby?”, quise saber mientras sacaba una pizza del horno. “¿Por qué lo aplauden tanto a ese japonés, si se acaba de caer al agua y ni siquiera hizo la bomba?”, pregunté anoche. Y mi esposa me mira siempre con sorna, como si fuera imbécil, como si ella supiera las reglas de todos los deportes absurdos.

Observo azorado la televisión: una coreana minúscula da ocho vueltas en el aire y cae parada; después una canadiense enana hace lo mismo. Y enseguida cuatro ingleses de trajecito levantan una pizarra y deciden cuántos goles hizo cada una. ¡No señor! En los deportes reales se gana por contundencia (tres a dos, ciento ocho a noventa) y los jueces están solamente para que nadie se cague a trompadas. En los deportes ficticios se gana por percepción del jurado. Es el mira quién baila del deporte, la debacle.

En los Mundiales la casa es nuestra, el mando a distancia nos pertenece y los que hacemos el sacrificio de madrugar somos nosotros. Los machos. Y también somos nosotros los que llamamos, a los gritos, a nuestras mujeres para que vengan a ver la inauguración, o tal golazo de chilena, o una prórroga de taquicardia. “¡Cristina, vení a ver el cabezazo que le pegó Zidane al italiano, por el amor de dios!”.

En los Juegos Olímpicos la tele se llena de vestiditos con tutú, de cubanos desnudos que salen mojados de la piscina, de caballos montados por subnormales disfrazados de príncipes y, sobre todo, de música cursi. “¡Hernán, ven a ver lo bien que bailan bajo el agua estas ucranianas, parecen sextillizas!”.Como si me importara.

Y también está el asunto, espantoso, del egoísmo territorial. Los países torpes y grandotes, los que no saben jugar a nada importante, han resuelto que sus deportes mediocres tengan cientos de medallas. Un tipo muy flaco —que lo único que sabe es nadar rápido para adelante— puede llevarse once medallas de oro en una tarde y media. Él solito. Mientras que veintidós jugadores de fútbol capaces de regatear, saltar, cabecear, jugar al achique y fingir lesiones, optan solamente a una medalla, ¡una entre todos! No tienen vergüenza.

Mientras escribo esta columna Argentina lleva una modestísima medalla en judo. España dos, también en deportes exóticos y poco emocionantes. Ambos países están muy abajo en el medallero. Quizás ése sea nuestro castigo por saber jugar muy bien a unas pocas cosas importantes: las que se juegan en equipo y con pelota.

Pero ellas no entienden nada. Nuestras mujeres, las que ahora están tan desparramadas en el sillón del comedor, manipulando el mando a distancia y quitándonos horas de Swingtown y de Mad Men, no tienen la menor idea del verano horrible por el que estamos pasando.

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