martes, 26 de agosto de 2008
La novedá, la promoción
¡Es la novedá, es la promoción!... ¿quién no ha escuchado esas palabras en cualquier plaza, tianguis, mercado o vía libre de cualquier ciudad. Son los merolicos, los vendedores ambulantes que lo marean a uno de tanto verbo mientras se pasean con una serpiente chimuela y buscan vender sus menjurgues milagrosos que curan desde la sarna hasta la hepatitis y el cáncer de horóscopo. Lamentablemente son una especie en extinción.
Su lenguaje y su oficio son maravillosos, alburean, exageran, educan y maleducan, pero nunca se quedan callados, éste es un reportaje sobre tan extravagantes individuos y una trascripción del discurso de uno de ellos, y sinceramente ¡no tiene madre! que se diviertan y se rían tanto como yo al encontrar este nuevo ejemplar de las crónicas morrocotudas: historias muy acá de un mundo no tan allá.
¡y que no le digan y que no le cuenten, porque a lo mejor le mienten!
Monólogo del merolico
Por Humberto Ríos Navarrete
Realizan su trabajo en atrios y plazas públicas. En el Distrito Federal, aseguran, suman 20 mil. Son parte de una tradición que reúne a un público diverso, al que con su peculiar verborrea seducen, pues entremezclan temas de actualidad con recetas de yerbas medicinales. Y algunos utilizan reptiles, que se enredan en manos y cuello; todo, para llamar la atención de espectadores que aprueban con gestos y risas las ocurrencias. Rafael Villegas, nuestro personaje, es uno de ellos. Su disertación la escenifica en la Alameda Central, frente a un tenderete de verduras y raíces.
Permítame irle mostrando cómo se prepara, cómo es que se utilizan y para qué las llegamos a traer. El día que usted encuentre un animal de éstos, en lugar de que lo mate, tráigamelo: le voy a mostrar para qué se utilizan. Créame que hay mucha gente que aquí les tiene un miedo tremendo. Yo no sé por qué tanto miedo a un animal tan pequeño. Ésta que ve usted aquí se le conoce con los nombres de boa, tatuana o mazacuata. Todavía está pequeñita. Pueden llegar a medir unos tres o cuatro metros, y llegan a pesar hasta los 60 kilos. Tristemente a la gente, aquí en la capital, lo único que le interesa de estos animales es la piel. Bolsas, carteras, cinturones, monederos. Presumen de que son gente civilizada, pero son capaces de sacrificarlos para hacerse unas méndigas botas. Por Dios. Déjeme mostrarle el resto de las víboras. Y déjeme irle mostrando cómo y de qué manera se utilizan y para qué las llegamos a traer. Un favor: no les tenga miedo; no son peligrosas. Por Dios.
Hay personas que las encuentra en el campo y las mata a pedradas, a varazos, y las deja tiradas. Mire, no me lo crea, láncese a Veracruz o Oaxaca. Hay gente que las tiene en la casa para que atrape ratones. Por Dios. Yo no me explico por qué tanto miedo por animales tan pequeños. Déjeme ir sacando la colección completa y déjeme mostrarle para qué las llegamos a traer aquí, a la calle. Muchas veces la gente llega a decir que las víboras son animales del Diablo, ¿eh?, y tonterías por el estilo. De verdad. Déjeme irle sacando a todas y cada una de ellas. Déjeme ir sacando incluso un poco de veneno a esta víbora de cascabel. A ver si se graba cómo se prepara. Y un favor: si cree que vale la pena el gran favor que le voy a pedir, es que lo anote. Porque muchas de las veces, cuando la gente nos ve aquí trabajando con víboras, dice: “Vente, vámonos, está loco, qué se cree”. Alguna vez lo ha escuchado: la carne de este animal sabe igual a lo que es el pescado; para que no le vaya a dar asco.
Nada más que aquí a las personas les mencionas que la carne de víbora se come, hacen gestos, dan la media vuelta y se van. ¿Sabe qué es curioso? Que le tienen asco a la carne de víbora y andan comiendo carne de puerco, carne de marrano, muy sabrosa, ¿eh?, pero déjeme recordarle que un puerco, un marrano, es un animal que vive entre suciedad y se alimenta de la misma. El puerco, por ejemplo, tiene un parásito que se llama cisticerco que se te pega a la cabeza y te mata. La carne de este animal, la víbora, le sirve a una persona que tiene problemas diabéticos. Observa: déjame írtelas mostrando a todas y cada una de ellas. Déjame mostrarte para qué se traen y déjame mostrarte cómo se utilizan. ¿Les pido un favor enorme? ¿Me regalan un paso adelante para que observen los dientes de los animales?
Ojo y vista para que no te vayas a equivocar. Para delante, no para atrás, por Dios. Yo te juro que aquí a la gente le dices: “Regalo veneno de víbora” y dan media vuelta y se van. ¿Se imaginan que en lugar de regalar veneno de víbora, dijera que voy a regalar caguamas? ¿Qué cree que pase? Se me dejan venir encima, me madrean y se llevan todo. ¿A poco no es cierto? Por Dios. Tristemente créeme que vives de cabeza. Para que sea bueno, tiene que ser americano, porque si no, no vale la pena. Y por eso tanto orgullo de decir que no eres indio. Viene el extranjero, hace los grandes negocios y nomás los agarra de gatos, y se los compruebo, por Dios. Dígame de quiénes son las grandes panaderías en México.
¿No lo saben?
Son de españoles. Y los restaurantes son de chinos, de argentinos o japoneses. Las empresas son de italianos, de americanos o de alemanes. Ahora díganme quién es el que se levanta a las cinco de la mañana para ganarse pinches cuarenta y dos pesos. ¡El mexicano! ¿Verdad? Porque somos gente bien chingona. Por Dios. Créeme que todo lo hacemos mal. Mira: observa los dientes de este animalito. A este que tengo aquí se le conoce como Alicante Pinto, zincuate o zahuate en lengua náhuatl. En los pueblos, la gente tiene la creencia de que cuando una mujer está criando un bebé, dicen que este animal baja del cerro; que le roba la leche a la mujer y que le pone la colita al bebé en la boca para que no llore.
Yo no lo creo.
¿Y saben por qué?
Porque este animal tiene más de 70 dientes más filosos que lo que es una aguja de coser. ¿Se imagina 70 dientes clavados en un seno? Hay veces que la mujer no aguanta ni siquiera la encía del bebé, mucho menos los dientes de este animal. ¡Por Dios! Nada más que aquí la gente es bien curiosa. Se los juro. De una vez se le voy a aclarar para que no pierda usted el tiempo: la víbora no baila, no se para en la punta de la cola ni hace nada por estilo, por Dios. Porque así me ha pasado. Gente que presume de civilizada, pero los jóvenes, por ejemplo, andan buscando un amuleto de la suerte para que les vaya bien.
¿Quiere que le vaya bien? ¡Chínguele hasta los domingos! Por Dios que no le falta dinero. Se lo juro. Mire, no me crea, pero a mi me ha tocado ver jóvenes que andan cargando chinitos de la suerte para que les vaya bien. Cuando veas un chino, ¿crees que éste trae un mexicanito para el amor? Yo francamente creo que no, por Dios. Desafortunadamente vives mal. Déjame mostrarte cómo se prepara esto. Déjame sacar la colección de víboras. Y ojo y mucha vista. ¿Crees que vale la pena mentir? Perdóname si te da asco. La gente es muy curiosa. Le digo que regalo veneno de víbora y mejor se va. No te vendo víboras, no te vendo yerbas, no te vendo medicinas.
Te lo juro.
Si te vendiera medicina, te voy a hacer honesto, ahorita saco un montón de nopales. ¿Sabes qué dice la gente? Si como nopales se me parten los pies y se me olvida el inglés. Es cierto. ¿Sabe qué es bien curioso? ¿Que en lo que a usted se le parten los pies, el japonés viene y se los lleva por toneladas? Y le prepara controles para diabéticos, para colesterol, y se gana millones de dólares. Perdóname. Hay mujeres, por ejemplo, que para bajar de peso dejan de comer. Imagínate nada más. Van a ver al doctor —“doctor, quiero bajar de peso”— y resulta que el pinche doctor está peor de panzón que el paciente. Puedes bajar de peso los kilos que quieras, pero sin que te mate de hambre. No sean malos, pásenle para adelante.
Déjenme mostrarle esto. No sea malito. Páseme un cuchillo y un frasco para sacarle veneno a la de cascabel. A ver si te grabas cómo es que se utiliza, y un favor enorme: ¿crees que vale la pena? ¿Ya viste por qué no te vendo medicina? Por Dios, nada tienes y nada sabes aprovechar. Mira, ahorita que vi esto. A la gente le digo: coma carne de víbora, prevéngase el cáncer. Qué asqueroso. Perdóname. Me ha tocado ver qué miles de porquerías la gente se las come. Es más: hay gente tan curiosa, que cuando se les baja la presión, van y se toman una coca porque creen que es medicina. Sí es cierto. Ahora díganme si estaré más loco yo que los quiero curar con yerbas o usted que se la quiere pasar tomando refresco.
Háganme un favor: observen esto. Póngalo a hervir y tómeselo y no vuelve a ver alta o baja presión. Cuando menos en un año. Ojo y mucha vista para que no cometas errores. La pregunta que tengas de yerbas estoy para servirte. Por Dios. No hagas como tanta gente que luego dice tonterías de las yerbas. Una pregunta, reina, con todo respeto: ¿qué tira usted cuando come, por ejemplo, papaya? Aparte de la cáscara, reina. La semilla. ¿Y si usted agarra semilla de papaya y se la pone a la carne cruda, qué le pasa a la carne? ¿No lo sabe? La carne se ablanda; gracias, madre. Esto contiene enzima digestiva. Si consigue semillas de papaya, las hierve en leche, la endulza con miel y se la toma, se le va a quitar la gastritis.
La pregunta que tengas de yerbas, házmela saber, y un favor enorme: oiga mujer, ¿no se molesta si le pido cómo quitarse el vientre inflamado? Porque con todo respeto, eh, pero esa mujer que usted llama india, 18 ó 20 chamacos, con un cuerpo precioso, como de señorita, ¿sabe por qué? Porque son mujeres que después de que dan a luz se dan baños de yerbas, baños de temazcal. Vete a un spa y sale carísimo. ¿Sabe lo que hace una mujer cuando nota que el vientre está inflamado? Saca una méndiga faja, se aprieta la panza y dice: mira, viejo, ya no se ve. 90, 60, 90. Pasa el encanto, se quita la méndiga faja: 90, 180 y se desparrama. Revienta. Luego se anda quejando: “Mi viejo no me abraza”. Pues no chingue. ¡No la abarca! ¡Cómo quiere que la abrace!
Todo tienes y nada aprovechas.
Por Dios.
Te lo repito: la gente luego llega a decir tonterías de las yerbas. ¿Sabe qué me dijo ayer una señora? Oiga: “Usted que sabe de yerbas, dígame cómo preparo el toloache para que mi viejo no me deje”. Le dije: perdóneme. ¿Quiere que el viejo no la deje? ¿Quiere traerlo de cabeza al cabrón? ¿Que llegue con el sobre de la raya completito? Hágame un favor: no le dé toloache. Mire. Bien fácil: péinese, arréglese, baje de peso, aprenda a cocinar. No sea fodonga y deje de ver tanta pinche telenovela. Y le juro que no hay marido que se le vaya. Por Dios. Pero, ¿se imagina? Llega el marido a las diez de la noche y se encuentra a una mujer gorda, fodonga, con los pinches pelos parados ¡y viendo Amor real! Aunque le dé toloache, el marido le da un chingadazo y se sale a la calle para ver qué se encuentra. Por Dios. Sí, agarre toloache: hervido junto con árnica, cicatrizas la úlcera varicosa.
Ahí tienes tu medicina.
Y con esto me despido.
¿Les pido un favor? ¿Se pegan para delante para que observen esto? Déjame cambiar completamente de tema. La pregunta de yerbas que tengan... Péguese para delante. Péguese para delante, mi amigo. El que no se pegue, lo pego a puro pinche viborazo. No, no es cierto, jaja. El que no quiera... no se preocupe. Mucha gente luego dice: vente, vámonos, porque te quiere vender víboras. ¿Se imagina si me pongo a vender víboras? No me las compran. De verdad que no. El animal está en peligro de extinción. Eres tan civilizado que eres capaz de matar al animal para hacerte unos pinches zapatos. Por Dios.
Aquí dicen que las yerbas son para los indios. Yo le recuerdo una cosa: los indios utilizaban marihuana para curarse... ¿qué? ¿Quién me sabe decir? ¿Nadie? Los indios agarraban marihuana, la ponían en alcohol y ese alcohol les curaba las reumas. Sí es cierto. Los jóvenes, hoy en día, se la fuman. Me imagino que tienen reumas en la cabeza, los pendejos. ¿A poco no? Por Dios. De verdad. Tú cuando sepas de una persona que le guste la marihuana, mira, ya te dije, ríete de mí. Nada más consíguete nuez moscada y te purifica la sangre y hacemos que una persona deje la marihuana. Ahí tienes tu medicina, señor.
Cambio mi tema.
Y mira: nada más para que observes por qué no te vendo medicina... ¿Lo conocen o no lo conocen? Les pregunto que si lo conocen, no se vayan a ofender, porque con eso de que las mujeres son modernas, ya ni cocinan. No son modernas. Son fodongas. Antes llegabas a la casa y te esperaban con frijoles de la olla, una buena sopa y agua fresca. Hoy en día los frijoles son de lata, a la sopa le pones agüita y córrele por un pinche refresco. Sí es cierto. ¿Sabes qué vitaminas le dan a sus hijos? Zucaritas de Kellogs para que estén como tigres, por Dios, y sí están como tigres: echados todo el día.
Y con ésta me despido.
Si tienes alguna pregunta sobre yerbas, házmela saber. Todo tienes y nada aprovechas. ¿Les hago una pregunta a ver si me la contestan? ¿Qué tiran cuando comen papas? ¿Dónde está la vitamina? ¿Entonces por qué la tira? ¿Por qué no agarran la cáscara de cuatro o cinco papas? La hierve y se la toma y le quita cálculos biliares. ¿Qué les parece? Ahí tiene usted medicina. Oiga, ¿a quién se le cae el cabello? ¿A nadie? No me crea: hay gente que en la mañana se peina y echan manojos de cabellos en el bote de la basura. Las señoritas les ponen pastillas anticonceptivas al champú. Al rato le van a poner Viagra y van a andar con los pinches pelos parados. Por Dios. Y le recuerdo que engañar en la calle es un delito y me hacen pagar hasta por el tiempo que le estoy quitando ahorita.
Con ésta me despido.
Es más, mujeres, ¿no se molestan? Les voy a enseñar hasta cómo se hacen las pestañas chinas. Porque les juro que ni eso saben hacer. Por Dios. Yo las he visto. La mujer que quiere pestañas chinas se sube al camión y saca una méndiga cuchara pozolera y ¡jálate desgraciada porque te hago china! ¿Sí las has visto? Y cuando quieren cabello chino, montones de tubos y líquidos que apestan como a pollos quemados y un chingado casco. Parece que van a la Luna. Pasan veinte días y parece que les explotó el bóiler. Se los juro. El cabello se quema, se orzuela y se echa a perder. Si usted se consigue el hueso de mamey, jugo de limón y aceite de ricino hacemos el cabello chino. Y dije: “No te vendo medicina”.
Cambio de tema.
Todos somos nerviosos. ¿Quiere que se lo compruebe? Mujeres que están en la cocina picando cebolla con el cuchillo en la mano y de repente: ¿Y el cuchillo? ¿Dónde está el pinche cuchillo? Y lo traen en la mano. Gente que agarra y se pone el peine en la cabeza, lo pasea por toda la casa preguntando por él. Oiga mujer, en la casa están como locos. Si el niño juega, le pega; si brinca, le pega; si se cae, lo levanta y órale, por güey, le vuelve a pegar. Todo el tiempo con los nervios alterados. Mira: antiguamente, cuando no podíamos dormir, mamá nos daba un baño con lechugas. ¿Hoy en día cómo duermen a los niños? Pues con tres chingadazos y hasta calientito, cabrón. ¿A poco no es cierto? Hazme un favor. Vete a ver al médico. Te va a decir que tomes Diazepan, Activán, Reinol, Salofal. El 90 por ciento de suicidios que ocurren, por lo menos aquí en la ciudad de México, son por consumir drogas depresivas.
Hay gente que desde hace rato me pregunta: ¿y cuánto vale el libro? Hágame un favor enorme. Cuando lo quiera conseguir no venga a buscarlo aquí. Mi negocio no es venderle libros. Porque aquí no tenemos la cultura de leer. Una pregunta, reina. Si este libro le cuesta 97 pesos enfrente, ¿es caro o es barato? Caro. ¿Y si en lugar de un libro que te hablara de yerbas, trajera a los pendejos de Big Brother? ¿Verdad que es barato? Les aseguro que hay mujeres que no saben explorarse los senos para detectar el cáncer, pero sí se sabe toda la vida del pinche Luis Miguel. ¿Por qué a una mujer le da cáncer en la matriz? Principalmente porque en el pene del hombre hay algo que se llama virus de papiloma humano. Lo padece el 60 por ciento de la población. Hágame un favor: la persona que me regale, no noventa y siete pesos, sino a 30 pesos, le voy a poner más de 600 recetas a la palma de la mano. Te juro que la primera receta que saques desquita los 30 pesos que pagas por él.
No me lo compres a mi. Cualquier centro botánico te lo vende. El que lo quiera, pídanselo a mi compañero. Vamos a ver, ¿cada cuándo hay que desparasitarse? ¿No lo sabe? Cada seis meses. ¿Sabe lo que hace la gente? Mejor desparasitan al perro y al gato. Es que el perro es de raza fina, cuesta caro y tiene pedigrí. Pinche chamaco, como es feo, corren al Seguro y nunca lo desparasitan. Por Dios. ¿Quién no ha tenido un dolor de muela alguna vez? ¿A usted, señor? ¿Y si le duele la muela, se quita el dolor o la muela? Se quita la muela. Ajá. A ver si cuando le duela la cabeza, también va a que se la corten. Yo francamente creo que no. Por Dios.
Una sola vuelta se va a dar mi compañero. Sólo 20 segundos le mantengo el precio. No es una venta. Es una promoción. Y si alguien de ustedes tiene preguntas de yerbas, les recuerdo que puedes preguntar lo que tú quieras. Yo te digo en este libro desde cómo quitar un callo con un ajo, mujer, hasta cómo no encargar familia utilizando perejil y cáscara de nuez. Te juro que únicamente utilizamos yerbas, plantas medicinales. Créanme que podría seguirle hablando por mucho rato, pero todo viene ahí, mejor que mis palabras. Dígame, reina, ¿tiene alguna pregunta? ¿Qué le pasó? Le duelen mucho las piernas, ajá, ¿y no se le hinchan? ¿Me permite ver sus manos? Usted padece ácido úrico, mi reina...
Creamos conciencia
Rafael Villegas tiene casi nueve años en este oficio de merolico. Dice que es una tradición de familia, “de muchas generaciones”, en la Sierra Norte de Puebla. “Ahí empezó el conocimiento empírico y poco a poco lo hemos ido completando por medio de libros”, dice este joven, quien vive en Xochimilco.
—¿Qué recuerda cuando empezó en este trabajo?
—Muchas cosas. Que es difícil. Hay gente que te tacha de charlatán, de mentiroso. Tienes que aguantar críticas. No falta aquella persona que piense que esto no es cierto. Hay que ir progresando poco a poco.
—¿Sus productos están garantizados?
—Probados en cientos de personas. Aquí lo ven. Yo no voy de paso. La gente siempre me localiza. Si algo no le sirve, la gente tiene la plena garantía de que me puede reclamar, porque no voy de huida. Si vendiera algo que no sirve, me voy.
—¿Goza de buena salud la medicina tradicional?
—Sí. La gente se acerca mucho a los remedios caseros, a los remedios naturales.
—Y la competencia de la medicina alópata?
—Muy dura. Hay veces que las hierbas no son tan efectivas. Por ejemplo, un problema de apendicitis no te lo puedo atender. El médico tiene que intervenir. La diferencia con un médico, es que nosotros educamos a la gente para que no se enferme. Tratamos de crear una conciencia de salud. No somos curalotodo. Tampoco magos. Tratamos de enseñar a la gente a prevenir enfermedades para que se sienta mejor.
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1 comentario:
Muy bien, felicitaciones. Juan Pablo Peralta. www.portaldelperiodista.blogspot.com
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