Truman Capote escribió alguna vez que la escritura dejó de ser divertida para él cuando descubrió la diferencia entre escribir bien y escribir mal. Más adelante haría un descubrimiento mucho más alarmante todavía: la diferencia entre escribir muy bien y el verdadero arte; una diferencia sutil, pero salvaje. Derrotado de antemano, aquí les voy con mis ejercicios publicados con anterioridad o los que nunca verán la luz a través de una hoja de papel impresa.
Pues ándale que me invitan a escribir algo sobre cine, y como de eso yo no sé un carajo me negué a hacer una reseña que evidencie mis carencias, pero me insistieron, así que me dije: pues si vas a meter la pata, que sea hasta adentro y sin fijón y recordando la tragedia de Christian Poveda, el documentalista seguidor de la Mara Salvatrucha y la 18 en El Salvador, quien murió asesinado a manos de los mismos homies, decidí aventarme un pienso de su estupendo documental La Vida Loca, que vi aquí en Guanatos gracias a Gael Luna y Diego García (¿que no son lo mismo?)que organizan el Ambulante.
Total, dije, si no me lo publican lo saco en mi blog.
Ahí va el pienso...
El odio no deja testigos
La vida loca Christian Poveda
España-México-Francia
A veces, el sonido puede ser más impactante que la imagen. El chasquido metálico de una pistola amartillándose, el terrible eco de un disparo mancha la pantalla de rojo sin una sola gota de sangre, no es sólo lo que se ve lo que horroriza, es la historia detrás de esa violencia heredera de la pobreza y la descomposición social..
SORRY, SÍ ME LA VAN A PUBLICAR
Léanla completa en la nueva revista tapatía Manos Libres. O Espérense a que esté en las calles para que pueda yo subir al blog la versión completa.
Los catorrazos simbólicos entre DJs tienen más antigüedad de lo que suponemos. Antropólogos melómanos y desquehacerados han encontrado un documento invaluable que demuestra que la lucha de egos ante las tornamesas está presente desde épocas remotas como lo demuestra este filme de una escena ourrida en alguna de las repúblicas perdidas de la extinta URSS.
¡Tiemblen Van Buureen y Tiesto, atrás Oakenfold y compañía! ¡Esto sí es un duelo de DJs, no jaladas!
Con este post inauguro una nueva sección en el blog: Historia de una canción. Rolitas que más allá de su éxito y a partir de mis gustos melódicos significan o significaron algo en un momento de mi vida. El soundtrack de mi existencia.
Mil horas –Los abuelos de la nada-
Nunca fui un tipo de serenatas. No tengo nada en contra de ellas, de hecho he participado en varias como testigo presencial y borracho de acompañamiento, simplemente considero que no es lo mío, no tengo personalidad para ello. Mi gusto por el rock me llevó por otros rumbos musicales para expresar mi cariño de una manera diferente a estar parado delante de un gordo armado con un guitarrón que grita: “canto al pie de tu ventana, pa’ que sepas que te quiero…”
Solamente una vez (como dice la inmortal canción) llevé serenata con uno de los motivos más comunes: tratar de recuperar el cariño de una ex novia que me había tronado los dedos de cruel manera y que en algunas ocasiones me había reclamado precisamente mi falta de espíritu romántico al negarme a expresar mis sentimientos con una de las dizque tradiciones más mexicanas.
Esa noche de julio, pasadas ya las 12:00 de la madrugada estaba yo bien plantado en la esquina de la casa de la susodicha, bajo una lluvia tupida y en compañía de unos de los jilgueros más conocidos de la región, uno de esos bohemios que le meten pasión y estilo a la cantada y que no ha perdido a tesitura de su voz a pesar de que ya le faltan varios dientes.
Sin una gota de alcohol en el organismo –para que no se fuera pensar que mi ánimo se debía a una fugaz borrachera- me puse frente a la casa de la susodicha y el trío que me acompañaba se arrancó con una tanda de melodías ponedoras y pegadoras, de esas que derriten cualquier hielo sobre el músculo cardiaco, mientras desde el interior de la vivienda se veían las luces encendidas de la cocina, pues la mujer en cuestión acababa de llegar.
Pues me quedé esperando bajo la lluvia por más de una hora, con el agua metida hasta en los calcetines viendo como el cantante estaba duro y dale con las maracas, no sé si por inspiración artística o para quitarse el frío. La protagonista de la velada nunca apareció y a la décima canción, apagó la luz.
-Por lo menos no salió a mentarnos la madre, dijo el cantante mientras me daba una compasiva palmada en el hombro.
Mil horas, escrita por Andrés Calamaro en su paso por Los Abuelos de la Nada, me gustaba desde hace muchos años, pero esa era la primera vez que la sentía en la piel, cantándola a sentimientos. Ahora, cada que la escucho recuerdo que sí, que me sentí como un cachorro empapado bajo la lluvia, esperando, aunque hoy en día sonrío por la experiencia, que queda como una anécdota triste quizá, pero que recuerdo no sin cierto agrado, ya que puedo decir que lo hice de todo corazón y no por quedar bien y dentro de todo, disfruté el momento.
Sigo escuchando y cantando con gusto Mil Horas. Nunca he vuelto a llevar serenata.
Me dedico a escribir con el único propósito de compartir, que no de halagar. Puristas, vayan a otras latitudes, no hay fijón, que Dios y la perfecta gramática los acompañen, me quedo aquí a seguir divagando.
Nací en Guadalajara, Jalisco. Después de dar tumbos por aquí y por allá me convertí en periodista. Lo bueno o malo que pueda ser en ello lo decidirán mis lectores.