jueves, 9 de julio de 2015

A veces no puedes conseguirlo por ti mismo...



“Cuando la extraño, yo le canto”, me dijo mi amigo. Yo le creí.

A los amigos hay que creerles.
Mi papá estaba casi tan contento como yo cuando le dije que por fin iba a ver en vivo a U2. Yo brincaba frente a él presumiéndole  la endemoniada buena suerte que había tenido de conseguir un par de boletos de lujo para el Pop Mart Tour en esos días finales de 1997.
A mi papá, el hombre de la voz de trueno y gesto adusto, los ojos se le iluminaban como los de un niño travieso cuando se emocionaba. Ese día, a mi viejo tampoco le cabía la sonrisa en la cara.
Él sabía lo que le batallé para conseguir ese papelito que me transportaría a ver lo que para mí era la banda más grande del mundo. Unas semanas antes, acudí solo a mi fiesta de graduación de la universidad porque la profunda crisis se había llevado al carajo la estabilidad financiera de mi familia. Vi a mi papá sufrir al sentirse culpable de no haber podido ayudarme a pagar una mesa para la familia. No le importaba cuánto le dijera que no se preocupara, que mucho había hecho ya con ayudarme a sacar mi carrera. Que una fiesta no era nada, que lo importante era estar juntos. No importaba. El hombre que nunca escatimó un centavo para el bienestar y la alegría de su familia, estaba triste.
Pero a mi papá, las alegrías y triunfos de sus hijos lo ponían eufórico. Entusiasmado, me comentaba cuando él iba soltero o con mi mamá, a ver los artistas que le gustaban. Romántico empedernido de los boleros, platicaba sus experiencias cuando escuchó a los grandes tríos de su época o incluso al “cara de foca”, el mismísimo Pérez Prado. Reconocía sus emociones y anhelos en los míos. “Disfruta como si fuera la primera, la última, la única vez”, me dijo.
A los papás hay que hacerles caso.
Regresé del DF extasiado, contándole todos los detalles. Años después, cuando salió el video de ese concierto los vimos juntos un rato. Aunque no le gustaba la música de U2 (a mi mamá sí, pero esa es otra historia) aguantó vara por varias canciones observando la parafernalia y el exceso crómatico y tecnológico de ese ambicioso tour; al final su comentario fue: con razón hacías tanto mitote.
Esos días, que me parece tan cercanos que alcanzo a agarrarlos con un puño ya se disolvieron en la ilusión de lo que fue. Mi papá tampoco está ya y el hachazo de su partida está fresco. Ni siquiera puedo clasificar esa pesada ausencia como dolor. Es algo más, es una terrible sensación de desamparo. Es una nata espesa que se me atora en el esternón. Es el miedo a la nada de su cobijo, el pavor por la orfandad de su consuelo, la terrible amputación de su cariño y su comprensión a la que siempre corría a resguardecerme como un crío asustado por un trueno, por el relámpago de la muerte que azota en la oscuridad para recordarte que un rinconcito de tu espíritu también se murió.
Mi amigo me consuela platicándome que cuando él extraña a su mamá le canta una canción.

Me aparece un link en el whatsapp.
Mi papá fue un hombre fuerte.
Mi papá luchó contra todo y venció aun perdiendo mil batallas.
Mi papá no dejó de sonreír a pesar de que sabía que se estaba muriendo.
En sus últimos días a mi papá se le escuchó cantar.
A veces siento que mi papá aún me escucha.

“Cántale a tu papá cuando lo extrañes”, me dijo mi amigo.


I know that we don't talk

 I'm sick of it all

 Can - you - hear - me - when - I -

 Sing, you're the reason I sing

 You're the reason why the opera is in me...


A los amigos hay que hacerles caso…

 


 

2 comentarios:

Marita AA dijo...

Esta entrada definitivamente me tocó el corazón, un fuerte abrazo!

José Alonso Torres dijo...

Muchas gracias. Qué bueno que te gustó. Abrazo de regreso y no deje de pasar por estos rumbos