sábado, 31 de marzo de 2012

Los malditos celos

¡Un antídoto contra la gran epidemia!, por favor Publicado originalmente en la revista Domingo de El Universal, un texto acerca de lo peligrosos e insoportables que pueden ser los celos. Espero les guste.
Julieta y Fernando se querían, cómo se querían, hasta que apareció el fantasma de la desconfianza. Comenzaron las prohibiciones: ella no podría salir con sus compañeros y él evitaría estar cerca de sus amigas. Sus obsesiones apagaron la llama roja del amor. Los terapeutas de pareja dicen que hay que tenerlo claro: los celos no son un sentimiento, son sólo una idea, una imaginación difícil de controlar que requiere ser atendida por un especialista Lo dicen las canciones, lo cuenta la literatura como un drama, lo define la RAE: "Celoso" es la sospecha de que la persona amada mude su cariño, ¿tú lo eres? Por José Alonso Torres domingo, 12 de febrero de 2012 00:31 Julieta era una de la chicas más deseadas de la universidad. A sus 23 años no había estudiante o maestro que no volteara a ver su derrièrevde corazón invertido cada que andaba por los pasillos. Su cabellera negra y ondulante hacía volar la imaginación de los muchachos más guapos, como Fernando, el chico rubio de anteojos, un estudiante de Medicina que enloquecía a más de una. Pero Julieta no era sólo una escultura de mujer, sino que también tenía fama de simpática, amable y generosa. No había actividad de ayuda social en que no se involucrara. Si había que reunir despensas para enviarlas a los damnificados de algún huracán, ella y sus jeans ajustados aparecía en primera fila. Si había que organizar un foro en el que se pretendía invitar a los candidatos a la alcaldía de Guadalajara, ella y su blusa entallada llevaban la invitación a los políticos. Fernando, de 24 años, era el deportista modelo de la escuela, divertido en las fiestas, popular, carismático, amigable. Fernando y Julieta fueron grandes amigos durante un par de años. Él le contaba de sus ligues, sueños y temores, ella le compartía sus secretos más íntimos. Todo cambió cuando la guapa se quedó sin novio. Un ingrato la dejó y Fernando comenzó a coquetearle hasta que ella le dio el sí. Parecían la pareja ideal, eran la envidia de muchas y muchos en la universidad. Eran el alma de las fiestas, hasta que comenzaron a surgir los celos, los malditos celos. “Me cela porque me quiere”, solía decir Julieta. Muchas parejas de celosos han dicho lo mismo a lo largo de historia de la humanidad.
Los celos son tan comunes en las relaciones de pareja que han terminado enquistándose en la vida común de las civilizaciones, son protagonistas frecuentes en la literatura y otras artes. Las tragedias estampadas en grandes obras literarias llevan impresas los síntomas de los celos, incluso se le llegó a conocer como “La enfermedad de Otelo”, por el personaje de la obra de William Shakespeare cuyo declive fue provocado por una desconfianza enfermiza estimulada por las intrigas. En El Caballero de Olmedo, obra de Lope de Vega, uno de los personajes describe los celos: “Son celos, Don Rodrigo, una quimera que se forma de envidia, viento y sombra, con que lo cierto imaginado altera, una fantasma que de noche asombra, un pensamiento que a locura inclina, y una mentira que verdad se nombra”. El español escribió lo anterior en 1620. Las mismas ideas, pero con menos poesía podrían ser hoy firmadas por cualquier psicoanalista. Fernando fue el hombro en el que Julieta lloró las tristezas de una relación rota, lo que le permitió conocer los miedos y los anhelos de la guapa de la universidad. Él estuvo ahí para apoyarla y se ganó su confianza. De repente ya se les veía tomados de la mano. El romanticismo no debería dar cabida a los celos y a la desconfianza de generación espontánea, ya que éstos, contrario a lo que muchos creen, no son sentimientos, sino ideas, argumenta el psicólogo Eduardo Baltazar Arias, miembro de la Federación Nacional de Colegios, Sociedades y Asociaciones de Psicólogos de México y maestro de la Universidad de Guadalajara. “Los celos no se sienten, se piensan; los celos son ideas, la inseguridad, el pensar si mi pareja puede estar con alguien más o incluso aunque no esté con alguien más, si a lo mejor quisiera estar con alguien más. Los celos son ideas y por eso menciono que no se sienten los celos, se siente la angustia, esos pensamientos nos generan angustia y entonces es cuando la gente erróneamente dice: ‘es que siento celos’”, me explica detalladamente el especialista.
Baltazar, quien lleva más de doce años dando terapia de pareja y ha dado conferencias sobre el flagelo de la desconfianza en diversas ciudades del país, dice que más del 60 por ciento de los problemas de pareja tienen que ver con los celos. EL MIEDO A LA PÉRDIDA Poco a poco, Fernando comenzó a mostrarse celoso, en cada compañero, en cada maestro que saludaba a su bella novia veía un potencial adversario que intentaría arrebatarle a su amada. Un día vio a Julieta platicando con su ex en un pasillo y su cabeza comenzó a llenarse de humo, a generar ideas y pensamientos de conspiración y traiciones, y le recriminó: “¿Por qué platicas con él? Seguramente quiere volver contigo, o ¿eres tú quien quiere volver a salir con él? ¡Dímelo!”, le exigió sin darle oportunidad de contestar. En el fondo, los celos no son la preocupación por cuidar a quien decimos amar. Es el miedo a perder aquello que creemos que nos pertenece. La desconfianza, como un tumor, crece y da paso a la paranoia. La falta de autoestima nos hace pensar que la persona con la que estamos desea “estar” con otra, que muchas veces sólo existen en nuestra imaginación. La angustia se apoderaba de Fernando: si Julieta salía a tomarse un café o una cerveza con sus compañeros de la universidad, era porque alguno de ellos le gustaba. El día en que su novia fue elegida como líder estudiantil, él explotó porque hubo uno que la abrazó muy fuerte durante el festejo. “No quiero que le hables a ese”. “No quiero que salgas en la noche con tus amigos”. Julieta no sólo obedeció las órdenes sino que contraatacó: “Pues entonces no quiero que tú hables con esas amigas coquetas que tienes, ¿qué no te basta conmigo?”. Semana tras semana había una nueva prohibición. María de la Luz Guerrero, especialista en terapia Gestalt, cuenta que los celos compulsivos, conocidos bajo el término “celotipia”, deben ser tratados con terapia psicológica e incluso, en ocasiones, el proceso debe incluir el consumo de fármacos recetados. “Es un sentimiento que carcome el alma, que llega desde abajo, desde adentro, y destruye a la persona desde el interior del organismo y entonces todo lo que pienso es real hasta que no se demuestre lo contrario, y aun cuando se lo demuestren, sigue pensando que es real”. La especialista que tiene su consultorio desde hace quince años, me cuenta que nueve de cada diez parejas acuden a terapia manifestando algún problema de celos. “Llegan en una situación muy complicada, muchas veces donde ya hubo violencia, golpes, agresiones y, además, con una gran codependencia”. El celoso comienza a tejer telarañas en su subconsciente y a ponerle “trampas” a su pareja. Inventa escenarios y situaciones, y si no logra conseguir el objetivo de atrapar a su pareja “con las manos en la masa” (o en el prójimo), en lugar de abandonar la idea de la infidelidad prefiere creer que los amantes furtivos son tan inteligentes que han descubierto de antemano los planes del celoso, por lo que hay que ser más astuto, más estratega, ya que las traiciones se incuban en la profundidad de las pasiones humanas. “Me tocó trabajar con una pareja en la que incluso la persona después de varias sesiones le decía: ‘OK, quiero que me disculpes, estoy completamente convencido de que no me eres infiel, ahora ya lo entiendo; nada más tengo una situación que quiero que admitas, yo ya admití que no me eres infiel; ahora tú admite que sí has querido serlo’. Se llega ese nivel de celos”, dice Baltazar Arias, quien está por concluir su maestría en Terapia de Pareja. Fueron perdiendo contacto con sus amistades, pero en Fernando las sospechas, el miedo y el coraje, en lugar de desaparecer, fueron buscando nuevos resquicios en su personalidad para salir a la superficie. “¡Mira cómo te ven esos cabrones!, claro, ¡con esas minifaldas que usas!, no vas a volver a usar esas blusas escotadas ni esos pantaloncitos pegaditos de piruja. De ahora en adelante no quiero que me faltes al respeto exhibiéndote con todo mundo”. Julieta cambió su forma de vestir. Comenzó a usar blusas de manga y cuello largos, los jeans ajustados le dieron paso a los pantalones de vestir holgados, de faldas ya ni hablar. A Fernando también se le alejaron los amigos, ya no tenía tiempo para ellos, todo estaba reservado para ella, no fuera a ser que en una descuidada lo traicionaran.
LA AMÓ, LA CELÓ, LA MATÓ La desconfianza en la pareja es una característica que aparece en todos los países y en todas las épocas, sin embargo, en México, la aparición de los celos va atada a una cultura machista que fomenta la “vigilancia” de la mujer. Y esa conducta, muchas veces, termina en tragedia. Mas común de lo que se piensa, más cercano de lo que se cree, las historias de agresividad suceden en cualquier ciudad, en cualquier estrato social. Son historias que muchas veces aparecen consignadas en los medios de comunicación, como notas que se pierden en el mar de la información: “Un hombre asesinó a cuchilladas al amigo de su ex esposa, a quien también hirió de gravedad, y luego se suicidó” (8 de enero de 2012); “Mujer asesina a su marido por celos, le encontró mensajes en el celular” (21 de septiembre 2011); “Un sujeto mató a dos de los abogados que llevaban su caso de divorcio al creer que uno de ellos mantenía una relación sentimental con su ex esposa” (27 de mayo 2011); “Ataca astronauta del Discovery a compañera por celos”.(5 de febrero de 2007). Todas estas notas fueron publicadas en EL UNIVERSAL. ¿Debería asombrarnos que los celos aparezcan más en las secciones de nota roja que en los suplementos de salud y orientación sentimental? “La amó, la celó, la mató” es una noticia más cotidiana de lo que advertimos. “Hay algunos celos que hacen perder los estribos de las personas, el control de sus impulsos y se vuelven muy violentos, dejan de ir a trabajar, dejan de ir a la escuela; y hay otro tipos de celos que son ‘celos psicóticos’, donde la persona ya tiene delirios; el delirio ya es más complicado de trabajar que la neurosis”, dice Baltazar Arias. Las estadísticas son números fríos que pueden aparecer en diferentes partes sin ninguna relación aparente, como islas de realidades ajenas; así, uno puede leer que la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal reveló que en el 2009 los crímenes pasionales ocuparon el segundo lugar de homicidios violentos en la ciudad de México, mientras que en otra publicación se lee que el Instituto Mexicano de la Juventud dio a conocer que el 70 por ciento de los jóvenes mexicanos experimentan violencia en el noviazgo. ¿En cuántos de estos casos el común denominador serán los celos? En un entorno en que la mujer sigue luchando por la equidad de género, en la igualdad de circunstancias, derechos y condiciones, los machos y los inseguros (quienes frecuentemente son los mismos) encuentran en estas características el fertilizante ideal para fomentar su desconfianza. Pero, ¿qué tan celosos somos los mexicanos? Parece que mucho, pero no nos gusta aceptarlo. Una encuesta realizada por Consulta Mitofsky en el 2010, titulada “El mexicano y los celos”, muestra que el 61 por ciento de los entrevistados se dijo muy poco celoso, mientras que el 20 por ciento se asimila como muy celoso, aunque 3 de cada 10 de este porcentaje indican que sus celos significan “interés por la pareja”. Otra vez el argumento hilarante: tengo celos porque te amo, porque me importas. El panorama se ensombrece cuando la violencia recibe ayuda oficial. De acuerdo con el documento “Homicidio en razón de honor”, realizado por el Instituto Nacional de las Mujeres, en el país, los códigos penales de al menos 10 estados contienen atenuantes para algunos homicidios. Todos por razones que tienen que ver con el honor. Los estados que prevén esta circunstancia en sus códigos penales son Baja California, Baja California Sur, Campeche, Chiapas, Jalisco, Michoacán, Quintana Roo, San Luis Potosí, Yucatán y Zacatecas. En pocas palabras, estas entidades prevén atenuantes en homicidios si alguien encuentra a su pareja en un acto sexual o en uno próximo a él, por lo que, de acuerdo con expertos, estos argumentos resultan aberrantes, le dejan la puerta abierta a la interpretación de la conducta más que al hecho delictivo en sí, pues basta con que el asesino exponga de manera verbal que encontró a su pareja cerca de un hotel, y que sospechó infidelidad, para intentar evadir la justicia. Con argumentos que parecen coplas de una canción de misóginos adoloridos, Campeche y Quintana Roo le dan más rienda suelta a la sospecha y protegen la paranoia, pues estipulan, el primero, que “son circunstancias atenuantes obrar por causas o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato, obcecación y otro estado pasional de entidad semejantes”; mientras que el segundo señala que la atenuante se aplica “al que prive de la vida a otro encontrándose en estado de emoción violenta, motivado por alguna ofensa grave a sus sentimientos afectivos o al honor de sus padres, hijos, cónyuge o al suyo propio que las circunstancias hicieren excusables”. “¿Quién te habló, qué quiere?, enséñame el teléfono”, era uno de los reclamos frecuentes de Fernando. “Mejor nos quedamos en casa, ¿a qué quieres ir a la plaza?, de seguro quieres ver a otras mujeres”, solía decir Julieta. Llevaban un año de noviazgo. La mayor parte del tiempo se la pasaban discutiendo, peleándose, chantajeándose y amenazándose uno al otro. Fernando le recriminaba sus relaciones del pasado, usaba sus confidencias para agredirla sicológicamente, humillándola para que ni siquiera se le ocurriera pensar en dejarlo, porque él estaba completamente seguro de que Julieta lo estaba traicionando, a pesar de que ya ni se peinaba ni se arreglaba, a pesar de que abandonaron todas las actividades en las que estuvieron tan entusiasmados. Cerraron sus perfiles de redes sociales y casi no salían a reuniones. La otrora pareja ideal en las fiestas escolares dejó de bailar. LOS CIBERCUERNOS Si bien tradicionalmente fueron provocados, estimulados y alimentados por las voces insidiosas, los chismes de lavadero y el mitote tradicional de la reunión en turno, veneno que corre de boca en boca o la ponzoña de la autosugestión, ahora los celos han encontrado nuevos estimulantes para seguir provocando pasiones arrebatadas, enojos y dolores de cabeza a los amantes atormentados por la inseguridad que los hace sentirse parte de tragedias griegas. La tecnología también ha puesto su granito de arena para que los celos entraran triunfantes al siglo XXI. El rumor adoptó las plataformas de las redes sociales y el Facebook transmutó en la Celestina vanguardista que reúne amistades olvidadas y revive amoríos nostálgicos, pero también derrumba relaciones aparentemente consolidadas. Pedirle a la pareja “una prueba de amor” ahora consiste en preguntarle sus contraseñas del e-mail y del “feis”. En México existen 25.6 millones de usuarios de Facebook y más de 4 millones de cuentas de Twitter. Todavía no se han realizado investigaciones acerca de la influencia de estas redes en la desunión de las parejas, pero son conversación cotidiana las anécdotas de apasionados pleitos que traspasaron las fronteras de internet para instalarse en el mundo real a causa de una foto incómoda o comprometedora o comentarios subidos a algún perfil, (“¡le diste “Me gusta” a tu ex!), pero en Estados Unidos, donde hay 149 millones de cuentas de Facebook, algunos estudios de las redes parecen colgarles ya la etiqueta de alcahuetes virtuales. Al estadounidense Ken Savage, trabajador en el área de la computación le bastó rastrear algunas conversaciones y mensajes en la red social para darse cuenta de que su mujer lo estaba traicionando y, a través de su cuenta, descubrió que una aparente fiesta infantil terminó en un encuentro sexual en la cama de un motel. ¿El resultado? Su esposa se convirtió en ex y él abrió la página: www.facebookcheating.com que rápidamente mutó a un muro de lamentaciones para los cornudos y los celosos. Un mausoleo de relaciones rotas navegando en el ciberespacio y un manual geek del “sospechosismo” ilustrado. Aún más, en el 2010 la Academia Americana de Abogados Matrimoniales (AAML por sus siglas en inglés) reconoció el incremento en el uso de evidencias provenientes de las redes sociales en sus casos de divorcios en los últimos 5 años. Facebook es la fuente primaria de evidencia con el 66 por ciento; My Space le sigue con el 14 por ciento y Twitter con el 5 por ciento, el restante se reparte entre otras redes sociales. Con mas de 1,600 miembros, la AAML informó ese mismo año que más del 80 por ciento de sus agremiados han buscado o usado información de las redes sociales para documentar sus casos. También en el año 2010, la Universidad de Guelph en Ontario, Canadá, determinó mediante una encuesta a sus estudiantes que Facebook es un mecanismo que incrementa los celos y los pleitos entre las parejas.
“Tuve un caso de una pareja en que el hombre era muy ‘baquetón’, entonces ella se daba cuenta y aguantaba, pero un día le quiso poner el cuerno para ver qué se sentía, y el otro se dio cuenta por Facebook y terminó casi matándola con un cuchillo en el cuello. Luego se dio cuenta quién era el ‘otro’ y era un chavito cualquiera”, cuenta la terapeuta María de la Luz Guerrero. El escritor francés Marcel Proust escribió en el siglo XIX que sólo se ama lo que no se posee totalmente. La actualidad lo contradice. Los celos son provocados por la falsa sensación de que la pareja es una propiedad única e indivisible para cualquier otro tipo de relación afectiva. La desconfianza es la infección viral que agota el sistema inmunológico de la pasión y la confianza que podrían haber abonado en el desarrollo de una relación fructífera, feliz y duradera. Alejada de los problemas y el estrés que ya genera la vida cotidiana allá afuera del circulo de la intimidad. Como reza el dicho: es tan poco el amor… ¡y gastarlo en celos! Dos años después del arranque de un noviazgo de ensueño, Julieta y Fernando llegaron al consultorio del terapeuta, pero el daño ya era demasiado grande. No querían ningún tipo de ayuda para recomponer la relación, buscaban siempre un testigo para acusarse mutuamente de su fracaso. Heridos y humillados, la popularidad y la belleza quedaron sepultadas por la baja autoestima y el dolor que se causaron. Se confrontaron por última vez en el consultorio del psicólogo. Y sin decirse adiós, cada quien tomó su camino. Solos. JOSÉ ALONSO TORRES es un periodista que transitó del periodismo cultural a los vaivenes de la nota diaria, el reportaje y la crónica en medios tapatíos. Actualmente es director de Información de radio y televisión de la Universidad de Guadalajara. Lo han correteado novias celosas, pero escribió esto gracias a que no lo alcanzaron

4 comentarios:

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