lunes, 14 de mayo de 2007
Crónicas morrocotudas
A petición de aquellos que me pidieron que trepara con todo y fotos mis viajes por el sur del continente, aquí se las voy dosificando. Mientras tanto entreténganse con esta foto mía y de Natalia en el Millenium Park de Chicago, lugar donde empezó a llegar la banda para la protesta del 1 de mayo. En esta escena, Nata y yo realizamos una excelsa coreografía llamada aquí "The Midget step" y mejor conocida en México como el Pasito Tun Tun.
PRIMERA PARTE
Ahí vamos, ahí la llevamos…
Este viaje lo comencé de manera contraria a lo pronosticado por las casas de apuestas arandenses. Por obra y gracia de la matemática sentimental, un viaje destinado para dos terminé convirtiéndolo en una travesía unipersonal y adelantada por unos cuantos meses.
Heme aquí, trepado a unos días de la conmemoración del 11 de septiembre en un avión de American Airlines, de tristes recuerdos. Bombardeado por las imágenes de aviones estrellándose contra edificios, las supersticiones no pueden hacerse a un lado fácilmente. Aunque la lógica de que un árabe secuestre un avión que sale de Guadalajara resulte absurda, más vale echar un rezo antes de despegar con destino a Dallas, próximo puerto para transbordar.
El vuelo hacia Buenos Aires, Argentina, se planeó para que la mayor parte de la noche el pasajero se la pase jetón mientras se arrulla con la repetición de programas gringos en la tele o escuchando hits ochenteros en el canal de audio de la aerolínea, que es como señal 90 o Éxtasis Digital, pero sin comerciales bonitos de joyerías Aplicsa.
Después de la cena, casi todos a la meme. Prendí mi Discman y pegué la cara a la ventana para distraerme con la profunda negrura de la noche, sólo mancillada por unas cuantas estrellas o los esporádicos reflejos de una ciudad desconocida que flotaba allá abajo en la oscuridad. En los audífonos comenzó a sonar la demoledora rola de Alice in Chains, "Nutshell", lenta, como un lamento largo de Layne Staley, un cantante ya muerto por sobredosis que cantaba la canción como si no pudiera llorar.
We chase misprinted lies
we face the path of time
And yet I fight
And yet I fight
This battle all alone
No one to cry to
No place to call home
A Alice in Chains le sigue una rolita de Portishead y es cuando caigo en el error. ¡Chingue a su madre, puse el disco de las canciones tristes!
¡Qué iba yo a imaginar que la música jugaría un papel protagonista en mi viaje!
Ya ni modo, a aguantar vara hasta que se me quite la hueva de levantarme a buscar otro cd en la maleta. Mientras, a tratar de dormir un poco.
Nomás no pude.
Me sentí como gato en cojín nuevo, a vuelta y vuelta en dos asientos sin encontrar mi lugar; así, tuve que competirles a las aeromozas para ver quién le daba más vueltas a los pasillos. Fui muy convincente en mi papel de vigilante nocturno: una señora somnolienta me pidió café.
Llegando al aeropuerto bonaerense di fe notariada de que las Leyes de Murphy son sabias y se reciclan a cada instante. Un consejo y ley de Murphy al mismo tiempo: cuando viajen al extranjero, pregunten a alguien de su confianza cómo está el clima por esas latitudes y lleven el atuendo contrario a lo que les digan. Cuestioné a Wendy sobre qué tipo de ropajes exóticos me llevaba, me dijo que la Primavera estaba entrando y hacía calor, así que cargué con mi tilichero de camisetas y pantalones frescos, como si fuera a Guayabitos; llegando me recibió el chiflonazo. Un aire gélido de 10 grados que me erizó los cabellos (los de la nuca, pues).
Así que le he sacado jugo a mis dos sudaderitas que cargué por aquello del capulinazo (no lo sé, puede ser, a lo mejor, quién sabe...).
A pesar del ventarrón me sentí feliz, abracé a mi amiga y después de instalarme en su depa, nos fuimos a comer y a bebernos la primera botella de vino.
La tibieza del tinto en mi garganta descendiendo a reposar el sueño de los justos junto a una buena cantidad de carnes argentinas me prendió la mecha y a pesar de solo haber dormido 5 de las últimas 72 horas, me decidí. Buenos Aires, Argentina, humedad… decía el líder de Soda Stereo en su concierto de despedida. Así que me fui al Estadio Obras, donde esa primera noche mía en la capital del país sudamericano, daba un recital el maestro Gustavo Cerati.
¿Qué puedo decirles?, escuchar al virtuoso en su tierra fue oooooootra cosa, hermanos. Yo y otras 24 mil 999 personas brincamos al ritmo que a la Stratocaster del argentino se le pegó la gana. Grité, canté, bailé, me estremecí con "Puente" y bramé como un desposeído una versión muy rocanrrolera de "Prófugos". Fue la noche de Cerati, pero también la mía, la noche de los recuerdos, la noche para olvidarme en mí mismo, la noche para quitarse los grilletes, la noche para perderme en una ciudad a la que le importa un comino quién soy, la noche para, como decía Bob Dylan: diluirme en mi propio desfile.
Salimos del concierto a las 11:30, caminé por toda la Avenida del Libertador hacia mi siguiente destino, pero ya los trajinares del viaje, -mezclados con las cervezas y el vinito- habían comenzado sus estragos. Sonámbulo pero feliz, llegué al Jade, un antro donde me había quedado de ver con la Wen quien estaría junto con sus amigos de la escuela, cenando y bailando.
Foto: Rollingstonela.com
Las siguientes horas pasan frente a mí como recuerdos difuminados por una neblina, mis últimos flashbacks de madrugada me hacen saber que estuve en el Jade, que mi efervescencia decaía a pesar de mis esfuerzos y que bailé una cumbia de los Bukis en un antrazo donde lo mismo me pasaban a un lado odaliscas sabrozonas enseñando el ombligo, que un Batman stripper haciendo las delicias visuales del respetable público femenino que nos acompañaba esa noche. Nada mal la primera noche en el inicio de un periplo en el que me embarqué solo yo, acompañado de unas amigas: nostalgia, melancolía, esperanza y sobre todo, fortaleza.
José Alonso Torres, el mismo que viste y calza, su humilde narrador y seguro servidor, está de nuevo en el camino del exceso que presumía William Blake.
Próxima entrega:
La doñita se acerca a Wendy y le dice al oído: "señorita, en serio, váyanse de aquí ahora mismo, yo sé lo que les digo.
El sol se escapaba lentamente y nosotros estábamos frente a la Isla Maciel, territorio bravo en el Barrio de La Boca, separada por un riachuelo de podredumbre que se debe cruzar en lancha. Era el momento de salir de ahí…
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