sábado, 29 de diciembre de 2007

¿Que se mueran los feos?

Mis amigas bellas, se quejan amargamente de que siempre las anden correteando en la chamba o les cierren un ojito para condicionarles que les den el trabajo.
No son las únicas tristes. Mis amigas feas se lamentan con justa razón de que a pesar de sus aptitudes profesionales, las bonitas les lleven ventaja a la hora de las contrataciones.

para nadie es un secreto que en este mundo la belleza abre puertas que a los feos se nos estampan en las narices. Mucha culpa la tienen las muchachonas guapetonas que aflojan su retaguardia con singular alegría y felicidad a cambio de avances profesionales. Eso de hacer carrera laboral horizontal es sumamente injusta. Sobre todo porque regularmente se tienen que acostar con puros feos.

Pero ahora hablaremos del gremio de los menos favorecidos esteticamente. Esos que creemos que como diría Jack el Destripador: lo importante lo llevamos por dentro. No estamos solos, el argentino (¡quién lo iba a decir!) Gonzalo Otárola se hartó de sufrir por su aspecto, creo el término feosexual y escribió un libro, que se llama, obviamente: "Feo, por primera vez la historia no la escribe un lindo".

La campaña publicitaria que hizo este señor y la temática de su publicación en un país donde tanto se alaban los perfiles respingados, han causado revuelo. No he leído su libro pero aquí pongo algunos extractos obtenidos de su blog. Están cagadísimos. Sobre todo porque más de alguno nos identificaremos con sus estrategias.

"Jamás bajé los brazos ni me entregué fácilmente a la desdicha. Desde luego, a los feos todos nos cuesta el doble, pero una vez que hallamos el camino somos invencibles. Y mi camino invencible fue hallar a esas damas libres de prejuicios estéticos: las borrachas.
En virtud de ellas, aprecié el sabor de muchos labios y de vez en cuando me homenajearon con frías caricias. Esos atracos alcohólicos siempre culminaban en episodios vulgares que al día siguiente me encargaba de relatar ante un auditorio de amigos y compañeros que recibía con entusiasmo festivo los detalles de mis desventuras".



-¿Qué corte querés?
-El de Luis Miguel.
Alberto, el peluquero, aguantó la risa e hizo su trabajo. Todavía tenía suficiente pelo como para que Alberto pudiera demostrar sus cualidades. Ya no.
Llegué a casa, busqué esa remera blanca idéntica a la que el músico mexicano utilizaba en su video clip “Suave”, que era todo un boom en los 90, y me fui a bailar.
Con esa confianza extra que me otorgaba ese corte de pelo, la remera y una supuesta identificación como el doble de Luis Miguel, ingresé cual divo a la pista. Obtuve la misma respuesta de siempre, la indiferencia, hasta que sonaron esos acordes mágicos: los enganchados de Luis Miguel.
Tomé de arrebato a una señorita y me apropié del centro de la pista. Mi cuerpo desplegaba una imitación perfecta a los movimientos de Luismi. Tiraba patadas al aire, me revolcaba por el piso, gritaba y cantaba a voz en cuello. Fueron 5 minutos de gloria, un par de chicas observando mi espectáculo, mi ego por los cielos hasta que todo se disipó cuando el envidioso disk jockey interrumpió mi éxtasis con Depeche Mode.
Me acomodé el pelo, inflé el pecho, me acerqué a la piba que estaba bailando conmigo y como un eximio ganador le susurré:
-Me parezco a Luis Miguel, ¿No?
-Yo diría a Nicola Di Bari.




1 comentario:

Anónimo dijo...

AAhhh muchacho, como me haces reir!
Pero no sé porque te incluyes en el gremio de los feos, yo no creo que seas feo, para nada. Menos si muestras tus fotos de cuando eras un mozuelo, papacito!! Fiiiuuuu, fiiuuuu!!!