domingo, 8 de julio de 2007

Memoria al otro lado de la barda.

¿Se imaginan un día salir de su casa y nunca, nunca volver a ver a absolutamente a nadie de su familia?, ¿no recordar la cara de sus padres, ni los nombres de sus hermanos?

Eso le pasó a José. Aquí la historia que me encontré en las calles de Tonalá.




Por José Alonso Torres



Cada día, desde hace más de 40 años, José recuerda el momento en que saltó la barda del patio trasero de su casa para ir a jugar a un lote baldío. Fue la última vez que vio a su familia.

Tenía cuatro años, una edad en que los recuerdos aún son nebulosos y suelen confundirse con los sueños y lo imaginado. La memoria de su niñez se compone de retazos de imágenes. Se acuerda de que le decían José, puede ver a una hermanita que todavía gateaba y a su hermano mayor, con quien saltaba el muro para irse a jugar a un potrero y después regresar juntos a casa. Aquel fatídico día, su hermanito no fue tras él.

"Comencé a caminar y a caminar sin reconocer las calles, luego me subí a un camión y me bajé en un parquecito, donde me quedé dormido hasta que una pareja me llevó a una delegación de la Policía", comenta José en voz baja, casi como en un susurro.

Luego de algunas horas de dormir sobre la litera de uno de los policías, José fue llevado al recinto que le heredó el apellido al niño cuando nadie fue a preguntar por él: el Hospicio Cabañas. Le calcularon la edad: cuatro años. Ahí oficialmente apareció José Cabañas y desapareció el niño que salió de su casa para perderse en la Zona Metropolitana de Guadalajara.

La falta de recuerdos de la niñez que permitieran obtener una pista de su familia, su casa o su colonia lo desesperan. Shakespeare decía que la memoria es el centinela del cerebro, por eso a José las imágenes vagas, borrosas y descoloridas lo atormentan, lo enloquecen. Quiere reconocerse entre los suyos.Un pasillo largo y una vivienda humilde, un patio trasero lleno de plantas con flores de muchos colores . La silueta de una madre a quien por más que se esfuerce nunca puede verle el rostro, nada más los brazos, sólo escucha una voz que lo arrulla, que le canta con ternura, pero el rostro se desfigura, se le desaparece. José nunca ha podido ver ni en sueños el rostro de mamá. Ni a papá, que en su mente es sólo una sombra lejana.

"Estuve hasta los 11 años en el hospicio, de ahí me llevaron con una familia, la familia Rivas Aguilera, con quienes viví hasta que me fui solo a los 17 años", comenta entre sollozos.

Según el acta de nacimiento que le dieron en el Cabañas, José tiene 48 años, sentado en la banca de una capilla que ayuda a construir en Tonalá, desvía de vez en cuando la mirada y la clava en el altar improvisado en donde se ofician las misas. En sus manos sostiene una fotografía que le tomaron cuando cumplió 12 años y terminó la primaria. No sonríe, su gesto es serio, cansado, agobiado, sus ojos lucen un poco apagados, el ceño fruncido.

Comenta que la familia adoptiva lo trató bien, pero él no cesará en la búsqueda en espera de un milagro.

Al reverso de la fotografía hay una frase escrita con caligrafía temblorosa, "Te quiero papá" se puede leer; es un mensaje que puso su hija más pequeña hace ya varios años. José se casó y tiene seis hijos. Son la luz que alumbra su vida, aunque en el fondo no se apaga la pequeña lucecita de esperanza de volver a ver a alguien de sus parientes.Ignora si su familia lo buscó o no, ya adulto, José preguntó el el hospicio si tenían noticias, nunca averiguó nada.Estudió una carrera técnica como mecánico, pero trabaja en un negocio que vende acero y en la construcción de la capilla San Rafael en el Circuito Loma Sur, en Tonalá. No ha tenido una vida fácil y cuando se le pregunta si tuvo malas experiencias en su niñez y juventud desvía de nuevo la mirada hacia el altar.

Quiere recordar lo bueno, separar sus memorias de angustia de las alegrías que pudo tener tanto en el hospicio, la escuela, con su familia adoptiva o cuando se fue a vivir solo.

Dicen que saber olvidar lo malo también es tener memoria. José Cabañas sabe bien qué es lo que quiere volver a recordar y qué no, aunque no lo diga.




Publicado en MURAL, algún día del mes pasado (Versión editada)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que bonito relato, son de esos que nos ponen a pensar en la forma en que hemos llevado la vida, y cuan afortunddos somos en muchas cosas.

Ojalá logre alfun día su cometido