¡Quién sabe cuántas ediciones de la Feria Internacional del Libro llevo en las espaldas!
No me pongo melodramático, mucho menos cursi, porque la FIL para mi es más un costal de anécdotas, ligues y guarapetas monumentales que un cúmulo de experiencias intelectuales. Total, el amor por las letras lo agarra uno entre pecho y espalda sin necesidad de que te anden arreando a ceremonias bibliofílicas.
El juguetito especial de Raúl Padilla representa para su servidor un grato acontecimiento porque es, primero, la oportunidad para reencontrarte con viejos camaradas periodistas y escritores que no veías desde el bailazo en la Mutualista o el Veracruz de la edición anterior y con los que en vez de continuar con la sempiterna discusión de por qué no se lee en México, mejor te dedicas con singular alegría a vaciar botellas como si fuéramos poseídos por los demonios del finado Bukowsky.
Segundo: me trae excelentes recuerdos, fue en la FIL donde comencé a convencerme que lo mío, lo mío, era vomitar letras sobre las páginas blancas. Ahí arrancó de golpe y porrazo mi prometedora carrera de escritor (Ey, si…) haciendo reseñas de libros para Radio UdeG. Ahí en la FIL tuve imborrables romances con féminas cuyo nombre ya no recuerdo y le robé algunos tips a escritores que entre cuba y cuba soltaban sus secretos narrativos como si los que escuchábamos les fuéramos a hacer caso o pudiéramos asimilar su talento.
Veo hacia atrás y una maliciosa sonrisa me parte la cara. Ahí está el Negro Guerrero armando escándalo de nuevo gritando a todo pulmón el nombre de un escritor marginado a medio pasillo como si fuera una escena en que el padre ve venir a hijo pródigo en parábola religiosa. Ahí está el insolente Carlos Martínez Macías, con una botella ya puesta y en busca de sustancias más propias de la madrugada, mientras recita a Burroughs. Aquí llega Jorge Herralde, editor de Anagrama, contándonos sus anécdotas con Bolaño mientras saborea un taco de frijoles en su antihomenaje.
Por allá se asoma esa chica, cuyo nombre me reservo, que me dio la exclusiva de su figura desnuda antes de que posara para candente calendario que espero haya decorado talleres mecánicos de buena reputación. Qué lejanos parecen esos días en que uno podía conquistar a una mujer hablándole de literatura, chale, parezco viejito.
O quizá si estoy viejo, y por eso ya nunca encuentro en la FIL los libros que quiero comprar. Me harté de pedir en Tusquets, Mason y Dixon, de Thomas Pynchon, título que año tras año busqué sin encontrar, se transformó en mi Moby Dick literario que terminé cazando en Argentina junto con La Balada del café triste, de Carson MacCullers, también imposible de conseguir por acá.
Este año ya mejor ni voy a preguntar por las novelas de Chuck Palahniuk pa’ no sufrir el desaire.
Escarbando en mis memorias encontré este textito que escribí hace algunos años, cuando el invitado de honor era Cuba y por doquier sonaban alegres sones, hasta que como siempre, sacamos el cobre:
QUEBRADITAS LITERARIAS
¡Ah que la FIL!, verdadera babel de ideologías, por un lado, Compay Segundo mantiene una agradable conversación con la prensa mientras por el otro, el atronador sonido de la tambora sinaloense marca el ritmo en el área ¿cubana? gracias al auspicio de una televisora. Aparecen las primeras narices respingadas de quienes ven la presencia del ritmo de caballito en la Expo como una afrenta estilo OCLAE contra Letras Libres. Mientras tanto, a un par de prestadores del servicio social se les acabó el espiritu servicial y al grito de “¡móntese mi reina! Le sacan el polvo a taconazos a la revolucionaria alfombra que sólo había sentido sobre sí la cadencia del Son.
Por cierto, nunca me lo publicaron, jejeje.
Total, las edecanes siguen igual de buenotas y tontitas, sacándose fotos con los asistentes. Están poca madre para admirarlas de lejecitos, no dejarlas hablar y recitarles aquello de Neruda que decía: “me gustas cuando callas, porque estás como ausente”.
En el pasado pasee enamorado por los stands y se siente bien bonito, shalalalalá. Hoy, con quien quisiera recorrer los pasillos no puede, porque anda enfermita y tendré que esperar un rato para convencerla de ponerle la mano encima mientras actuamos poemas de Sabines a sabanazos. Mi maldito esguince cervical me dejó sin fiesta y alcohol esta edición, y los libros de El Santos y la Tetona Mendoza están re caros. Así que dejé a los bullangueros en donde no les estorbe mi “amargosismo” y me vine a escribir este post.
No.
No es la FIL.
Lo que se me lee en la cara es la edad. Bendito sea Dios.
4 comentarios:
Alons, ya sé que no soy yo con la que quieres recorrer la FIL aunque también estoy enferma y llevo dos días encerrada recuperándome, será también la edad? ay no!, pero si yo soy mucho más jóven...
No se me olvida el desayuno pendiente y esperemos que no pase de este año, ja ja.
Un abrazo,
N
Pos joven joven, pero llena de achaques, ¿pos quién entiende? Recupérese pronto pa que pague deudas pendientes o amago con formarme en la fila de aboneros que toquen a tu puerta. Un abrazo Nata.
Oiga, pero no me voy a quedar con las ganas de ir contigo a la FIL o si??
Seria maravilloso tener al mismo tiempo a mis dos amores, los libros y tu.
UUUyyyyy que romantica!!!
Pues será que estoy ciega... pero yo no te leo nada. Tal vez necesitaría verte con más frecuencia para poder leerte.
En fin... te mando un saludo y un abrazo desde acá.
(Por si no tienes idea quién carajos soy... soy Aimeé, ¿me recuerdas?)
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